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Opus Dei - publicado el 06/12/16

"Desde el púlpito siento una emoción similar a la del puesto del bateador de béisbol"

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Larry Swink es sacerdote de una parroquia cercana a Baltimore (Maryland, EE.UU.) y jugador de un equipo de béisbol formado por párrocos. Habla de por qué los sacerdotes necesitan el apoyo espiritual y humano de sus hermanos en el sacerdocio.

¿Qué papel desempeñó su familia en su vocación sacerdotal?

Provengo de una familia numerosa, con 10 hermanos y hermanas. Eso fue muy importante para plantar la semilla de mi vocación. Mis padres son supernumerarios del Opus Dei. Ver en ellos el amor y el sacrificio necesarios en el matrimonio me hizo abrirme con facilidad a la llamada al sacerdocio.

Un día al llegar de la universidad, recuerdo haber visto a mi padre rezando en la sala de estar, haciendo un rato de oración mental. Me preguntaba por qué estaría haciendo eso.

Más tarde, cuando comencé a frecuentar la formación que ofrece el Opus Dei, comprendí que su vida de oración le ayudaba a hacer bien su trabajo y a sacar a la familia de todas las dificultades que atravesaba. Le veía ir a misa todos los días y rezar el rosario en familia. Ver a mis padres acudir muy a menudo a los sacramentos tuvo un gran impacto.

Asististe a una escuela en el colegio The Heights, de Washington, donde la formación cristiana está confiada al Opus Dei. ¿Cómo te ayudó a prepararte para tu vocación de sacerdote?

Miro hacia atrás con muy buenos recuerdos. Rezar era algo normal en mi vida de joven y me doy cuenta de que nos animaban a adquirir las virtudes. También nos fortalecían el carácter: en otros colegios, si está lloviendo un poco no te dejan jugar en el patio, y tienes que quedarte dentro. En The Heights recuerdo grandes partidos bajo la lluvia, en el barro.

Mis amigos que iban a otras escuelas, decían: “¿Te dejaron jugar en el recreo?”. Nos educaron para no tener miedo y crecer como hombres.

Tus antecedentes deportivos, ¿han sido útiles en tu trabajo como sacerdote?

Por supuesto. Jugué al béisbol durante cuatro años en la escuela The Heights, y después en el equipo de la universidad de Dallas. Actualmente, juego en un equipo de béisbol formado por sacerdotes llamado “Fathers DC”. Aunque yo debería retirarme pronto de los campos, el resto son todos sacerdotes y seminaristas.

El deporte te enseña a ser perseverante, especialmente el béisbol. El béisbol es un juego de prueba y error. Si tú golpeas tres bolas de cada 10, se te considera una súper estrella en las ligas mayores. Es importante comenzar de nuevo una y otra vez.

Como sacerdote, encuentro apasionante ayudar a la gente a ver que hay un deporte más importante, que es tratar de llegar al cielo, de ser santo.

¿Cuándo pensaste en hacerte sacerdote?

Sucedió cuando era un estudiante en la Universidad de Dallas y estaba haciendo un semestre en el extranjero, en Roma. Me cayó bien el capellán que teníamos allí. Siempre estaba disponible para confesar, para hablar.

Ese capellán me invitó a esquiar con otros cuatro chicos al lugar donde Juan Pablo II solía practicar ese deporte. Fue uno de mis mejores recuerdos de esos meses en Roma. El sacerdote era un tipo genial, y al mismo tiempo un santo. Y un día me preguntó: “¿Alguna vez has pensado en ser sacerdote?”. No dijo más. Durante cinco años le dí vueltas, pero la semilla quedó plantada ese día.

Después de la Universidad, antes de entrar en el seminario, empezaste a trabajar como agente de Bolsa de Morgan Stanley, ¿verdad?

Sí, empecé a trabajar porque sentía que no estaba listo para el seminario. Tenía aún que descubrir quién era yo, quién era Cristo y aprender a rezar a un nivel más profundo. Nunca había hecho oración mental en serio. Me explicaron la adoración eucarística, e inicié a rezar el rosario todos los días en lugar de una vez a la semana.

Eso comenzó a centrar mis pensamientos y mi trabajo más en Dios. Encontré más alegría en lo que estaba haciendo, y mi corazón se preparó así para una llamada más profunda.

¿Qué recuerdos tienes de tu ordenación?

La primera misa después de la ordenación fue increíble. La primera vez que concelebré con el obispo y consagré el pan y el vino, transformándolos en el Cuerpo y la Sangre de Jesucristo fue…. no hay palabras para describirlo.

Recuerdo que el día de la primera misa salí de la Iglesia un poco aturdido por lo que acaba de suceder y un hombre se acerca y me pregunta: “Padre, ¿puedo confesarme?”. Y yo le dije: “Aquí los sacerdotes confiesan de una a dos”… Inmediatamente pensé: “Un momento, ¡ahora yo puedo confesarle!”. En ese momento entendí que ya era sacerdote, y comprendí que ya no me buscarían a mí, sino a Cristo en mí.

