Quiero otra mirada para descubrir su cuerpo heridoNo quiero que nadie esté solo. Como ese cuerpo de Jesús abandonado en algún lugar. No sé dónde lo han puesto. Pero sí sé dónde grita Jesús lleno de abandono. En tantos que me gritan a mí cuando no escucho.
Y recuerdo las palabras del papa Francisco: “Los tesoros de la Iglesia no son sus catedrales, sino los pobres. Con su presencia nos ayudan a sintonizarnos en la longitud de onda de Dios, a mirar lo que Él mira: Él no se queda en las apariencias. ¿Qué tiene valor en la vida, cuáles son las riquezas que no pasan? Está claro que son dos: el Señor y el prójimo. ¡Estas dos riquezas no pasan! Estos son los bienes más grandes que hay que amar”.
Jesús y el prójimo. Jesús oculto en el prójimo. Me emociona pensar en tantas custodias dónde Él está. Ahí no lo adoro. A veces lo desprecio. Porque su apariencia no es dorada y no me interesa. En ese pobre al que no conozco. En aquel al que conozco y es pobre de amor y necesita que yo esté. Y me olvido.
¡Tantas veces olvido a Jesús en los que me necesitan! No adoro. Y a lo mejor vengo a adorarlo en una custodia de oro. Pero no pierdo el tiempo con el que no es admirable. Con el que está herido. Con el que ha sido rechazado y olvidado.
Me gustaría ser capaz de arrodillarme al reconocerle en tantos que me rodean hoy. Buscando algo de amor. Mendigando cariño. Tal vez no suplican. No piden. Sólo esperan. Y yo paso de largo con prisa buscando una custodia dorada. Y no me detengo a pensar dónde está Jesús presente en medio de tantos ruidos.
Y me pregunto si a lo mejor sólo pretendo que me admiren a mí. Que hablen bien de mí. Que me busquen a mí. Y mi custodia está llena de orgullo, de vanidad, de prepotencia. Como si yo no necesitara nada. Tan seguro de mí mismo.
Quiero adorar a Jesús. Para llenarme de su presencia. Para colmar mi vacío. Quiero adorarlo en su custodia en el santuario. Adorarlo en su custodia en los que están junto a mí. Adorarlo en los más pobres donde tantas veces me cuesta verle.
Quiero otra mirada para descubrir su cuerpo herido, perdido, escondido. Bajo la apariencia vulgar de mi carne enferma. Sí. Ahí donde no me resulta fácil descubrir la fragancia del incienso, las luces cálidas que desvelan los misterios. Allí donde los cantos no me hablan de su amor, ni me evocan un lugar sagrado en el que poder postrarme en mi indigencia.
Sí. Allí está Jesús oculto. Quiero desvelarlo. Quiero descubrirlo. Quiero yo mismo cargarlo en mi pecho herido.