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Papa Francisco: La Navidad necesita una preparación espiritual

joven llevando una vela de Adviento

© Courtney Carmody

Radio Vaticano - publicado el 04/12/16

Ángelus del Papa sobre cómo es el reino de los cielos

Profetizado por Isaías como “una voz que grita en el desierto”, en el segundo domingo de adviento, Juan Bautista predica: “Conviértanse y crean porque el Reino de los cielos está cerca”. Inspirado en este Evangelio, Francisco recordó que estas son las mismas palabras con las que Jesús da inicio a su misión. Se trata del mismo anuncio feliz: ¡viene El reino de Dios, es más, está cerca, en medio de nosotros!

El Obispo de Roma se preguntó entonces ¿Qué es este reino de los cielos?, y dijo que inmediatamente nosotros pensamos en algo relacionado con el más allá: la vida eterna y es cierto, “pero la bella noticia que Jesús nos trae y que Juan anticipa, es que al reino de Dios no tenemos que esperarlo en el futuro: se ha aproximado y de algún modo está ya presente y podemos experimentar ya dese ahora su potencia espiritual”.

El Papa explicó que Dios viene a establecer su señorío en nuestra vida de cada día; y que allí donde es recibido con fe y humildad germina el amor, la alegría y la paz. Y subrayó que “la condición para entrar y ser parte de este reino es realizar un cambio en nuestra vida, es decir, convertirnos”.

Texto completo de la reflexión del Papa Francisco, previa a la oración del ángelus

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

En el Evangelio de este segundo domingo de Adviento resuena la invitación de Juan el Bautista: «Conviértanse, porque el Reino de los Cielos está cerca» (Mt 3,2). Con estas mismas palabras Jesús dará inicio a su misión en Galilea (cf. Mt 4,17); y este también será el anuncio que llevarán los discípulos en su primera experiencia misionera (cf. Mt 10,7). De este modo el evangelista Mateo quiere presentar a Juan como aquel que prepara el camino al Cristo que viene, y los discípulos como los continuadores de la predicación de Jesús. Se trata del mismo anuncio gozoso: viene el reino de Dios, es más, está cercano, está en medio de nosotros. Este es el mensaje central de toda misión cristiana.

Pero, ¿qué es este reino de los cielos? Nosotros pensamos inmediatamente en algo que tiene que ver con el más allá: la vida eterna. Cierto, el reino de Dios se extenderá indefinidamente más allá de la vida terrena, pero la buena noticia que Jesús nos trae – y que Juan anticipa – es no debemos esperar el reino de Dios en el futuro: se ha acercado, de alguna manera ya está presente y podemos experimentar desde ahora la potencia espiritual. Dios viene a establecer su señorío en nuestra historia, en nuestra vida cotidiana; y allí donde sea aceptado con fe y humildad, germinan el amor, la alegría y la paz.

La condición para entrar y ser parte de este reino es hacer un cambio en nuestra vida, es decir, convertirnos. Es dejar los caminos cómodos pero engañosos, los ídolos de este mundo: el éxito a toda costa, el poder a expensas de los débiles, la sed de riquezas, el placer a cualquier precio. Y abrir en cambio el camino al Señor que viene, Él no quita nuestra libertad, sino que nos dona la verdadera felicidad. Con el nacimiento de Jesús en Belén, es el mismo Dios quien ha venido a habitar entre nosotros, para liberarnos del egoísmo, del pecado y de la corrupción.

La Navidad es un día de gran alegría, también exterior, pero es sobre todo un evento religioso para el cual se necesita una preparación espiritual. En este tiempo de Adviento, dejémonos guiar por la exhortación de Juan el Bautista: «Preparen el camino del Señor, allanen sus senderos» (v. 3).

Nosotros preparamos el camino del Señor y allanamos sus senderos, cuando examinamos nuestra conciencia, cuando escrutamos nuestras actitudes, cuando con sinceridad y confianza confesamos nuestros pecados en el sacramento de la Penitencia. En este sacramento experimentamos en nuestros corazones la cercanía del reino de Dios y su salvación. La salvación de Dios es obra de un amor más grande que nuestro pecado; sólo el amor de Dios puede cancelar el pecado y librarnos del mal, y sólo el amor de Dios nos puede orientar en el camino del bien.

Que la Virgen María nos ayude a preparar el encuentro con este Amor siempre más grande que en la víspera de Navidad se hizo pequeño, como una semilla caída en la tierra, la semilla del Reino de Dios.

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