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Twin Peaks, o cuando aprendimos a esperar

Luis Reguero - publicado el 03/12/16

Un clásico de David Lynch que no pasa de modaAntes de nada, la vida se detuvo en la onírica Twin Peaks. Se criogenizó allí en seco, junto al muelle de la serrería, donde apareció envuelta y plastificada al vacío la belleza, la juventud, el cuerpo lívido y momificado de Laura Palmer.

Antes de todo, antes de los patos de Tony Soprano, del Baltimore marginal y corrupto de David Simon, del ascenso de Peggy Olson y la vida desdoblada del repeinado Don Draper, de la maldad ígnea de Cersei Lannister o la transformación del profesor Walter White, estaba ya el flequillo de David Lynch reinventando la ficción y arañando las paredes del abismo, rompiendo la tabla del lenguaje y la narrativa de la caja vacía de la tele, anticipando parte del cine que estaba incubando: Carretera perdida (1997), Mulholland Drive (2001), Inland Empire (2006)…

Cuando todavía no sabía muy bien que la vida iba en serio, que los veranos blancos arderían deprisa y que una biografía, a grandes rasgos, no es tan distinta de cualquier otra, cuando aún era todo analógico, el amor, el sexo, la amistad y los sueños, y nos faltaba bien poco para dejar atrás la patria de la infancia, la calle natal, el barrio de siempre, viajamos a Twin Peaks, viajamos a la periferia de un mapa de secretos y sospechas.

¿Quién no soñó alguna vez con los ojos cerrados y la boca hinchada de Laura Palmer? ¿Quién no tuvo alguna vez miedo y se enredó entre la telaraña de sábanas nuevas buscando un refugio, buscando alguna lógica para seguir viviendo?

Y aunque ya decía Blanchot que la espera ignora y destruye lo que espera, que la espera no espera a nadie, nosotros hemos aprendido a esperar, nos hemos convertido en expertos esperadores durante 25 años para terminar sabiendo que, en 2017, se producirá el estreno de la tercera temporada de esta serie que dejó una galería de grandes personajes danzando en nuestra memoria, unos personajes que se unen a los que hemos ido coleccionando en esta feria de las sorpresas y las vanidades de seguir vivo.

Pónganse hoy mismo una agradable tarea: refrescar los fascinantes métodos de investigación y la lumínica intuición del agente especial del FBI, Dale Cooper, sus sueños lynchianos y su gusto por el café y las tartas de cerezas; los encantos de Audrey Horne; la voz infantil de la secretaria Lucy Moran; los secretos de Josie Packard o todo lo que esconde Leland Palmer….

Pónganse hoy mismo a revisar esta serie, a contemplar cómo la cámara de David Lynch y Mark Frost se desliza sigilosamente y con la lentitud de un reptil por los animales disecados de las habitaciones, por los cables del teléfono en donde se oyen los gritos de Sarah Palmer, por los objetos que adornan las paredes del Gran Hotel del Norte…

Pónganse hoy mismo otra vez Twin Peaks de cero y dejen sonar la música como si el tiempo no hubiera pasado nunca, como si el tiempo no se hubiera estremecido y estuviésemos siempre de estreno, como si estuviésemos otra vez en secreto estrenando el mundo y sus volcanes.

 

 

 

 

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