¡Sin miedo!Quiero tocar a Dios en medio de mi dolor, de mi caminar por el desierto. Pero a veces le tengo miedo. Me asustan las desgracias. No quiero soltar el timón de mi vida en sus manos. No es el amor lo que domina en mí. Tengo miedo. Temo defraudarlo, herirlo, alejarlo de mí con mis actitudes. No lo sé. Yo solo quiero hacerlo todo con amor y no con temor.
Quiero tocarlo en brazos humanos, en miradas de misericordia. Palpar su predilección por mí. Creo en ese encuentro personal con Dios en medio del desierto. Como Moisés sobrecogido ante la zarza que no deja de arder. Creo en esa llamada personal que Dios me hace para caminar a su lado.
El desierto del Adviento es sólo un tiempo breve que Dios me regala para que esté cerca de Él.
Sé que en mi vida habrá tiempos más largos de desierto, de soledad, de cruz. Tiempos de abandono, en los que no note la presencia de Dios y me confronte con esa mano que quiere conducir mi vida. Tiempos duros en los que la imagen del desierto no será agradable.
En esa soledad de mis fracasos, de mi enfermedad, de mis pérdidas, de mis dolores. Allí me tendré que arrodillar ante Dios y buscar su querer. Tengo que pasar yo solo por esa experiencia. Nadie me puede aliviar la carga. Igual que yo no puedo sacar a nadie de su desierto.
No puedo eludir mi paso por la soledad. Necesitaré esa experiencia para dar un salto de fe, para madurar, para crecer en mi vida espiritual. ¡Qué inmadura es a veces mi fe!
El otro día escuchaba una reflexión sobre las langostas. La langosta crece mudando su esqueleto externo duro, y lo hace con frecuencia. Cuando llega a la edad de siete años, muda una vez al año, y después de eso, una vez cada dos o tres años.
Lo cierto es que va creciendo y por eso necesita el desprendimiento sucesivo de su esqueleto. Al mudar su esqueleto consume mucha energía en el proceso y se queda por un tiempo expuesta a ser atacada por depredadores. Muda en la medida en que va creciendo y ya no está cómoda en su esqueleto.
Pensando en mi crecimiento espiritual, se puede decir que cuando me siento incómodo en mi estructura, busco sucedáneos que calmen mi malestar. Para no cambiar demasiado, para no agotarme.
Pienso que cambiar mi estructura puede ser muy doloroso y exigente. Y por eso tantas veces no crezco, porque no mudo mi rigidez. Porque me acomodo en mi esqueleto antiguo y pequeño aunque por dentro me agobie tener tan poco espacio.
Me hace bien preguntarme entonces si necesito romper esa estructura rígida en la que me he metido para poder así seguir creciendo.
Quiero ver si tengo rigideces que no me dejan avanzar en mi vida espiritual. Quiero saber si me conformo con permanecer constreñido en lo de siempre sin atreverme a cambiar. Tengo miedo a mirar a Dios que me pide cambiar. Me da miedo dejar mis comodidades. Mis hábitos adquiridos.
Me da miedo ese Dios exigente que parece no estar contento del todo con mis avances. Es como si a veces me pareciera que no está feliz conmigo. Con mi esqueleto rígido. Y me animara a dar un salto de amor. Quiero tocar su amor en mi vida. Quiero dejarme romper por Él.