Arzobispo de Damasco pide tres regalos urgentes al Niño Jesús: paz, perdón y compasión
«El ruido infernal de la guerra sofoca el canto de Gloria de los ángeles. La sinfonía angelical de la Navidad deja su lugar al odio, a crueles atrocidades llevadas a cabo en la indiferencia global. Hoy pedimos al Emanuel, al Dios-con-nosotros, que traiga, con su gracia, los dones que Siria necesita urgentemente: la paz, el perdón y la compasión». Es el llamado de Samir Nassar, arzobispo maronita de Damasco que, en vista de la Navidad, vuelve a pedir a todos los actores involucrados y a la comunidad internacional un compromiso serio para pacificar la nación siria.
Frente a la oleada de ataques terroristas que han golpeado nuevamente Europa y Turquía, el obispo Nassar recordó en una conversación con Vatican Insider que «después de cinco años de guerra, la población en Siria comparte el destino de todos los que sufren y vivirá otra Navidad presa del disgusto, de la ausencia de comida, del frío, en condición de indigencia y de pobreza, entre luto y sufrimiento, mientras el país sigue devastado por la violencia».
«El Niño Jesús tiene muchos compañeros en Siria. Millones de niños ya no tienen casa y viven sin techo, en tiendas o viviendas improvisadas, justamente como el pesebre de Belén. Jesús no está solo en su miseria. Los niños sirios, abandonados, huérfanos y psicológicamente devastados por las escenas de violencia que han vivido y visto quisieran estar en el lugar de Jesús, porque Cristo por lo menos siempre tiene consigo a sus padres. Esta amargura se ve en sus ojos, en sus lágrimas y en su silencio mortificante», contó con palabras muy duras el obispo maronita.
«Muchos niños sirios envidian a Jesús —prosiguió— porque Él encontró por lo menos un lugar humilde para nacer y un techo, mientras algunos de ellos nacieron bajo las bombas o durante un éxodo que los llevó lejos de su patria».
También las mujeres sirias se identifican con la Virgen María: «Hay en Siria muchas madres en dificultades: madres desafortunadas que viven en condiciones de extrema pobreza, obligadas a hacer los deberes familiares solas, sin sus maridos, muertos o desaparecidos. Mujeres que buscan en Cristo un poco de consuelo. Cuando ven a la Sagrada Familia y ven la presencia tranquilizado de José, estas madres lloran por sus familias que no tienen un padre: esta ausencia alimenta el miedo, el ansia y la preocupación».
«De la misma manera, los hombres, desempleados o exhaustos de buscar lo mínimo indispensable para sus seres queridos, ven en san José a un hombre que supo cuidar a su familia, en el momento de la necesidad, del hambre y del peligro, incluso huyendo, en un viajo como prófugos, a Egipto», reveló Nassar hablando de la imagen de un moderno «pesebre sirio».
También los pastores y sus rebaños, «hablan de los pastores sirios que han perdido su ganado en esta guerra» e «incluso los perros de los pastores comparten la suerte de los animales domésticos en Siria, que vagan entre las ruinas y se alimentan de pedazos de cadáveres o de basura».
El año pasado, la comunidad católica maronita recibió el regalo e una nueva iglesia en el barrio de Kachkoul, en la periferia este de Damasco, dedicada a los beatos Hermanos Massabki, mártires de la capital siria asesinados en 1860. Ese fue «un auténtico don de la Navidad: un oasis de oración y un signo de alegría y de esperanza en medio de un mundo de violencia, de intolerancia y de miedo», recordó el obispo.
Hoy, para la población devastada por el conflicto, la precariedad y la violencia, «la luz de Cristo es la única que trae consuelo y esperanza. Su cercanía a la humanidad expresada en el misterio de la encarnación, difunde la valentía para vencer la muerte y la confianza en un futuro de paz, perdón y compasión», indicó.
Esa paz que los bautizados sirios, en sus celebraciones navideñas, en iglesias que estarán llenas de gente a pesar de los peligros y de los bombardeos, invocan y esperan para todo el Oriente Medio y para Europa, nuevamente marcada por actos de trágica violencia contra civiles inermes: «Nuestra comunidad, herida por el sufrimiento, está aprendiendo, con la acción de la gracia de Dios, a sacar el bien incluso del mal, experimentando cada día la compasión y la solidaridad para con el prójimo».
Un espíritu que puede servir de ejemplo para todos los cristianos de todo el mundo.