Encuentro con la comunidad del Seminario Regional Pontificio de Apulia Pío XIEsta mañana en la Sala Clementina del Palacio Apostólico, el Santo Padre ha recibido en audiencia a la comunidad del Seminario Regional Pontificio de Apulia Pío XI, a quien acompañaban los obispos de esa región italiana . El Papa improvisó un discurso dirigido a los seminaristas y les entregó el texto que reproducimos a continuación.
“Os encuentro con alegría y os saludo a todos los que formáis la comunidad del Seminario Regional Pontificio de Apulia Pío XI, acompañados por los obispos de la región. Agradezco al rector sus amables palabras y os saludo de manera especial a vosotros, queridos seminaristas, que gracias a Dios, sois numerosos.
Me gustaría retomar brevemente con vosotros lo que ya dije sobre la identidad y el ministerio de los presbíteros durante la asamblea de los obispos italianos la primavera pasada.
En aquella ocasión describí el ministerio de un presbítero a través de una triple pertenencia: al Señor, a la Iglesia, al Reino. Esa pertenencia, naturalmente no se improvisa, ni nace después de la ordenación. Si antes, es decir durante los años del seminario, no se ha cultivado, custodiado, hecha crecer con atención y sentido de responsabilidad. Por eso quisiera aprovechar vuestra visita para retomar esa reflexión que creo importante también para los jóvenes seminaristas que se están preparando para ser sacerdotes.
En primer lugar la palabra “pertenencia” lleva en sí la idea de sentirse parte de un todo. Solo si nos sentimos parte de Cristo y del Reino caminaremos bien durante los años del seminario. Y para captar ese todo es necesario levantar la mirada, dejar de pensar que yo sea toda mi vida.
El primer obstáculo a superar es, pues, el narcisismo. Es la tentación más peligrosa. No todo empieza y termina conmigo, puedo y debo mirar más allá de mi, hasta darme cuenta de la belleza y la profundidad del misterio que me rodea, de la vida que me supera, de la fe en Dios que sostiene todas las cosas y a todas las personas. ¿Cómo podré darme cuenta de Cristo, si me miro solo a mí? ¿Cómo podré ser capaz de disfrutar de la belleza de la Iglesia, si mi única preocupación es salvarme, ahorrarme, salir indemne de cualquier circunstancia? ¿Cómo podrá entusiasmarme la aventura de construir el Reino de Dios, si todo entusiasmo se frena por el miedo a perder algo de mí?
En este tiempo litúrgico de Adviento, donde resuena con fuerza la invitación del Señor a la vigilancia estamos invitados a vigilar sobre el riesgo real de ser narcisistas, porque sin esta vigilancia ningún camino vocacional es realmente posible.
Pertenecer, también significa saber cómo relacionarse. Es necesario prepararse par ser ante todo hombres de relación. Con Cristo, con los hermanos con los que compartimos el ministerio y la fe, con todas las personas que encontramos en la vida ¡Y a saber cómo vivir bien las relaciones se inicia en el seminario! No se puede pensar en caminar hacia el sacerdocio sin haber tomado esta decisión: Quiero ser un hombre de relaciones.
Esta debe ser la primera atención en estos años, la primera meta formativa. La construcción de la comunidad, que un día tendréis que guiar como sacerdotes, inicia en la vida diaria del seminario, sea entre vosotros que con las personas que encontráis en vuestro camino. No os sintáis diversos de vuestros coetáneos, no penséis que sois mejores que los demás jóvenes, aprended a estar con todos, no tengáis miedo de ensuciaros las manos.
Si mañana seréis sacerdotes que viven en medio del pueblo santo de Dios, comenzad hoy a ser jóvenes que saben estar con todos, que pueden aprender algo de cada persona que conocen, con humildad e inteligencia. Y que el fundamento de todas las relaciones sea la relación con Cristo: a medida que lo conocéis, que lo escuchéis, que os unís a El en la confianza y en el amor, haced vuestro su amo, ponedlo en relación con los demás, convertíos en “canales” de su amor a través de vuestra madurez relacional.
El lugar en que crece la relación con Cristo es la oración, y el fruto más maduro de la oración es siempre la caridad.
Por último, la pertenencia debe confrontarse con su opuesto, que es la exclusión, el rechazo. Quien crece en la pertenencia a Cristo y descubre en él una mirada que abarca a todos: ¿Cómo puede ser un hombre que excluye? Empezad por la vida común que lleváis en el seminario. ¿hay alguno excluido, que se queda al margen?
Vuestra pertenencia a Cristo os pide que salgáis a su encuentro, que lo pongáis en el centro, que lo ayudéis a que se sienta, también él, parte de la comunidad. A medida que crecéis en el sentido de pertenencia a la Iglesia y saboreais la belleza de la fraternidad, aprended a pediros el esfuerzo de perdón, tanto en las cosas pequeñas como en las grandes. Si no hay nada en la vida excluido de la mirada misericordiosa del Señor, ¿por qué nuestros ojos tendrían entonces que excluir a nadie?
Sé que sois un gran seminario, visitado por la gracia del Señor con muchas vocaciones. Esta abundancia es también una responsabilidad. Debemos estar atentos a la calidad del proceso de formación, los números no son suficientes. Por esto, para que podáis caminar siempre con una formación de buena calidad, os aseguro mi oración, agradeciendoos vuestra visita. Y vosotros, también, por favor, no os olvidéis de rezar por mí”.