“¿Eres Tú, Señor, o tengo que seguir esperando?”Quiero esperarlo todo de Dios. Las expectativas me producen una honda insatisfacción cuando no se realizan. La esperanza por su parte me hace mirar siempre más allá de lo que me quita la paz en el presente.
En esta pregunta se esconde la pregunta que todos alguna vez nos hemos hecho: “¿Eres Tú, Señor, o tengo que seguir esperando? Prefiero que me lo digas ahora para no ilusionarme contigo, seguirte y después quedarme vacío. Prefiero que me lo digas ahora para no decepcionarme más después. ¿Eres Tú? Hay algo que me dice que sí eres”.
La pregunta ante el abismo de la duda. ¿Cuántas veces en la vida la he sentido? Pienso mucho en esta pregunta. Es profunda. Habla del anhelo de toda una vida. De la ilusión de que por fin tanta espera haya merecido la pena.
Esa pregunta encierra un temblor. Es una duda muy humana y pienso que muy bonita. Porque es cara a cara con Jesús. Esa pregunta es la nuestra en muchos momentos de nuestra vida. ¿Cuál es la señal que me dice que Dios está junto a mí todos los días?
Necesito tocarlo. Esa promesa a veces no me basta. No veo a Jesús, no toco sus manos. Dios se manifiesta para mí de una forma que encaja con mi corazón, es verdad. Pero no siempre sucede y surge la duda.
Me paro a pensar. ¿En qué cosas reconozco yo a Jesús en mi vida? Él se inclina ante mi pequeñez y me habla al oído con un lenguaje que comprendo sólo yo. Y yo le pregunto: “¿Eres Tú, Señor, o tengo que seguir esperando?”.
Es la pregunta del Adviento. De la llegada de Dios a mi alma, a mi vida, a mi tierra. Me gusta pensar en mi señal. Su estilo conmigo que me habla de un Dios que no me deja nunca. Él toca siempre algunas teclas de mi alma para que sepa que está a mi lado. ¿En qué reconozco yo la presencia de Dios?