Una interesante cinta que parece querer acercarse, con un mínimo de humildad, a las raíces de un país erigido sobre la violenciaComanchería es un western aunque no transcurre en el salvaje oeste de los primeros siglos de la colonización americana. Comanchería nos sitúa en la América profunda en pleno estado de Texas, en donde los americanos son más americanos que los propios americanos. Allí donde todavía se pasean con sombreros de cowboy y cartucheras con armas cargadas y listas para disparar al primer desgraciado al que se le ocurra cometer un error cerca de ellos.
De hecho, Comanchería va precisamente de eso, de dos desgraciados, dos hermanos de clase baja que se dedican a robar bancos como única forma de vida.
En el lado opuesto, en el de la ley, tenemos nada menos que a Jeff Bridges, lo que siempre es un placer. Bridges, con su habitual porte y su gusto por esa América que se resiste a desaparecer, se advierte que se siente cómodo con su rol de Sheriff que no necesita un techo para dormir y que anda, se mueve y actúa como un auténtico cowboy en la infinita estepa americana.
La película de David Mckenzie podría pasar por un drama policiaco cocinado a fuego lento pero en realidad creo que Comancheria nos habla del propio país donde transcurre la acción.
En este sentido, Comanchería se parece un poco a No es país para viejos aunque sean títulos formal y éticamente muy distintos. El primero no goza de los logros visuales y dramáticos del film de los Coen pero sí que creo que comparten cierto pesimismo existencial por un país que no parece estar hecho para los viejos. En el caso de Comanchería no es el viejo el que se siente fuera de lugar en un país violento y áspero por definición, sino un joven que se ve arrastrado hacia la violencia aunque no la comparta y ni siquiera la entienda.
Al final de Comanchería, este joven, Toby (Chris Pine) y el viejo de la cinta, Bridges mantienen una interesante conversación para entenderse el uno al otro pero no hay nada que hacer. Son dos generaciones enfrentadas en una tierra hostil que solo parece entender de violencia.
Al final, el encuentro concluye con una invitación a volver a verse en una cita que suena más a duelo que a diálogo constructivo. Con las armas por delante.