Cinta navideña y familiar que afronta la necesidad de morir (y vivir) con un significado y plenamenteAlguien muy cercano a ustedes va a morir en breve. ¿Se lo dirían? Imaginen que quienes van a la tumba son ustedes. ¿Cómo lo llevan? Se acerca Navidad, ya se habrán dado cuenta. Muchos inputs nos preparan. Regalos, prisa, consumo, cine, cenas, familia, amigos… Estrés. Estrés navideño. Pero hay más. También está el olvidado, el que sufre, el que muere. ¿Es posible que Navidad sea para todos una fiesta de alegría?
El famoso escritor belga Eric-Emmanuel Schmitt (El señor Ibrahim y las flores del Corán) nos propone en Cartas a Dios una historia que aúna muerte, Navidad y alegría. Adaptación del mismo autor de su pieza teatral Óscar y la dama rosa, la cinta añade un punto clave: quien muere es un niño. Adecuadísima, pues, como preparación para estos días de distracción prenavideños.
Oscar tiene diez años y está ingresado en un hospital infantil. Nadie se atreve a decirle la verdad: tiene cáncer en fase terminal. Le queda muy poco tiempo de vida y sus padres están perdidos y desesperanzados. Normal. En el hospital anda Rose, una vendedora de pizzas brusca y arisca que es incapaz de generosidad. Por varios imprevistos, la mujer llama la atención al chico y se hace la luz: los médicos le piden hablar con él sin tapujos; a cambio el centro comprará sus pizzas. Trato hecho.
Rose es peculiar: viste de rosa y es creativa. Para ayudarle en su combate contra la muerte, se hace pasar por una antigua luchadora de wrestling. Pero no basta. Óscar está enfadado. Por ello, le propone un juego de niños: cada día serán diez años; de este modo, podrá vivir en su última semana lo que cada hombre. ¡Larga vida a Óscar! Pero Óscar necesita más: quiere entender el silencio de sus padres, quiere comprender por qué Dios permite la enfermedad. Rose, que tiene una fe cierta, es capaz de comprenderle y de acompañarle a la muerte. A través de fábulas y de un profundo amor, la vendedora le animará a escribir cartas a Dios contándole sus temores, sus deseos, sus amores, su vejez… De este modo, el corazón del niño cambiará, y cambiará a la vez el corazón de aquellos que están junto a él, especialmente el de sus padres y el de la propia Rose.
Cartas a Dios es una opción perfecta para el cine familiar de este periodo del año. Explícitamente religiosa, la película se sitúa en el contexto de la Navidad, de la espera de la vida, de la luz que libere del terror de la nada o de la falta de significado. Aunque un tanto azucarada (muy francesa…), el argumento apuesta por hacer las paces con la vida y la muerte. Amor, perdón, fidelidad, familia, y gratitud a lo vivido. Cierto aire de realismo mágico, un buen contrapunto cómico (aportado por la acertada siempre Michèle Laroque) y momentos de genialidad compensan con eficacia el tono pastel.
En la línea de Vivir para siempre, Planta 4ª, Maktub, etc. la propuesta de Schmitt, la segunda cinematográficamente, es valiente y constituye una buena ocasión para plantearse el sentido de la vida y de la muerte, y el valor del día a día, sobre todo en Navidad. ¿Es Dios malvado al permitir el mal? ¿Se puede decir gracias ante la muerte? Cartas a Dios presenta a un Dios cercano y plantea cada día como la posibilidad de un nuevo inicio, como un lugar en el que vivir plenamente. Cada día contiene toda la vida. Porque la vida es tanto para quien vive como para quien muere. Porque, como decía Dostoyevski, «el secreto de la existencia humana no solo está en vivir, sino también en saber para qué se vive».
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