Pero no pudo llevarse la músicaTras un mes del paso devastador del ciclón Matthew por diversas regiones del Caribe y Estados Unidos, las heridas materiales siguen a flor de piel en Haití, en República Dominicana y en Cuba.
La mayor parte de los daños reportados por el paso de este meteoro –clasificación 4 en la escala de huracanes de Saffir-Simpson (una escala que clasifica los ciclones tropicales según la intensidad del viento y cuyo tope es 5)—se centran en Haití, pero también dejó profunda huella destructiva en varias zonas de la provincia de Guantánamo, una de las más pobres de Cuba.
El obispo de Guantánamo, Wilfredo Pino, ha relatado que tras del poder destructor de Matthew, vino a esta región de Cuba un “huracán bueno”, con miles de personas e instituciones, muchas de ellas de cubanos en el exilio en Florida, que se han volcado para socorrer las necesidades de la gente que quedó sin nada.
El obispo Pino, conocido por los cubanos como “monseñor Willy”, ha escrito, hasta el momento, tres crónicas –“A 4 días del paso del huracán”, “Primer domingo después del huracán” y “A 25 días del paso del huracán”—sobre lo que ha ocurrido tanto con los ciudadanos cubanos afectados como con las ayudas que también han llovido para la provincia de Guantánamo.
El también encargado de la Comisión de Comunicación de los obispos de Cuba ha dicho que Matthew dejó Guantánamo “en escombros”. Para el obispo Pino, llegó un momento en que era mucho más fácil contar las casas que habían quedado con techo que las que no lo tenían más.
Las localidades más afectadas fueron las de Boca de Jauco y El Diamante. “y no pocas totalmente destruidas” en los municipios de Baracoa, Maisí e Imías, y que “todo ese horror se ha vivido en unas pocas horas de la noche del martes 4 de octubre”.
En su más reciente crónica, el obispo Pino describió, sin embargo, todo el caudal solidario del huracán bueno, que se manifiesta en el trabajo incansable de “sacerdotes y religiosas de la Diócesis, especialmente los que están y estuvieron “al pie del cañón” desde la primera hora en los municipios afectados”.
La “ayuda inmediata de víveres traídos desde Santiago de Cuba por el propio Arzobispo… El personal de Cáritas-Cuba y el equipo de Cáritas-Guantánamo con sus directoras al frente trabajando de conjunto con las Cáritas Parroquiales o de Comunidades y las instituciones del Estado…”, todo esto ha sido un alivio para una situación de emergencia en Guantánamo.
Huracán de amor
El obispo de esta diócesis relata en una de sus crónicas que los “jóvenes de Santiago de Cuba, Holguín y Bayamo, unidos a los de la Catedral y La Milagrosa de Guantánamo, han ayudado a familias levantando paredes o poniendo techos o limpiando patios o repartiendo comida… Los grandiosos laicos que siguen trabajando en los comedores que se han habilitado en diversas comunidades o los que están ayudando en la distribución de la ropa que ha llegado desde las demás diócesis cubanas… La ayuda de otras Cáritas Diocesanas y de sus respectivos obispos… La mano tendida por sacerdotes y religiosas de Holguín a las comunidades del otro lado del río Toa que perdieron el puente que los comunicaba con Baracoa…”.
Este huracán de amor se encarna en la misma gente sencilla que a pesar de sufrir lo que sufrió por el huracán malo, era capaz de compartir “sus naranjas, dulces, cocos, o el traguito de café…” tras los largos días y noches, luego del paso del huracán Matthew, incluso aquella música del “mago del arpa” de Eduardo Galeano hizo también bailar a todos los cubanos
Porque ciertamente, el huracán Matthew “nos robó” nuestras “mulas y arpas”, o sea, nuestros techos, paredes, casas, sembrados, árboles, equipos, cercas, caminos, animales, ropas y muchas cosas más, pero lo que sí no pudo llevarse fue nuestra “música”, dice el obispo.
Con la certeza y la esperanza el obispo Pino reitera en la última de sus crónicas que “Dios nos ayudará a seguir adelante. Y las malangas saldrán ahora más bonitas, y las casas se harán mejores y más seguras”.
Con información de SIGNIS