Riqueza material, fama y poder no son los únicos indicativos de vida exitosa…En la base del éxito personal está el sacrificio, la abnegación, aunque objetivamente lo que se consiga sea poco; pero será un éxito limpio y honesto que permite llevar la frente en alto.
Ya se sabe que hay personas absolutamente íntegras que han logrado muy poco y personas sinvergüenzas con un tremendo “éxito”.
Esta segunda clase de éxito ha sido buscado o logrado a costa de injusticias y del sufrimiento de los demás. Incluso algunos de estos “éxitos” son conseguidos con medios ‘ilícitos’; son éxitos que podrán ser garantía de futuros fracasos temporales y/o eternos.
Este tipo de “personas exitosas” son, en el fondo, personas fracasadas. Debemos pues desconfiar de un éxito así: fácil, barato y rápido; pues será un éxito aparente, efímero, temporal.
El éxito es pues relativo. Cada quien hará su camino como mejor pueda poniendo a trabajar lo mejor de sí para dar lo mejor de sí sin compararse con los demás.
Lo verdaderamente importante es dar los frutos que Dios espera de nosotros dependiendo de los talentos recibidos (Mt 25, 14-30) aunque no estemos exentos de cometer errores o de tener fracasos momentáneos.
En este caso hay que ver en los fracasos una nueva oportunidad para valorar, pensar y recomenzar. Se sabe que todos los que han logrado algo, generalmente han pasado por algún fracaso o por una cadena de fracasos; pero fueron fracasos que no los hicieron retroceder (Pr 24, 16).
Dios no exigirá más pero tampoco menos de lo que realmente cada quien puede y debe dar.
Ahora bien, el éxito no es necesariamente cuantitativo desde el punto de vista material o basado sólo en el factor monetario; la riqueza material no es el único indicativo de vida exitosa, como tampoco lo es la fama o el poder.
Unos padres de familia, aunque no tengan formación académica ni salgan en los diarios, serán personas exitosas cuando ven a sus hijos realizados, profesionales y personas de bien.
Un profesional que desempeña su trabajo honestamente, aunque no lo vean o controlen ni reciba condecoraciones, es una persona exitosa. Una persona que esté gustosamente al servicio de los necesitados, sea voluntaria o no, es una persona exitosa, etcétera.
Humanamente hablando y en pocas palabras el éxito en la vida, indiferentemente de lo mucho o poco que se consiga, está en la capacidad de superar adversidades para lograr un objetivo.
Desde el plano de la fe, si cada quien es fiel al Señor y se esfuerza por mantenerse así, el éxito de la vida terrenal estará garantizado, aunque ese éxito sea a pequeña escala. Pero más que interesarnos por un éxito temporal y/o terrenal, como creyentes, debemos interesarnos por el éxito definitivo, eterno y celestial.
Hay que tener en cuenta, a la luz de Dios o a la luz de la fe, que la vida personal habrá sido un éxito o un fracaso dependiendo de dónde nos encontremos en la eternidad; es decir, indiferentemente de los logros o de los fracasos a los ojos humanos, para el cristiano su vida habrá sido un verdadero éxito si se entra en el reino de los cielos (Mt 7, 27; Jn 15, 6).
Los santos son las personas exitosas por excelencia, en el sentido real y pleno de la palabra. Y finalmente recordemos que en Cristo somos más que vencedores (Rm 8, 37; Flp 4, 13).