Justicia en la asignación de tierras, los salarios agrícolas y el acceso a los mercados“Con la atención prestada al mundo rural arraigada en la doctrina social de la visión de la iglesia, vosotros sois representantes genuinos del imperativo de “cultivar y mantener el jardín del mundo” al que estamos llamados si queremos dar continuidad a la acción creadora de Dios y proteger la casa común”, ha dicho el Papa recibiendo esta mañana en la Sala del Consistorio del Palacio Apostólico a los participantes en la reunión de la Asociación Rural Católica Internacional (ICRA) que acaba de concluir.
Francisco se refirió a la agricultura como un trabajo, “a veces agotador pero efectuado con la consciencia de hacer algo por los demás, cultivando con amor la tierra para asegurar sus frutos, siguiendo los ciclos de las estaciones y afrontando dificultades debidas al cambio climático, agravados, desgraciadamente, por la negligencia humana”.
“Vivimos la paradoja de una agricultura que ya no se considera como el sector primario de la economía, pero que mantiene una clara relevancia en las políticas de desarrollo, en las disparidades en materia de seguridad alimentaria, así como en la vida de las comunidades rurales –dijo el Santo Padre – En algunas zonas geográficas, de hecho, el desarrollo agrícola sigue siendo la principal respuesta posible a la pobreza y la escasez de alimentos. Pero esto significa poner remedio a la carencia de aparatos institucionales, a la inicua adquisición de tierras cuya producción se substrae a sus beneficiarios legítimos, a métodos especulativos injustos o a la falta de políticas específicas, nacionales e internacionales”.
“Si miramos al mundo rural de hoy vemos claramente que la primacía de la dimensión del mercado, orienta las acciones y decisiones. ¡Los negocios, primero de todo!”, exclamó. “Aún a costa de sacrificar los ritmos de la vida agrícola, con sus momentos de trabajo y de tiempo libre, del descanso semanal y el cuidado de la familia. Para aquellos que viven la realidad rural esto significa constatar que el desarrollo no es el mismo para todo el mundo, como si la vida de la comunidad campesina valiese menos. La misma solidaridad, ampliamente invocada como un remedio, es insuficiente si no se acompaña de la justicia en la asignación de tierras, de los salarios agrícolas o en el acceso a los mercados. Para los pequeños agricultores sigue estando lejos la participación en las decisiones, debido a la ausencia de las instituciones locales y a la falta de reglas claras que reconozcan valores como la honestidad, la corrección y sobre todo la lealtad”.
“¿Qué hacer?” –se preguntó- para afirmar después que la historia de la ICRA demuestra que es “posible conjugar ser cristianos con actuar como cristianos en la realidad del mundo agrícola, donde el significado de la persona humana, la dimensión familiar y social, el sentido de la solidaridad son valores esenciales, incluso en las situaciones de mayor subdesarrollo y pobreza”. “Vuestra estructura mundial, las relaciones con las grandes organizaciones internacionales son el camino a través del cual es posible para una ONG de inspiración cristiana como la vuestra, reaccionar a los desafíos y responder a las necesidades –constató- Pero para ello hace falta un suplemento de humanidad, hecho sobre todo de decisiones valientes y competencias constantemente actualizadas, para cooperar con las instituciones estatatales e internacionales a la hora de poner a punto técnicas y hallar solución a los problemas, siempre en clave humanizadora. Un papel activo, por lo tanto, que ayude al mundo rural a no permanecer al margen de las decisiones políticas, de los planes reguladores o de la acción en los diversos sectores de la vida social y de la economía”.
Los proyectos de formación de ICRA “ son justamente críticos con el modelo orientado a los “agronegocios”, y ponen énfasis en cambio en las necesidades reales, de acuerdo con las condiciones de las personas y los lugares. Esto no sólo evita las pérdidas y el desperdicio en la producción, sino también el recurso incauto a técnicas que, en nombre de una cosecha abundante, pueden eliminar la variedad de especies y la riqueza de la biodiversidad y, además no se conocen las repercusiones sobre la salud humana. Cuando vemos tantas enfermedades, llamadas “raras”, que no se sabe de donde vienen, tendríamos que interrrogarnos. Que no pasemos a ser ” testigos mudos de gravísimas inequidades” como cuando “se pretende obtener importantes beneficios haciendo pagar al resto de la humanidad, presente y futura, los altísimos costos de la degradación ambiental”.
Por último el Papa hizo hincapié en que “a la hora de contribuir a la actividad de las instituciones internacionales, el papel de una ONG firmemente anclada en la doctrina social de la Iglesia es, ante todo, construir puentes, a partir de un conocimiento profundo de las propias raíces, y no limitarse a participar en los procesos, sino trabajar por un cambio de estrategias y proyectos. Esto requiere una experiencia que se sustituya a la improvisación, incluso a la que pone de manifiesto una buena voluntad o un fuerte sentido de altruismo. Como miembros de ICRA estáis llamados proponer un estilo de vida sobrio y una cultura del trabajo agrícola que tiene sus bases, así como sus objetivos, en la centralidad de la persona, en la disponibilidad del otro y en la gratuidad”.
“Me permito una anécdota personal –añadió- hace algo más de un mes hablé con un campesino. Me contaba como podaba los olivos. Un campesino sencillo, que cultivaba aceitunas. Y cuando me contaba como lo hacía, os aseguro que yo veía ternura; tenía esa relación con la naturaleza. Y podaba sus árboles como si fuera su padre, con ternura.. ¡Que no se pierda esta relación con la naturaleza, con la creación. Esto nos asegura dignidad a todos.
“Bendigo de corazón vuestros esfuerzos –terminó – y rezo con vosotros al Señor para que cuide a todos los trabajadores de la tierra, a los hogares rurales y a cuantos trabajan en el mundo agrícola. Y os pido que por favor me recordéis en vuestras oraciones, porque lo necesito. Gracias”.