¿Qué es lo que prefieres de ser sacerdote?

Tres cosas: celebrar la misa, confesar y predicar.

Lo que alimenta mi amor por la misa es la adoración. Cada día, hago con los fieles de mi parroquia una hora de oración mental ante el Santísimo Sacramento. Además, siempre me siento en el confesionario antes y después de cada misa. Si lo ofreces, con paciencia, la gente viene.

Yo mismo amo acudir al sacramento de la confesión, ¡lo necesito! Y la predicación me encanta: desde el púlpito siento una emoción similar a la del puesto del bateador de béisbol.

¿Cómo es ser párroco de una iglesia?

Mi parroquia actual es la Parroquia del Sagrado Corazón, en el sur de Maryland. Aquí están algunas de las iglesias más antiguas de los Estados Unidos de América, y existe una rica tradición de catolicismo. Esta parroquia tiene alrededor de 1.600 familias, de las que unas 900 practican la fe, y ese número está creciendo.

A través de jornadas de recogimiento, predicación y retiros, estoy tratando de ayudar a la gente a estar más comprometidos con su fe. Los que van a misa tienen cada vez más ilusión por aspirar a la santidad. Llevo aquí sólo un año y medio, pero me encanta.

¿Cuáles son sus preocupaciones diarias?

Cada día pienso en las personas con las que estaré. Dirijo espiritualmente a muchos hombres y mujeres, y pido a Dios la fuerza para ayudarles de la mejor manera posible.

Cerca de la parroquia también tenemos una prisión, y así una vez por semana tenemos misa en ella. También tenemos cinco residencias, un hospital, una escuela,...

Muchas veces, pienso: “Señor, ¿cómo haré hoy con tanto trabajo? ¿A qué debo dar prioridad?”. A veces ser párroco puede ser abrumador, es como ser el padre de una familia numerosa, que tiene que pedir al Señor, ¿en quién me debo concentrar hoy?

¿Cómo te ayuda la Sociedad Sacerdotal de la Santa Cruz como sacerdote?

Creo que puedo decir que, sin la Obra, sin la Sociedad Sacerdotal de la Santa Cruz, no estaría donde estoy hoy. Obtienes mucho apoyo espiritual en el seminario, pero después de la ordenación, a veces los sacerdotes pueden encontrarse solos.

Uno de los peligros de un párroco es que puedes convertirte en un “solitario guardabosques”. Esencialmente, estás sosteniendo a muchas personas porque eres su pastor, pero nadie se ocupa del párroco.

Nosotros, los sacerdotes, como todos los demás, somos pecadores necesitados de la misericordia de Dios, y necesitamos esa fraternidad y alguien que nos exija como sacerdotes para permanecer fieles a la llamada de Dios.

Para mí, la Sociedad Sacerdotal ha sido un gran refugio para lidiar con mis propias debilidades y para discernir dónde Dios me está llamando como pastor, en mi trabajo, para ser un mejor sacerdote.

Encuentro que no sólo los medios de formación espiritual ayudan, sino que estar con otros sacerdotes te hace gozar de su amistad. La otra cosa que me ha enseñado es que uno de mis principales apostolados está siendo ayudar a mis hermanos sacerdotes a estar cerca de Dios.

¿Cómo intentas ser hermano de tus hermanos sacerdotes?

En el sur de Maryland, los sacerdotes se encuentran muy cerca el uno del otro. Tenemos cenas semanales en una de las parroquias, y hacemos oración mental juntos. No sólo los de la Sociedad Sacerdotal de la Santa Cruz, sino que también invitamos a nuestros amigos sacerdotes. Hablamos de todo: ¿de qué vais a predicar este domingo? ¿Cómo van las cosas en la parroquia? ¿Cuándo jugamos a béisbol?…

¿Qué consejo daría a un joven sacerdote recién ordenado?

Yo le aconsejaría que trate de hacer oración una hora todos los días. Eso no es negociable. Debido a las tensiones y exigencias de la vida parroquial, uno necesita de la fuerza de Dios.

En segundo lugar, desde mi experiencia le aconsejaría contactar con la Sociedad Sacerdotal de la Santa Cruz, porque la formación no se puede detener en el seminario. En la Obra te ayudan a seguir estudiando nuestra fe, y a mirar nuestro sacerdocio como un trabajo “profesional”.

Y, por último, que cuide mucho a sus hermanos sacerdotes. Si alguien está vacilando, llámalo e invítalo a comer.

¿Alguna idea para concluir?

Animaría a los laicos a orar por los sacerdotes. Demasiadas personas asumen que los sacerdotes son santos. Lo que a mí me anima a ser mejor sacerdote es ver a esas mamás y esos papás con familias grandes, que sacrifican tanto para criar a sus hijos en la fe.

A ellos, me consta, les anima ver cómo vivimos el celibato, y como damos toda nuestra vida a nuestra novia, la Iglesia de Cristo. Por eso, la Iglesia es un “trabajo de equipo”. ¡Que recen por nosotros!


Por la Sociedad Sacerdotal de la Santa Cruz

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