Jesús me dice lo más importante: que va a estar conmigoA veces tengo miedo al futuro. Al fin del mundo. Me asusta que sucedan cosas que rompan con mi seguridad de hoy. Cosas que parecen inamovibles y eternas. No puedo controlar lo que va a suceder. A veces vivo como si sólo existiese el hoy. Y tengo miedo de perder lo que hoy retengo. Y tiemblo.
Pienso en los judíos de la época de Jesús. Su vida era el templo. Si se destruía el templo se quedaban sin nada. Hoy Jesús les dice: “Esto que contempláis, llegará un día en que no quedará piedra sobre piedra: todo será destruido”.
Yo pienso a veces en lo que sería mi vida si perdiera lo que amo. Si perdiera el lugar que me da estabilidad. Las personas que me aman. Aquellos a los que amo. El estilo de vida que tengo. Si perdiera las facultades que me parecen imprescindibles. Si cambiara mi vida en la tierra como la conozco ahora.
A veces vivo el hoy como si no existiese nada más. Y tiemblo ante el futuro. Ante la incertidumbre. Ante el no saber.
Me cuestan estas palabras del final de los tiempos, me turban. No me gusta el lenguaje apocalíptico, me inquieta, me hace pensar en cosas que se me escapan. No me gustan los espantos ni los signos del cielo de los que me hablan los textos apocalípticos. Como si el final fuera inminente.
Sé que hay muchos signos de muerte. Seguro que también hubo épocas como esta. Hoy se habla mucho de ese final. Ponen fecha a la vida en la tierra. Es cierto que a mí no me preocupa en exceso. No quiero saber ni el día ni la hora. No quiero conocer lo que viene. No lo necesito.
Pero tiemblo al no poder retener con mis manos nada de lo que hoy parece seguro. Tal vez me falta confianza en el amor de Dios en medio de la vida. Él nunca ha dejado de cumplir su promesa de estar a mi lado cada día. Así será toda mi vida, pase lo que pase, hasta el cielo.
Hoy Jesús me lo repite y me habla al corazón. Me pide que no me turbe, que no tenga miedo: “Cuando oigáis noticias de guerras y de revoluciones, no tengáis pánico”. Sabe de mis miedos. Sabe que muchos se dedican a predecir lo que será.
Sabe cómo me ato a las cosas, y me asusto ante lo que desconozco. Porque amo. Porque soy limitado en el tiempo y en el espacio. Porque echo raíces y construyo muros firmes.
Dios se encarnó dentro de esos límites en Jesús. Eso me conmueve siempre. No hay amor más grande que ese amor que quiso hacerse limitado. Jesús hoy me habla al corazón. Y me dice lo más importante de mi vida. Que va a estar conmigo.
Él conoce mis dudas. Conoce mi inseguridad ante el futuro. El miedo a perder. La angustia al pensar que todo puede cambiar. Él sólo me dice que, en medio de la tormenta, vendrá hacia mí.
Vendrá cada día. Me cuidará. Hablará por mí cuando no sepa qué decir. Se meterá en mi corazón para calmar la mar agitada. Sólo me pide que me fíe. Que lo espere a Él. Que no haga caso de quien me inquieta con profecías o señales asombrosas.
Él siempre llegará en lo más sencillo y cotidiano. En lo más humano. En mi historia. En mis amores. El miedo y la confianza se alían. Y el miedo entonces se hace más pequeño. Me gusta tener miedo para poder decirle a Dios que temo.
Pero, por encima de mis miedos, vence mi confianza. Jesús calma el mar y el viento. Quiero navegar con Jesús. ¿Cuáles son mis miedos respecto al futuro? Quiero contárselos al Señor. Decirle que este soy yo. Que soy así, de barro.
Me gustaría controlarlo todo, es verdad. Pero creo que es mejor no controlar nada y fiarme totalmente. Así podré vivir en reposo siempre. El que ama tiene miedo a perder lo que ama. Por eso hay personas que no se entregan. Construyen muros de defensa.
Yo prefiero tener miedos. Ser frágil y decirle a Jesús que se lo entrego todo. Que sé que va conmigo, a mi lado. Que mis apegos me importan. Que los necesito. Y confío. Porque Él me cuidará en la calma y en la tormenta. Bajo el cielo azul, bajo el cielo gris. Cada día. Eso lo creo por encima de todo. Tengo al Señor en mis manos cada día. Lo toco.
Los judíos pensarían que el mundo se acabaría si se destruía el templo. Y Jesús habla de un templo más hermoso. No por fuera, sino por dentro. El nuestro. Donde Dios habita y nada puede tocarlo. Su propio cuerpo que se rompió por mí.
En realidad, Jesús habla de un nuevo comienzo, de un nuevo camino mucho más grande. A veces algo se rompe para poder descubrir algo más bello.
¿Cuál es mi miedo? ¿Cuál es mi confianza en Dios? ¿Me creo cualquier cosa que me agita el corazón, cualquier palabra que me dicen de angustia? ¿O yo espero en el Señor, que me ha prometido que camina a mi lado?
Le pido a Dios que me ayude a vivir a fondo mi hoy. Porque Él está en mi realidad. No en mis teorías. Le pido que tome mis miedos. En Él descanso. Me fío.