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El problema con la cultura del “vamos, chica, tú puedes”

Mujeres al poder

Michele Paccione/Shutterstock

Robert Barron - publicado el 16/12/16 - actualizado el 19/04/23

¿Te has fijado en la mujer conquistadora suprema que aparece en las series y películas?

Los estrenos de las películas Deepwater Horizon y Sully, protagonizadas por Mark Walhberg y Tom Hanks, respectivamente, suponen una bocanada de aire fresco, ya que ambas películas tratan sobre hombres que son inteligentes, virtuosos y silenciosamente heroicos. Si esto podría parecerles una observación banal, quizá sea porque no han estado siguiendo de cerca la cultura popular de los últimos veinte años.

Una de las características distintivas de los estrenos cinematográficos y programas de televisión ha sido la “Simpsonización homeriana” de los hombres. No me malinterpreten, soy un gran fanático de los Simpson y me río de las insensateces de Homer tanto como el vecino. Ahora bien, el padre de la familia Simpson es más bien estúpido, su comportamiento es torpe, está ebrio la mayor parte del tiempo, es irresponsable, cómicamente incompetente e infantil.

Ya en el mundo real, resulta obvio cómo Homer es interpretado por Peter Griffin en la serie Family Guy, quien a su vez es un payaso. En ambos casos, las esposas —Marge en Los Simpson y Lois en Family Guy— son quienes poseen el cerebro, la competencia y responsabilidad moral.

En Los Simpson, Homer es imitado por su hijo Bart, quien es travieso, tonto y carece de motivación; por su parte, Marge es imitada por su hija Lisa, quien es híper-inteligente, súper-competente y posee una alta sensibilidad moral.

En un episodio memorable, Lisa teme haber heredado los terribles atributos de su padre pero se alegra al descubrir, ya cerca del final del episodio, que el “gen estúpido” se comunica solamente a los varones en el linaje Simpson.

En otra de mis escenas favoritas, durante una crisis moral se le dice a Homer que consulte esa “voz apenas perceptible que le permite diferenciar el bien del mal” a lo cual él responde: “¿te refieres a Lisa?”.

Si consideran que esta ridiculización de los hombres se restringe exclusivamente a las caricaturas, piénsenlo nuevamente. El personaje de Ray Romano en Everybody Loves Raymond, el personaje de Ed O’Neill en Married With Children, y el de Ty Burrell en Modern Family: todos ellos son variaciones de la temática de Homer Simpson.

A esto agreguémosle la presentación de los padres no sólo como ineptos, sino también como padres terroríficos, como ocurre en Juego de tronos, o como padres ausentes e indiferentes, como ocurre en Stranger Things.

También me pregunto si se habrán percatado de un personaje que puede encontrarse en prácticamente cada película hecha en la actualidad. Llamo a este personaje “la mujer conquistadora suprema”. Casi sin excepción, dicha mujer es subestimada por los hombres y termina demostrando que es más inteligente, astuta, valiente y habilidosa que cualquier hombre.

Sea una comedia romántica, un drama de oficina o una película de aventuras, la “mujer conquistadora suprema” aparecerá casi inevitablemente. Ella debe mostrar su valor de una manera dominante, esto es, por encima y en contra de los hombres. Para que ella muestre ser fuerte, los hombres deben mostrarse débiles. Un ejemplo particularmente bueno es la película más reciente de la saga Star Wars.

Ahora bien, comprendo perfectamente la preocupación legítima de las feministas respecto a los medios de comunicación que muestran a las mujeres como tímidas, reservadas y serviles ante los hombres.

Admito que en la mayoría de las películas de acción/aventura de mi infancia las mujeres solían ser quienes se torcían el talón o eran capturadas y requerían ser rescatadas por un héroe temerario, y me imagino cuán irritante pudo haber sido esto para varias generaciones de mujeres. Por lo tanto era necesario corregir esto de cierta manera.

No obstante, lo problemático en la actualidad es la naturaleza nietzscheana de la reacción que ha habido, esto es, la insistencia en que el poder femenino debe ser manifestado por encima y en contra de los hombres, así como el énfasis puesto en que dicho poder deriva en un conflicto de suma cero entre hombres y mujeres.

En pocas palabras, no es suficiente mostrar a las mujeres como inteligentes, comprensivas y buenas, sino que debe mostrarse a los hombres como estúpidos, insensatos e irresponsables.

El efecto que este contraste brutal está teniendo en los hombres más jóvenes se está volviendo cada vez más evidente.

En medio de la cultura feminista del “vamos, chica, tú puedes”, muchos niños y jóvenes se sienten desorientados y temen que cualquier expresión de sus propias cualidades y virtudes sea interpretada como agresiva o insensible. Si desean una prueba concreta de ello, lean las estadísticas sobre el éxito femenino y masculino a nivel universitario.

Este fenómeno también puede observarse en películas tales como Fight Club y The Intern. En la primera, el personaje de Brad Pitt se lamenta con su amigo afirmando: “somos niños de 30 años”; en la segunda, el arquetipo clásico masculino interpretado por Robert de Niro intenta poner en forma a un grupo de colegas veinteañeros abandonados, inseguros y sin ambición y, por supuesto, bajo el dominio de la “la mujer conquistadora suprema”.

Puede ser que, con relación al dinero, el poder y el honor, el modelo de suma cero realmente proceda; sin embargo, es indudable que no aplica en el campo de la verdadera virtud.

La persona genuinamente valiente no se siente amenazada por el coraje ajeno, de igual manera que el hombre verdaderamente moderado no se siente amenazado por la moderación ajena, ni la persona verdaderamente justa se siente amenazada por la personalidad justa de su vecino, y el amor verdadero se alegra en el amor mostrado por otra persona.

Por lo tanto, debería ser posible sostener la virtud de la mujer sin negar la virtud del hombre. De hecho, si analizamos en detalle la personalidad de “la mujer conquistadora suprema” vemos que ejemplifica las peores características masculinas: agresividad, desconfianza, hipersensibilidad, crueldad, etc. Esto es consecuencia de que el marco de referencia clásico ha sido reemplazado por el nietzscheano.

Mi punto de vista es que es posible —y eminentemente deseable— decir “vamos, chico, tú puedes” con tanto vigor como “vamos, chica, tú puedes”. Y tanto hombres como mujeres se beneficiarían de ello.

Por Robert Barron, obispo auxiliar de Los Ángeles

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