Junto a Dios no hay muertos, sólo hijos amadosComprendo tanto las lágrimas en la pérdida… Y sé del dolor de la muerte cuando la vida me deja. Me ha tocado presenciar muchas muertes. Sostener en ese dolor inerme que nos desborda y rompe por dentro.
No sé bien cómo hacer para tocar los cielos en medio de la noche. Y llenar de esperanza la vida que se escapa. Da igual si el que me deja apenas tiene años o ha vivido ya mucho. Nunca es bastante. Nunca son aquí eternos nuestros años. Caducan. Mueren. Parten.
Y el corazón se llena de lágrimas verdaderas que padecen la ausencia. Lo entiendo todo muy bien. Me conmueve la pérdida.
Jesús me dice que sí que estoy hecho para la vida eterna. Me dice que Él ha vencido a la muerte. Y ese morir en la vida no triunfa para siempre. Me espera la vida eterna. Me dice que no habrá oscuridad cuando viva para siempre. Y su luz llenará mi corazón. La vida es ancha y eterna. “No es Dios de muertos, sino de vivos; porque para Él todos están vivos”.
Dios está vivo porque arde en mi corazón, porque me espera cada día en el sagrario. Porque me espera en el cielo para darme un abrazo que sane todas mis heridas.
A veces yo también pienso que ha muerto. Que no está. Pero para Jesús todos están vivos. Junto a Dios no hay muertos, sólo hijos, sólo hijos amados.
Jesús me desvela algo del cielo. Él lo conoce. Junto a Dios todos tenemos vida. En realidad, ya lo intuimos aquí. El amor es eterno, dura más allá de la muerte. Y mi alma está hecha para siempre. En el cielo se cumplirán todos los anhelos y se hará plenitud lo que soy aquí de forma incompleta.
Creo que esta vida merece la pena y que ya previvo en parte el cielo aquí. Y creo que al cielo llegaré como soy. Con mi historia. Con mi vida. Y allí todo se hará plenitud.
Quiero acercarme a Jesús con un corazón de niño. Quiero creer que estoy hecho para una vida eterna. Merece la pena dejarse el corazón aquí en la tierra. Amando. Siendo amado. Con pasión. Con dolor muchas veces.
Creo en su amor infinito que camina a mi lado, a la altura de mis pasos y me espera anhelante al final de mi camino.