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Violencia, destrucción, fin del mundo,… ¿buscas una señal que te dé tranquilidad?

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AP Photo/Mark Lennihan

FILE - In this Sept. 10, 2014 file photo, the Tribute in Light rises behind the Brooklyn Bridge and buildings adjacent to the World Trade Center complex in New York. The tribute, an art installation of 88 searchlights aiming skyward in two columns, is a remembrance of the Sept. 11, 2001, attacks. The New York City licensing test for sightseeing guides includes questions about the bridge and the trade center. (AP Photo/Mark Lennihan, File)

Carlos Padilla Esteban - publicado el 16/11/16

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A veces busco señales evidentes que me den tranquilidad. Busco profetas que me hablen del futuro.Busco señales que me indiquen cuándo va a llegar el final. Busco certezas que me digan dónde está Dios, de qué forma se manifiesta, en qué momento va a aparecer. Busco lo extraordinario, lo nuevo. Busco experiencias que me muestren cómo tengo que comportarme.

Debo reconocer que me afectan el odio y la muerte, las guerras y las injusticias. Y me duele este mundo enfermo que no tiene un rumbo claro. Veo el mal por tantas partes… La ira y la destrucción. Me cuesta no poder calmar la sed de tantos. No logro traer la paz que necesitan. Me da pena poder hacer tan poco por los hombres.

No me gustan las persecuciones, ni el odio, ni el rechazo. No me gusta la muerte ni tener que defenderme. Me turba el mal, la guerra, el odio. Sé que Dios está detrás de todo, sosteniendo mi cruz. Sé que no me manda males para educar mi corazón. Lo sé. Como me decía una persona: «Esto no es el cole».

No quiere educar mi corazón frágil a fuerza de golpes. No quiere hacerme madurar en medio de una lluvia de males que me envía con mirada dura de educador. No lo veo así. No me observa para cambiarme. Me contempla conmovido, enamorado.

Es cierto que veo el mal a mi alrededor. Pero sé que en la persecución Él estará conmigo. Eso me sostiene siempre. No quiere mi mal. No desea mi muerte. Quiere que viva, que tenga luz. Quiere que siembre luz con mi vida en medio de la noche.

No está tan próximo el final como para que yo lo pueda ver. Eso lo creo. No me preocupa. Pero sí quiero traer paz y dar luz. Y hacer comprender al hombre que en su dolor Él está presente y consuela.

Leía el otro día: «Estar delante de la cruz es sin duda difícil. Pero sufres mucho más si no la quieres y al final te verás obligado a llevarla a la fuerza»[1]. Quiero mirar mi vida con su cruz y besarla. Aceptar mi dolor.

No quiero buscar señales extraordinarias que me den paz. En mi cruz, en mi dolor, está Jesús. Beso mi cruz al besar a Jesús. Beso su cruz y comprendo que Él me sostendrá siempre. Dejo de buscar entonces señales especiales. La única señal de Jesús es su muerte y resurrección. Eso me basta. No necesito nada más para seguir caminando.

Me gustaría vivir lo que decía el padre José Kentenich: «Mi preocupación más grande debe ser vivir infinitamente despreocupado cada segundo y momento de mi vida. Hago lo que está en mis manos hacer»[2]. En medio de la cruz y el dolor confiar como los niños.

No quiero señales especiales de su amor. Quiero sólo besar esa cruz. Besarlo a Él en mi cruz. Y vivir despreocupado. Me parece imposible porque me preocupo siempre por adelantado. Previvo lo que viene y tiemblo. Quiero un corazón nuevo que me permita confiar.


[1]
Simone Troisi y Cristian Paccini, Nacemos para no morir nunca, 65

[2] J. Kentenich, Niños ante Dios

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