Un documental interesante sobre uno de los más famosos secuestros perpetrados por la banda terrorista ETA en EspañaEn estos tiempos del capitalismo de ficción, tras haberse fundido la luminaria del espectáculo y con ella las esperanzas concretas del ciudadano de a pie, es cuando renace el gusto por la cultura densa y lenta, es cuando se reencuentra la lente maestra del documental, que se convierte en un ojo de cerradura impertinente, a través del cual podemos observar la realidad desnuda, sin vestir ni digitalizar.
En estos tiempos de transparencia, desengaño y cinismo, en los que parece que sobre España y sus próceres pesa la unánime acusación y la merecida sospecha de estafa, evasión de impuestos y/o convoluto, Luis María Ferrández, director y guionista de este filme, ha tenido un detalle con el público: ha vuelto nuestra mirada hacia una de las microhistorias que palpitan en nuestro pasado más cercano, ese que todavía no ha sido reencantado por los historiadores.
El foco se cierne en este caso sobre un suceso mínimo aunque glorioso como la vida humana, en este caso la del empresario Emiliano Revilla, que fue secuestrado por la organización terrorista ETA en 1988.
Han pasado 249 días de la desaparición y María José Sáez, una periodista en paro, que apenas ha terminado sus prácticas veraniegas como becaria en la agencia EFE, decide, tras discutir con su novio y no encontrar a nadie con quien tomarse unas copas, irse con su SIMCA 1200 a la plaza de Cristo Rey, a hacer una guardia que nadie le va a pagar, como tantas otras noches, por si sonase la flauta y apareciese en su casa el que era entonces el hombre más buscado por la policía.
La trama del relato la articula la cálida y desenfadada entrevista de dos periodistas casi 30 años después. En un sofá, Jesús Álvarez, yerno del secuestrado y periodista deportivo de renombre. En el otro, Maria José Sáez, hoy una sólida profesional del periodismo gracias a lo que sucedió aquella noche memorable. Hablan, juegan al remember when, y continuos flashbacks nos llevan a aquella madrugada en que Urrusolo Sistiaga y sus secuaces recibieron órdenes de la banda terrorista de liberar a Revilla en la zona universitaria, muy cerca de su casa, con una bolsa de plástico con un pastel de pera y algunos dibujos de los que él mismo había hecho durante su encierro en un zulo de dos por dos.
Cuando el empresario llega a las inmediaciones de su portal, tras 249 días, solo queda ya una periodista en la puerta: la becaria que juega el papel del nini mientras dormita en su coche. Identifica a Emiliano con dificultad. Lo conoce de fotos, pero no es lo mismo. Se acerca, se presenta y se pone en movimiento, como ejecutando un plan previa y minuciosamente elaborado en su interior. Viendo actuar a María José, el espectador aprende que la tenacidad y la delicadeza son dos virtudes periodísticas, y que la humanidad no está reñida con el hecho de hacer bien el propio trabajo.
Es una noche larga e insomne, llena de esperas y de esperanzas, de encuentros y de reencuentros, en aquella España de la segunda legislatura de Felipe González, donde se cocían los asesinatos de los GAL, los fondos reservados de Roldán, y las financiaciones irregulares de FILESA.
Y, pese a todo, en aquel cenagal que era ya España, seguía habiendo gente que no tiraba la toalla y que se convertía en modelo para las facultades de periodismo.