Brutal sitcom sobre el matrimonio occidental y el fracaso de los sueños de la generación de Sexo en Nueva YorkTienes entre cuarenta y cincuenta años. Te miras al espejo y temes hacerte mayor. Haces balance de vida. Miras a tu cónyuge y le aborreces: esas pequeñas idiosincrasias que antes te atraían ahora te molestan. Se te pasa el arroz. Recelas. Hay que hacer algo: piensas que a tu aire irías mejor. La situación es Divorce y es el retorno de Sarah Jessica Parker a HBO a los diez años de Sexo en Nueva York. “Una mirada bastante honesta y brutal a un matrimonio estadounidense”, según la actriz.
Tenemos a Frances (Parker) y Robert (Church). Mediana edad. Llevan años casados, los suficientes para tener dos hijos y una casa fuera de Nueva York. La City está bien para cuando eres joven y esnob; la vida en familia exige otras topografías. Lejos de Manhattan el matrimonio vive sin glamour ni sexo. Hace frío. Él es un hombre de antes; ella, una mujer de ahora. Se aman, pero están enfadados. La vida cotidiana les puede.
Como Sexo en Nueva York¸ esto va de chicas: tampoco las amigas de Frances padecen mejor suerte. La una, Diane (Shannon), es asquerosamente rica, no tiene hijos y detesta a su marido, al que dispara a la primera de cambio. La otra, Dallas (Balsam), tiene el cupo del fracaso: es viuda, divorciada, y cínica de vuelta.
Algo falla. Todo ese sexo en la City ha quedado en nada. Y entonces viene aquello del balance de la vida y pensar que habría que cambiar algo. Frances quiere el divorcio; Robert, arreglarlo. Hay un amante; él lo descubre y asume el divorcio. El amante desaparece pero la ruptura sigue. Ella querrá empezar de nuevo y montar una galería de arte; él se pondrá en forma, visitará la Iglesia y vivirá solo en su trabajo. Pero el final del matrimonio no parece ser tan feliz como prometen. Todo es más duro de lo que pensaba Frances.
Al estilo de The Affair y otras producciones análogas, Divorce sigue la tendencia a mostrar personajes de mediana edad cansados que resetean sus vidas, momento en el que los sueños dorados de juventud han fracasado. La adolescencia se ha alargado y los jóvenes que empezaron con Sexo en Nueva York pasan ya la cuarentena.
Sin embargo, siguen siendo unos niños a la hora de afrontar cualquier controversia. Veinte años después de su inicio, HBO reclama su clientela de antaño (la que ahora paga), las seguidoras de Carrie Bradshaw o de Sarah Jessica Parker, que es lo mismo.
A través de minicápsulas de media hora, esta sitcom nos muestra el desmoronamiento de todos los grandes sueños de Sexo en Nueva York. Carrie se ha convertido en Frances, y esta, en Emma Bovary, ese personaje literario que escapa de su matrimonio a través de idilios y evasivas. “Es tiempo contra los hombres”, afirma un personaje. No hemos crecido bien. La realidad nos aplasta. Toma a la ligera las amistades, el sexo y las relaciones, y nos vemos en veinte años… El resultado es Divorce, una generación que se pasa el rato hablando del trabajo, que necesitan terapeutas, que descuidan a los niños (a los que compensan luego con cualquier cosa), y que desconfían entre sí.
Una comedia trágica en la que el humor (¡fantástico Church!) es una distancia necesaria. Horgan (Catastrophe) explora el dolor de un matrimonio en un callejón sin salida. Tras un piloto un pelín flojo, los diálogos van ganando y se vuelven inteligentes e hilarantes. Los personajes nos ganan el afecto. Queremos al torpe Robert y aceptamos la frágil Frances. Nos resistimos con ellos a la ruptura final. El matrimonio no es fácil, pero peor es el divorcio. No existe el matrimonio perfecto; existen las dificultades y el error, el amor viviendo en la fragilidad. Y esto es artesanía, perdón y día a día.