Los programas de preparación sigue evolucionando, pero la formación parental en curso ayudarían a los niños a comprender verdades importantes, en etapas tempranasHace poco supimos de la experiencia de Alexa Covington al contratar un terapeuta familiar y matrimonial antes de casarse con su actual marido, debido a que sentían que el curso prematrimonial de su parroquia les sabía a poco. Según parece, este sentir es algo común.
Es un asunto que nos lleva a pensar sobre la situación del catequista parroquial. ¿Qué tipo de dificultades tiene que afrontar al tratar de satisfacer las necesidades de parejas de prometidos que normalmente están hasta arriba de planes de boda?
Después de haber trabajado con estas parejas durante seis años, les puedo asegurar a ustedes que no es fácil. La preparación al matrimonio es una invención relativamente reciente que la Iglesia católica ha ido desarrollando durante los últimos 50 años, sin encontrar todavía la fórmula perfecta. En otros tiempos, los prometidos recibían su “preparación” a través del ejemplo de sus padres y de la familia en general, más tal vez una o dos reuniones con el párroco antes de formalizar el registro.
Si combinamos la constante evolución de los programas de la Iglesia con la normalización del divorcio en la cultura popular, lo cierto es que la Iglesia siempre ha tenido que ir poniéndose al día.
Recientemente, obispos y cardenales de todo el mundo han considerado la necesidad de un “catecumenado matrimonial” más intensivo, con la esperanza de que prepare mejor a las parejas para el matrimonio.
Al margen de las conclusiones que se conciban a nivel internacional, creo que existen tres áreas principales que necesitan tratamiento en los Estados Unidos antes de que podamos ver un cambio significativo en la preparación al matrimonio.
Formación
Cuando me seleccionaron como coordinador de los cursos prematrimoniales de nuestra parroquia, yo mismo estaba recién casado. Básicamente, mi pastor me dijo: “Ea, a ti te toca encargarte de los cursos prematrimoniales”. Yo no tenía ni idea de lo que estaba haciendo y traté de seguir el esquema que me dio mi pastor. Por entonces no había preparación diocesana ni casi ningún programa accesible. Seis años más tarde, yo seguía “improvisando” y ya había llevado casi una docena de programas diferentes sin directrices claras para ninguno.
Para poder avanzar, la formación de catequistas legos, sacerdotes y diáconos ha de ser una prioridad. ¿Qué bien podría hacer un “catecumenado matrimonial” si nadie en él sabe qué es ni cómo implementarlo?
Preparación remota
Parte del problema en la preparación al matrimonio es el hecho de que muchas parejas no saben qué es lo que necesitan saber. El primer día de un retiro para preparación al matrimonio no debería ser la primera ocasión en que la pareja oiga hablar de la doctrina de la Iglesia en relación a la convivencia y la contracepción.
Ergo, una preparación realista al matrimonio debería empezar en la escuela secundaria o antes, y no debe ser simplemente una lista de cosas que no deben hacer. Han de estar convencidos desde el corazón de que seguir el plan de Dios para el matrimonio es vital para su felicidad última.
La doctrina de la Iglesia en relación al matrimonio ha de venir también de múltiples fuentes: del catequista, del sacerdote y, sobre todo, de los padres. Por esta razón hay muchas diócesis en todo Estados Unidos que realizan programas destinados a catequizar primero a los padres, animándoles cuando vienen para el Bautismo y la Primera Comunión a que eduquen a sus hijos en la belleza de las enseñanzas de la Iglesia. También ayudaría enormemente a los padres el que las parroquias ofrecieran constantemente formación para adultos.
Flexibilidad
Mi firme opinión es que no existe un curso prematrimonial “talla única”. Cada pareja, juntos e individualmente, están en una etapa diferente del viaje y el catequista necesita ser flexible. Si llega una pareja con prácticamente cero conocimientos de la fe, el catequista tiene que poder ajustarse y tratar cuestiones más fundamentales antes de entrar en teología.
Si llega otra pareja que ha leído la Teología del Cuerpo de Juan Pablo II en el italiano original, obviamente empezar desde el nivel básico sería contraproducente. Sería beneficioso para el catequista comenzar con un diálogo con la pareja que le permitiera discernir qué es lo que necesitan antes de casarse.
Además, cada pareja que va a la preparación al matrimonio tiene necesidades concretas y una disponibilidad particular. He conocido a parejas que pueden reunirse con gusto una vez a la semana, mientras que hay otras que vienen desde fuera de la ciudad y solo pueden reunirse una vez y en un fin de semana. Hay que explorar modelos alternativos de comunicación, en especial el reciente aumento en cursos prematrimoniales a través de Skype.
A fin de cuentas, según dijo una vez san Juan Pablo II: “Según vaya la familia, así irá la nación y así irá el mundo entero en que vivimos”. Debemos hacer de la preparación al matrimonio una prioridad y descubrir nuevas formas para responder a los numerosos desafíos a los que se enfrentan los catequistas a la hora de preparar a la siguiente generación. Nuestro futuro depende de ello.