Meditación de AdvientoQuiero que mi Adviento sea una vivencia profunda que cambie mi vida. De la noche a la luz. Del dolor a la esperanza. En medio de la oscuridad buscando la estrella. En medio la noche encontrando a Dios escondido en mi alma.
Un tiempo para tocar a Dios en el camino. En mi camino a Ein-Karem, en mi camino a Belén. Quiero alegrarme con Jesús que camina a mi lado. En esa espera radiante del que no teme el futuro. El Adviento tiene mucho de velar en medio de la noche.
Nos dice Jesús: “Comprended que si supiera el dueño de casa a qué hora de la noche viene el ladrón, estaría en vela y no dejaría abrir un boquete en su casa”. Quiere Dios que yo esté atento, despierto, en búsqueda. Pienso en José y en María, caminando hacia Belén. En el cielo lleno de estrellas.
La noche tiene algo de intimidad. De soledad. De mirar hacia el propio corazón. De guardar. De mirar al cielo y desear que llegue la luz. De paz. Pienso en esas noches de José y María caminando hacia Belén. De todo lo que hablarían. De sus miradas de complicidad.
Ya pasó la noche oscura de José, de dudas, de miedo. El ángel les habló a los dos al corazón. A María sobre Jesús. A José sobre María. Los dos creyeron. Y se pusieron en camino.
¡Cuántos caminos en Adviento! El camino de Dios hasta nosotros. El camino de María hasta Isabel en Ein-Karem. El camino de José y María hasta Belén. El mundo duerme. Nadie sabe nada. Sólo ellos. Han compartido su alegría con Isabel y Zacarías, pero nadie más lo sabe.
El Adviento, el primer Adviento, es una noche de camino, de intimidad, de esperanza. A veces pensamos en el Adviento como un tiempo triste, gris y oscuro. Yo pienso que el Adviento es el camino de la alegría. Jesús ya está en el vientre de María.
Dios está guardado en la custodia del cuerpo y del alma de María. José los protege. Dios ya está aquí. Aún no ha nacido, pero está en María. Siempre está en María. Por eso me gusta esa noche del Adviento. No es una noche de miedos, de angustia.
Es la noche en que las estrellas nos llevan a Belén. Acompañamos a José y María en su intimidad. En su complicidad. En su deseo de escuchar el susurro de Dios. En las caricias a Jesús en el vientre de Ella.
Nos ponemos en camino. En vela. Quiero acompañar a José y María en su senda a Belén. Guardar silencio. Rezar más. Contemplar más.
Pienso en cómo José contemplaría a María en esos meses de embarazo. Con qué ternura la miraría. Mientras dormía. Mientras caminaba. Me gustaría mirar así a María en este tiempo. Vivir muy cerca de Ella estas semanas en que las velas se van encendiendo en la noche. Una cada semana. Se van abriendo las ventanas del calendario interior.
Jesús ya está tocando la tierra en María. Se acerca. Ya está de camino. Y yo le preparo un lugar para que nazca en mí. Dentro de mi alma. Y me abro. Y miro hacia dentro del alma. Y lo espero. Y contemplo a María.