O el éxito de las historias de siempre
La publicación en 1997 de “Harry Potter y la piedra filosofal” supuso un revulsivo histórico en la literatura fantástica que no tardó ni un lustro en trasladar su éxito al cine.
La historia seguía sin fisuras el canon estudiado por Joseph Campbell en “El viaje del héroe” con una estructura básica repetida incontables veces en lo que denominó “el Monomito”, una estructura que hemos visto en “La guerra de las galaxias” (George Lucas, 1977), “Matrix” (Hns. Wachowsky, 1999), la trilogía “El Señor de los Anillos” (Peter Jackson, 2001-2003) pero también en “El mago de Oz” (Victor Fleming, Melvin LeRoy, King Vidor, George Cuckor, 1945) o “Alicia en el País de las Maravillas” (Clyde Geronimi, Wilfred Jackson, Hamilton Luske, 1951).
El protagonista pasa de un mundo ordinario a un mundo extraordinario, en el que podrá desarrollar unas habilidades especiales que sólo él (o ella) posee, guiado por un maestro, ayudado por un amigo, luchando contra un oponente maligno y peligroso, atravesando un umbral guardado por quien le hará pasar una prueba, llegando a un punto de no retorno en el que sucederá algo que no podrá deshacerse y concluyendo con un regreso a ese mundo ordinario desde el que partió habiendo adquirido pleno control sobre sus nuevas capacidades y tras experimentar una transformación que le cambiará para siempre.
Con una estructura narrativa que ha demostrado su éxito durante milenios a través de incontables mitos y leyendas de las más variadas culturas y civilizaciones, la habilidad de J.K. Rowling consistió en generar un universo atractivo, rico y por encima de todo entretenido que supo atrapar la imaginación de los más jóvenes pero al mismo tiempo, al edificarlo con un tono no estrictamente enclaustrado en la llamada “literatura infantil o juvenil” pudo resultar también interesante para lectores adultos que no sentían estar adentrándose en una atmósfera o personajes dotados de la sencillez habitualmente atribuible a los “libros para niños”.
En ese sentido Rowling retomó la tradición literaria que durante décadas permitió a generaciones de jóvenes lectores aprender a amar la lectura gracias a libros de Julio Verne o Emilio Salgari: obras que no estaban concebidas más que como evasión pero que por su acertado uso de la narración de aventuras singulares con personajes carismáticos ayudaba a encauzar la imaginación de los más jóvenes.
La adaptación al cine de la primera entrega (y posteriormente de las siguientes novelas de la saga, que progresivamente fue adoptando un tono más grave y hasta oscuro, como corresponde siempre a la lucha contra el mal) tuvo el acierto de seguir “tomándose en serio” el producto que se ofrecía al espectador, de manera que no fueron sólo los niños y jóvenes quienes disfrutaron de la película.
Los amantes del libro quedaron satisfechos por ver perfectamente llevados a la imagen en movimiento lo que las páginas habían evocado en su mente, y quienes eran ajenos a la literatura en torno a Harry Potter sucumbieron ante un magnífico elenco de reputados y veteranos actores dando vida a los profesores de magia en Hogwarts así como un acertado casting de niños que resultaron ser los perfectos Harry, Ron y Hermione… o Draco Malfoy (nunca un adorable niñito rubio pudo dar tamaña imagen de potencial maldad).
Y más aún, agotados los libros que nos cuentan los años de Harry Potter en Hogwarts, el universo creado por J.K. Rowling ha resultado ser tan rico que la desbordante imaginación de la autora rebasa el corsé de un catálogo de criaturas imaginarias (“Animales fantásticos y dónde encontrarlos”), un catálogo taxonómico de seres imposibles, ha sido capaz de inspirar una película con el mismo título que se estrena estos días dirigida por David Yates (responsable de cuatro entregas cinematográficas de la saga Potter) y que ya se avanza que continuará en otras cuatro más, como síntoma de que la fantasía de este universo narrativo no solo parece inagotable sino que es capaz de seguir atrayendo a millones de espectadores deseosos de transitar ese universo imaginario.