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Sing Street: ¿el pop-rock como camino a una vida auténtica?

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Jorge Martínez Lucena - publicado el 18/11/16
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Pese a cargar las tintas contra una rígida moral católica irlandesa de los 80 algo estereotipada, tiene mensaje de fondoJohn Carney es el director y guionista de dos preciosas películas relacionadas con el mundo de la música: Once (2007) y la todavía mejor Begin Again (2013). Sing Street (2016) está en la línea de las dos anteriores. Es un filme delicioso sobre los años ochenta en Dublín y sobre cómo la música pop-rock se convirtió en un instrumento de la juventud de entonces para expresar su libertad y abrirse camino hacia una vida más auténtica.

Los ingredientes que le conocíamos a este realizador eran sencillos y efectivos: chico conoce a chica o viceversa y se hilvana una historia a caballo entre el amor y la amistad a través de bonitas canciones que llevan al sueño americano en su versión más modesta. Con esta misma estructura Carney suele conquistar el corazón del espectador, retratando los rasgos más positivos de nuestro mundo líquido: la conciencia de que nada es para siempre y de que todo hay que disfrutarlo sin ser posesivo, con una cierta distancia o gratuidad; y la aspiración a la libertad y a los propios sueños, sea cual sea la condición en la que uno se encuentre.

En esta ocasión la fórmula sigue funcionando, pero no lo hace desinteresadamente, dejando brillar simplemente la belleza de una relación y de las canciones, sino que se pone al servicio de una reivindicación bastante concreta que tiene mucho que ver con la opresión de la moral católica en Irlanda y con la propuesta musical de los ochenta como un antídoto a toda aquella cerrazón que, según se nos cuenta, asfixiaba a las familias.

Con míticas bandas de los ochenta, como los Duran Duran, Spandau Ballet, The Clash, The Cure, A-ha, Depeche Mode y Joy Division sonando desde sus inolvidables vinilos y videoclips, se nos cuenta la historia de Conor, un adolescente que crece en el seno de una familia implosionada. Según el hermano mayor, Brendan, interpretado por un solvente Jack Reynor –Macbeth (2015)-, los padres solo se casaron para poder tener sexo en la católica Irlanda y los tres hijos han tenido que vivir las consecuencias de la falta de amor y de las peleas entre ellos. El malestar se ha convertido en la banda sonora de su hogar y en uno de los acicates que tiene Conor para encerrarse a componer.

Pero no queda ahí la crítica a la Iglesia. Conor, alias Cosmo, debe dejar la educación elitista de los jesuitas por los problemas económicos de sus padres, y entra en un colegio católico más popular, dirigido por el hermano Brendan, un caricaturesco sociópata con sotana todavía convencido de que la letra con sangre entra. Él se convertirá en un antagonista bastante fantoche.

Frente a él y la carcundia, Conor va a intentar conseguir el corazón de Raphina, la chica guapa del barrio (una desconocida Lucy Boynton), y lo va a hacer inventándose desde cero una banda de rock en mitad de un ambiente hostil y férreo en sus costumbres. Cada una de las canciones es una narración, como le dice la chica, de la vida ordinaria, siempre atrapada entre la alegría y la tristeza, donde la que la música y el arte se convierten en la clave para abordar la felicidad.

Ferdia Walsh-Peelo es el actor nobel que interpreta al protagonista. Además, es cantante y el compositor de buena parte de la interesante banda sonora del filme, que muy probablemente encuentre cierto eco en el mercado musical, como viene siendo habitual con el cine de John Carney.

Al final, como conjunto, el largometraje es ligero y funciona muy bien. Pese a cargar las tintas en la crítica a la hegemonía cultural católica en Irlanda, que en muchas cosas valdría por extensión para otros países, a uno le parece que el catolicismo que interesa tiene más que ver con el modo de hacer de los protagonistas que con la ridícula conducta de energúmeno del cura, compulsivamente obsesionado con ordenanzas y normas absurdas.

Creer con Dostoievski que “la belleza salvará el mundo” tiene un punto verosímil. Creer que conseguiremos la salvación cumpliendo normas y restringiendo severamente y sin razones la propia acción da un poquito de risa, sino de grima.

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