Ser dueño de uno mismo es una tarea que hay que practicar a diario¿Cuántas veces me veo gritando más de la cuenta? ¿Cuántas me veo reaccionar con un gran enojo por algo que realmente no valía la pena? Cuántas otras le he gritado a mi hijo, cónyuge, papá o mamá, para luego darme cuenta de que el asunto no era para tanto?
Los sentimientos no tienen connotación moral; es decir, no son ni buenos ni malos. La reacción es inmediata, por ejemplo los celos: te encuentras con que tu hermano está divirtiéndose con tu papá, no te invitan a participar de su diversión y en el acto te invaden las preguntas, como por qué tú papá no se divierte lo mismo contigo que con tu hermano, algo que tal vez ni siquiera tenga fundamento.
A veces el enojo resulta un poco más comprensible, sobre todo si se presenta por injusticias muy evidentes. De una u otra forma, el enojo es una reacción que ocurre en automático. Pero entonces, ¿dónde está mal? El mal está cuando reaccionamos en exceso a estas situaciones, cuando nuestro malestar es desproporcionado y perdemos el control de nuestros actos, porque entonces sí adquiere una connotación moral.
Si, por ejemplo, me río de una situación chusca que le ocurre a una persona, es un acto automático; pero si comienzo a burlarme de ella y la pongo en ridículo, es una agresión directa y tiene un tinte nocivo. Lo mismo pasa si cuando me enojo me sigo de frente hasta insultar o irme a los golpes.
Ser dueño de uno mismo es una tarea que debemos practicar a diario. Con los siguientes pasos podemos lograrlo:
1. Conocerme
2. Aceptarme
3. Amarme
Estos aspectos definitivamente ayudan a la autogobernabilidad.
Muchas veces decimos conocer a la perfección a nuestros hijos, a nuestro cónyuge, a nuestros padres, tal vez a los amigos, ¿pero qué tanto me conozco a mí? El autoconocimiento es difícil, ya que casi nunca nos detenemos en pensar cómo somos; esto nos da miedo, no queremos encontrarnos con alguien que quizás no nos va a gustar.
En cuanto a la aceptación, se obtiene de un proceso que consiste en procurar tener un conocimiento real de una situación determinada, ya sea una crisis, una desgracia, una pena, una pérdida irreparable, un problema irreversible de salud o el arribo de la vejez.
Todo es más fácil si aprendemos aceptar las cosas que se nos presentan, transitorias o permanentes. La muerte es inminente, no la puedo evitar, pero sí puedo mejorar mi vida, mis actitudes, mis hábitos, proponerme cambios factibles; contemplar y disfrutar más la naturaleza, los días de lluvia, los días soleados, ¡eso es lo que hay!
¿Cómo podemos cumplir el primer mandamiento “Amarás a Dios sobre todas las cosas, y a tu prójimo como a ti mismo”? ¿Qué es esto de amarme a mí mismo? Cuando nos preguntan qué es lo que más amamos en la vida, seguramente tenemos una gran variedad de respuestas: a mis hijos con todo mi corazón, a mis padres con todo mi amor, a mi cónyuge con toda mi vida. ¿Y tú? No has pensado que tú debes ser lo más importante de tu vida. Porque no puedes dar lo que no tienes. Porque si tú no estás bien es imposible hacer que lo esté la gente de tu alrededor.
Frecuentemente nos sentimos satisfechos por ser dueños de algunas cosas, ya sea un terreno, una casita, un departamento, un automóvil, ropa, calzado, una medallita, un anillo y muchas otras, pequeñas o grandes, que no acabaríamos de enumerar; pero poco nos ponemos a pensar que lo más importante es ser dueños de nosotros mismos.
Artículo originalmente publicado por SIAME