Bajo el influjo de Antoine de Saint-Exupéry un balneario argentino mantiene viva la tradición literaria El camino que une Pinamar con Valeria del Mar, a unos 400 kilómetros de Buenos Aires, Argentina, cruza por Ostende. Junto con Cariló, cada verano estas cuatro ciudades conforman uno de los cordones turísticos más concurridos de Buenos Aires. Este camino, el primero asfaltado paralelo al mar, concatena varias calles de variados nombres como Biarritz, Cairo, o Simbad el Marino. Y en una de esas esquinas de nombres poco explotados por la cartografía argentina emerge un ícono de la hotelería local: el Viejo Hotel Ostende.
Semi enterrado por la arena en tiempos en los que las dunas cubrían todo, el hotel, que a simple vista no compite con la moderna arquitectura de aquellos emplazados a pocos kilómetros en Cariló y muy probablemente con mejores vistas al mar, cuenta en su haber un mérito que ningún otro hotel de la zona puede siquiera aspirar a tener: haber albergado a uno de los literatos más reconocidos del siglo XX.
Antoine de Saint-Exupéry se hospedó por dos veranos consecutivos en el hotel rodeado de dunas, lo que para algunos podría haberlo inspirado para alguna secuencia de El Principito. El francés tuvo a su cargo la primera línea de aviación del país, en el que habitó durante 15 meses. Y fue un enamorado de la geografía argentina.
En el Viejo Hotel Ostende se conserva la habitación 51, en la que se albergó, y es parte de una historia que acaba de ser rememorada en esta ciudad.
Sustentado en este recuerdo, el Viejo Hotel Ostende fue la sede principal del Festival de Literatura y Arte Infantil de Pinamar, en el que actividades de todo tipo rindieron honor no sólo al autor de una de las obras más traducidas y leídas del mundo, sino también a la literatura para niños.
En salas, emblemáticos puntos de este tradicional balneario, o en la playa, las familias asistentes rindieron honor también a una tradición literaria local encabezada por la gran María Elena Walsh.
El escritor Leopoldo Brizuela tuvo a su cargo una de las sesiones más esperadas, y se refirió a la pregunta que muchos hacen: ¿Cómo hacer para que los niños lean? Justamente trabajando con la autora de “El mundo del revés”, Brizuela aprendió que “el secreto es divertirse con las palabras”.
Según recoge la agencia Télam, consideró que “María Elena dejó de lado lo didáctico que guardaban los libros para chicos de su época y se volcó al absurdo. Jugaba con las palabras y le abrió el universo a los chicos para demostrarles que las palabras son un juguete muy entretenido”.
Bajo el influjo del autor de El Principito, cientos participaron de actividades de un festival que tuvo como objetivo “fomentar en los más pequeños el amor por los libros y refrescarle a los más grandes las sensaciones producto de la imaginación, tras las fantásticas lecturas de la infancia”.
Se cuenta que, tras sus meses en la Argentina, durante los que se enamoró especialmente de la Patagonia, Saint-Exupéry regresó a Francia sólo por vacaciones. Su deseo era regresar al país sudamericano.
Sin embargo, la empresa que le empleaba en la Argentina quebró, y el retorno quedó trunco para siempre. Quedó en la Argentina la ilusión de que estas tierras le hayan servido de inspiración para sus bellísimos relatos, siempre con trazos autobiográficos. Ese orgullo de haber tenido por unos meses al autor de El Principito basta para inspirar nuevas lecturas de una obra siempre actual y necesaria.