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José Bau Burguet, ni fue mártir ni hizo grandes milagros, sólo fue párroco

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Alvaro Real - publicado el 02/01/17

Un santo de lo cotidiano

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Las historias de los santos están llenas de vidas extraordinarias. Vidas llenas de dificultades y de martirios. Son testimonios de vidas heroicas en medio de persecuciones, de vidas salpicadas de milagros. Pero, ¿se puede ser santo en medio de lo cotidiano? ¿Es necesario ser mártir, sufrir persecución o tener experiencias sobrenaturales para alcanzar la santidad?

La vida de José Bau Burguet muestra que se puede ser santo desde lo cotidiano. Papa Francisco aprobó hace unos días sus virtudes heroínas y lo declaró “venerable”. Lo que más impresiona de su vida es la sencillez con la que vivió, fue “simplemente” un sacerdote, párroco de Masarrojos, una pequeña localidad de Valencia.

Su vida, según explica Antonio Ballester, gran conocedor de José Bau es una vida “carente de cosas extraordinarias o de situaciones que reclamasen «grandes decisiones». Tampoco hay grandes obras de esas que provocan admiración a simple vista. Es solo un sacerdote que cada día se aplica con enamorado empeño a cumplir lo que considera ser la Voluntad de Dios sobre él”.

Su figura muestra la importancia de la santidad en lo cotidiano y supone un acicate para el sacerdocio y el ministerio parroquial. Es posible ser santo siendo un párroco, es más, destaca Antonio Ballester: “en nuestra vida ministerial tenemos lo necesario y suficiente para la santidad”. “Para ser santo un sacerdote diocesano tiene lo suficiente con la gracia del ministerio”.

De su vida sólo aparecen testimonios de admiración. Son muchos los que muestran en su causa de beatificación su admiración y respeto. En él vieron a «un hombre sin fisuras» en quien la virtud parece connatural y fácil”. Logró el perfecto equilibrio para que no existiera división entre el hombre y el sacerdote. De él destacaron: “no «ejerce de sacerdote», «es sacerdote», y todas sus obras y las  diversas actividades que realiza, fluirán del «ser sacerdote”.

Oración y Eucaristía, su “secreto”

Su oración diaria y las largas horas delante del santísimo es la gran obra que destacan quienes le conocieron. De esa intensa vida de oración irradiaba paz y serenidad, conseguía verlo todo desde la luz de la fe. No tuvo fenómenos extraños o llamativos, no tuvo visiones. Por ejemplo, le preguntaron antes de morir si había visto a la Virgen y con su gran clarividencia contestó: “Verla no, pero sí siento su maternal presencia”.

No le hicieron falta grandes manifestaciones porque vivía su fe en lo cotidiano y ahí radica la fortaleza de su vida y lo que, si todo sigue su curso, le llevará pronto a la santidad: “Celebraba con tal fe y reverencia que causaba admiración en los fieles. No era afectado, pero su manera sencilla y viva de celebrar comunicaba fe. Su fervor contagiaba a los presentes, hasta el punto de que  algunos testigos dicen que «asistir a su Misa era un fiesta”, destacan en el relato de su causa.

¿Tuvo dudas o problemas? Seguro que sí. Pero tenía una clave para solucionarlos. Siempre que alguien se le acercaba para consultarle algo, él contestaba lo mismo: “»Diremos misa por ello». “Al día siguiente daba cumplida respuesta o la solución adecuada”, destacan quienes le conocieron.

Sencillez de vida

Su vida fue sencilla. Y es esta “aparente” sencillez lo que se destaca en su causa. Dormía sólo cuatro horas y el resto del día lo dedicaba a la oración, el estudio de las ciencias sagradas, la escritura de artículos de catequesis, la predicación y las actividades cotidianas de su parroquia de Massarrojos, la cual fue a escoger el último día (tenía la máxima calificación de párroco) cuando el resto de parroquias más atractivas ya había sido otorgadas.

Maestro de sacerdotes

Fundó junto con otros sacerdotes la sección diocesana “Unión Apostólica”. A esta asociación pertenecerán más de 350 sacerdotes. Todos ellos le tendrán en gran estima y muchos mantendrán una discreta dirección espiritual con él. Muchos de los sacerdotes que sufrieron el martirio en la Guerra civil (1936-39) se contaban entre los que había dirigido espiritualmente el Siervo de Dios. Desde la Congregación para la causas de los santos se reconoce que esto “no es una casualidad”.

Pobre y desprendido de lo material

Los bienes materiales nunca le interesaron. Sólo aceptaba limosnas si era para darlo posteriormente a los pobres o comprar algún objeto de culto. No aceptaba regalos personales excepto algún libro de catequesis. Fue tanta su pobreza que no tenía ni para atender los gastos de su enfermedad, ni para su féretro. Aunque finalmente se lo obsequió un conocido funerario: «Le regalo el mejor que tengo porque como D. José hay muy pocos”.

Su desprendimiento llegaría incluso a lo personal. En una ocasión tuvo una disputa, a raíz de la elección de una parroquia con el arzobispo. En ese caso decidió ausentarse un tiempo: «Para que se calmen las habladurías y al no verme no tengan ocasión de criticar al Prelado, porque de todo este asunto lo que más me duele es que se hable mal del Arzobispo”, escribió.

Falleció el 22 de noviembre de 1932, en una noche en la que tuvo grandes tentaciones: «Satanás me quiere arrancar la fe” le expresaría a un amigo sacerdote, que celebró la Eucaristía con él en su habitación poco antes de fallecer.

Artículo escrito con la información del Postulador de su Causa 

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