Cada vez más parroquias trasladan la “misa de Medianoche” a las 21 o 22 horas. Es más práctico, pero se pierde algo antiguo y misteriosoDespués de estos años, aún lo recuerdo muy bien.
Mi madre me despertaba hacia las diez de la noche, cuando me encontraba inmerso en el típico sopor invernal. Me daba golpecitos y me decía: “Gregory, levántate. Es hora de ir a misa”. Con los ojos aún semicerrados, bajaba de la cama y de alguna forma lograba vestirme. Después me subía al coche, rigurosamente helado, para ir todos juntos – en la oscuridad y el frío más total– a la St. Patrick’s Church. Íbamos pronto, porque el coro cantaba villancicos. La música era mágica, y todo estaba iluminado. Había luces por todas partes, velas, guirnaldas, cintas y árboles. La iglesia olía a plantas siempre verdes.
Y durante una hora, a medias entre el sueño y la vigilia, escuchaba la música y veía las luces. Veía a mi alrededor a las personas en sus abrigos de lana. Los colores de la Navidad me fascinaban, y el frío les decía a mis huesos que la Navidad había llegado.
Antes de irnos, mis padres me llevaban junto al nacimiento para saludar al Niño Jesús.
Esa era la Misa de Medianoche. Era mística, mágica (y aún lo es). Mi liturgia preferida. Aún hoy –cuando en el frío de la noche nos preparamos para la procesión, junto a los jóvenes que llevan solemnemente antorchas y velas, con el coro que canta de modo magistral una historia que ya conocemos– hacia las 23:55 de la Vigilia mi corazón se ensancha y mis ojos se llenan.
Esta es la Navidad. Siempre lo ha sido. Y lo será siempre.
Pero es una experiencia que las personas viven cada vez menos. Y hay muchos niños que nunca la han vivido.
El otro día leía que las parroquias ofrecen misas sustitutivas de la vigilia para salir al encuentro de las jóvenes familias que no pueden estar de pie hasta tan tarde. Una oportunidad de oro para muchas personas que no quieren ir a la iglesia por la mañana, para poder abrir los regalos y encontrar a los seres queridos.
Son cada vez más las parroquias en las que la Misa de Medianoche se ha adelantado a las 9 o las 10… y mirando el Misal Romano, parece que hasta Roma la considere una causa perdida. La que antes era una “Misa de Medianoche”, ahora es simplemente una “Misa de noche”.
Aunque haya motivos prácticos para anticipar la misa –y comprendo que quieran llevar a los niños a la Vigilia, que es un verdadero espectáculo– pienso que nos estamos perdiendo algo. Algo antiguo y misterioso.
¿Por qué deberíamos no perder la auténtica Misa de Medianoche? Permítanme responder.
1. Es maravillosamente incómoda e ilógica
Pero la Navidad misma es incómoda e ilógica… la Encarnación, el Dios que se hace hombre, es algo asombroso. Va más allá de la razón. Es milagroso. Es estupendo. Pone el gran misterio del amor de Dios por la humanidad en un lugar improbable: en un niño, en un pesebre, en el periodo más muerto y oscuro del año. Quisiéramos ir a dormir. Pero es precisamente por esto por lo que no deberíamos dormir. Lo mínimo que podemos hacer es dar a este acontecimiento estelar –literalmente, porque está iluminado por una estrella– la atención que merece, convenga o no.
2. Tenemos que despertarnos
Lo digo de nuevo, el mensaje del Adviento siempre ha sido el de “prepararse”, de “despertar del sueño”. La venida de Cristo requiere que nos despertemos para acogerlo. Literalmente. Nos llama a ir donde Él, como hicieron los pastores que –velando sobre su rebaño– corrieron para verlo. Nos pide que dejemos todo como está y vayamos, aun somnolientos, a llevar la gran y alegre noticia.
3. Nada proclama “Enmanuel”, Dios con nosotros, como las brillantes luces de la iglesia en la oscuridad de la noche
Cuando nos reunimos en la iglesia para anunciar al mundo nuestra alegría y para oír cantar a los ángeles, anunciamos también nuestra fe en algo trascendente. Afirmamos la esperanza. Exultamos en la salvación. Acojamos esta maravillosa contradicción y compartámosla unos con otros. Nuestros antepasados se reunían junto a un fuego y se sentían acogidos, protegidos, amados. Nosotros nos reunimos alrededor de la mesa del Señor y nos calentamos en su eterno don, la Eucaristía. Lo necesitamos.
Sí, lo sé: no es tan sencillo. La vida es complicada, las reuniones familiares pueden ser de locura, y ya sólo el hecho de ir a misa es un pequeño gran milagro.
Pero hay algo inspirador, consolador y simplemente maravilloso en adorar a Dios en medio de la noche. Literalmente, a medianoche. Después de todo, somos peregrinos en camino, y gran parte de este camino transcurre en la oscuridad. En el miedo, en la soledad, en la incertidumbre. Pero en esta noche nos desembarazamos de todo esto. Nos arrodillamos y rezamos juntos, a pesar de la oscuridad, junto a la mayor luz que se pueda imaginar, Enmanuel, cantando alabanzas al Rey recién nacido.
Creo que vale la pena despertarse para hacer algo así.