Enérgica recreación histórica de la crisis de los misiles en Cuba con propuesta: no a la guerraA estas alturas, decir que Fidel Castro ha muerto no es ninguna novedad. Esta vez ha ido en serio. Se ha enterado cualquiera. Y todos han opinado de ello. Que si Fidel era bueno, que si era el demonio. Para unos, todo mal futuro será culpa de su ausencia; para otros, todo bien por venir, gracias a que no esté. Pero la verdad es que el Comandante llevaba esfumándose tiempo y los jóvenes apenas saben cómo sonaba su voz. 13 días, la película de Robert Donaldson (Burt Munro: un sueño, una leyenda), ayudará desde el cine a conocer uno de los episodios más cruciales que vivió el castrismo y el ser humano tras la Segunda Guerra mundial.
Es octubre de 1962 y en Cuba hay 42 misiles atómicos soviéticos SS4 apuntando a Estados Unidos. Lo confirman una serie de fotografías espaciales. Cuba puede arrasar con Norte-América gracias a Moscú. En caso de ataque, cinco minutos y millones de americanos desaparecerán de la faz de la tierra. Hacen falta solo 15 días para armarlos y, durante 13, el mundo estará al borde de la catástrofe.
La cinta pone delante una oposición clara: destrucción o vida. Primera secuencia: misiles, satélites espía, setas nucleares, armamento atómico, cielo rojo, destrucción. Es el ocaso del mundo. La Guerra fría ruge y el mundo está amenazado. Algo ha cambiado para siempre. Siguiente escena: un Kenneth O’Donnell (Kevin Costner) feliz desayuna con su familia. La vida humana está en jaque.
13 días documenta ese episodio desconocido por muchos ya en el que Cuba iba camino de convertirse en potencia atómica a ciento y poco kilómetros de suelo yanqui. La cinta no solamente se plantea como un biopic de JFK o como una película histórica, sino sobre todo como un drama político universal en el que el presidente y su equipo encarnarán la defensa de un modelo determinado de vida. ¿Qué tendrá el mundo libre que mosquee tanto al resto del mundo?, se preguntan en la cinta.
El guion de David Self es inteligente y asimila la situación al momento en que Estados Unidos decidió entrar en la Segunda Guerra mundial. Descubrir misiles en la Cuba de Fidel es como interceptar a ese portaviones japonés que iba camino de Pearl Harbor. Esto es: amenaza guerra con final fatal.
No hay partidismos: no hay buenos ni malos. Hay un modo de hacer en el que la violencia es la solución; y otro en el que no. El presidente lo tiene claro: es inmoral traicionar los ideales; es inadmisible que una potencia acabe con una isla pequeña para sumirla a la Edad de piedra. Se pactará una cuarentena para que los rusos retiren los misiles; a cambio, no se invadirá la isla. La decisión no gusta dentro en la Casa Blanca. Ronda la traición, la lucha de sables, la cuchillada rastrera.
Donaldson plantea una excitante, enérgica y tensa recreación del conflicto a partir de una propuesta contemporánea: el enemigo no solo está fuera, también está dentro. Hay que dejar de pensar en el otro como alguien de quien protegerse. No a la guerra. La guerra no es la solución; es el peor de los males. Hay que evitarla a toda costa. Y allí está Kennedy, los políticos, pero también una serie indeterminada de soldados, de civiles, etc. dando su paso para que la violencia y la muerte no sea la solución al mundo. «Si vemos salir el sol es por hombres de buena voluntad. Y eso es lo único que nos separa del diablo», afirma el personaje de Costner.
En un mundo al filo de la destrucción, 13 días plantea la seriedad de la vida: familias que se perdonan, Iglesias llenas y filas para la confesión, manifestaciones en contra de los ataques, etc. Hay que perdonarse y hay que perdonar. Paz para todos, porque respiramos el mismo aire, porque por encima de credos, religiones e ideologías está la lucha por la paz, el amor sobre el odio, el ser humano y su dignidad.