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Absuelto, o la tragedia de la vida desdoblada

Luis Reguero - publicado el 14/11/16

Noruega vuelve a sorprender con una serie TV interesante después de Borgen

Dejemos un instante en el aire nuestras microrresistencias diarias: escribir sobre todos esos personajes de Carver que han votado por Trump, leer versos de Leonard Cohen sin parar –vivo para ti / sin pensar en lo que mereces / o en lo que no mereces-… y volvamos a la ficción, a ese refugio en el que uno practica el peculiar arte de la interrupción/desconexión con los manifiestos de la realidad.

Ahora que dicen que Europa está otra vez más sola que nunca, está bien saber que en el norte, por donde nace el frío, el orden y la moral, han encontrado nuevas formas expresivas de hacernos felices. No hay nada mejor que una buena serie para olvidarse del Brexit y de los aranceles chinos, de la guillotina de los recortes y el realismo sucio del capitalismo.

En Noruega lo han vuelto a hacer. Tras Borgen, que seguro terminaron viendo nuestros políticos una tarde de sábado para no arrastrarnos a la ciénaga de unas terceras elecciones, ha llegado Absuelto, en cuya banda sonora uno se quedaría a vivir, por no hablar de la fotografía de la serie, que crea adicción como una película de Terrence Malick o como esos fascinantes ambientes de texturas claroscuras de la segunda temporada de True Detective.

Absuelto se desarrolla en Lifjord, un pequeño pueblo enclavado en plenos fiordos noruegos, una fotocopia del paraíso, donde, sin embargo, hay una herida que, pese a los años, no deja de sangrar. Esa herida que no va a cerrarse nunca es el asesinato de Karine Hansteen, ocurrido veinte años atrás, cuando la joven aparece muerta e inculpan a su novio, Aksel, el verdadero centro de atención de la serie.

En verdad, el asesinato de Karine es un mcguffin para que la trama avance, para atar al espectador y que éste se tope con una serie de personajes que esconden historias y secretos, para que el espectador contemple la debacle y el enredo de una pléyade de vidas de apariencia tranquila.

Como en El Rey Lear de Shakespeare, Aksel parece preguntarse y preguntarnos una y otra vez: “¿Quién puede decirme quién soy?”. Porque este joven, que regresa a Lifjord después de rehacer su vida en Malasia como un importante hombre de negocios, se encuentra con una verdad que se repite, en la ficción y en la no ficción: nadie olvida tu pasado.

Además, Aksel, cuando regresa a su pueblo natal, no deja de gritarnos en silencio, como si fuera Rimbaud: “Yo es otro”. Aksel encarna la tragedia de la vida desdoblada. Vuelve no tanto por los negocios sino para hacer del presente un pasado continuo y ahondar en la amnesia, en los recovecos inciertos de cuando uno fue otro, y tal.

Tags:
cine
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