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Cinco motivos para que querer a Bob Dylan pese a todo

Hilario J. Rodríguez - publicado el 04/11/16

Acepto el caos, pero no estoy muy seguro de que el caos me acepte a mí. Bob DylanA Bob Dylan le concedieron el Premio Nobel de Literatura este año quizás para sacudirnos por dentro y obligarnos a pensar qué es la poesía o la literatura, en qué consisten, y cuáles han sido sus alianzas o mutaciones más significativas para que todavía hoy sigan emocionándonos, proporcionándonos nuevas inquietudes y ayudándonos a conseguir nuevas armas contra todos nuestros enemigos.

Por supuesto, la decisión nos cogió a todos desprevenidos. Hubo quiénes la cuestionaron y quienes la recibieron como una gran ironía, hubo quienes la acataron sin más y quienes la celebraron porque les pareció la ocurrencia más feliz entre las muchas posibles (un dramaturgo de Togo, un poeta de Omán, una periodista de Albania).

Lo cierto es que, mejor o peor, la decisión encerraba un pequeño secreto: la literatura estaba celebrando algo más allá de su coto vedado, estaba abriendo sus puertas a alguien más conocido por la música de sus canciones que por sus letras, alguien que había escrito -sí- y que había recibido antes el Premio Pulitzer pero a quien poca gente había leído. ¿Era el anuncio de que la literatura al fin estaba preparándose para algo nuevo de verdad?

A Sócrates lo consideramos un filósofo a pesar de no haber escrito una sola línea en su vida, también conocemos las obras del pintor Zeuxis pese a que no las veremos jamás, y qué decir de todos los Barteblys a quienes no leeremos pero cuya tinta invisible recorre la obra de Enrique Vila-Matas. Si quisiéramos, podríamos incluir a Bob Dylan entre todos los anteriores aunque por motivos diferentes.

En el mundo de la música, mucha gente tiene en mayor consideración a quienes nos engañan en repetidas ocasiones, demostrando un carácter proteico y misterioso, como él. Dan igual sus salidas de todo, su apariencia, sus opiniones (o falta de ellas). Dylan fue y sigue siendo un maestro del disfraz. Y algunos de sus disfraces son los que ha desplegado como actor o como fuente de inspiración en cinco películas colosales (que podrían haber sido muchas más):

I´m not There (2007, Todd Haynes): Más que proponer imágenes nuevas y desconocidas, esta obra maestra pone en tela de juicio las imágenes que ya teníamos a partir de documentales o westerns, biografías y autobiografías, entrevistas contradictorias, discos de diferentes tendencias (que recorren el folk, el rock, el góspel y prácticamente todos los sonidos que ha ido produciendo la música desde los sesenta hasta la actualidad)…

Las imágenes no nos dan una idea exacta del mundo pero le dan forma. Algo parecido es lo que hace esta portentosa película con Bob Dylan, cuya apariencia va cambiando de forma constante como los tiempos, a veces siguiendo la letra de la canción Idiot Wind, donde dice: «No puedo creerme que después de todos estos años, no me conozcáis mejor».

https://www.youtube.com/watch?v=MFUEofAr9GA

Pat Garret y Billy el Niño (Pat Garret and Billy the Kid, 1973, Sam Peckinpah): Billy el Niño y Arthur Rimbaud tenían veintiún años cuando ambos abandonaron las actividades por las que luego se harían famosos, el primero porque murió y el segundo porque prefirió buscar el anonimato en África, adonde le condujo su deseo de hacer dinero. Mientras uno construyó su mito con el revolver, el otro lo hizo con sus versos. Un bandido y un bardo. Dos experiencias que nos invitan a preguntar hasta qué punto estamos dispuestos a aceptar las reglas impuestas por las sociedades donde vivimos y hasta qué punto aplaudimos a quienes no se dejan domeñar e imponen su propia ley.

Bob Dylan en esta obra maestra interpreta a un personaje, mitad fuera de la ley mitad trovador, que nos recuerda que la poesía es un arma cargada de futuro y que algún día nos cantará a todos, igual que cantó a América con todas sus contradicciones.

https://www.youtube.com/watch?v=a-e47wAkg9g

No Direction Home (2005, Martin Scorsese): Un cantante es sólo una persona que ofrece una interpretación desde un escenario, una interpretación idéntica de un concierto a otro, una interpretación que al cabo del tiempo se destila tanto y llega a ser tan perfecta que resulta difícil no creer en ella.

Bob Dylan es el actor perfecto. Cambió de estilo, de acompañamiento, de banda, sin dejar nunca de ser él mismo. El problema consiste en saber quién es. Unos dicen que es un profeta, otros que es un poeta, y mientras tanto la mayoría seguimos esperando que alguien nos lo explique, quizás Martin Scorsese con este meticuloso documental.

https://www.youtube.com/watch?v=QOUtzHizr9A

Don’t Look Back (1967, D. A. Pennebaker): Estamos en el año en que Bob Dylan enseñó los dientes por primera vez, dejando de lado el folk y abrazando el rock, un giro que sus fans no vieron con muy buenos ojos. No fue sólo un cambio, también un ensayo y una revolución cuando el mundo necesitaba nuevas direcciones.

De gira por Europa, Dylan se expresa como nunca antes lo había hecho (Vietnam, JFK, Martin Luther King), de manera militante aunque no fuese un político, seguramente para expresar algún grado de insatisfacción pero también para dejar claro que los corsés no iban con él. Si un premio suele convertir a un individuo en una institución, Dylan demostró desde bien pronto que ni el estilo por el que le aplaudían, ni el Pulitzer, ni el Óscar, ni el Premio Nobel iban a alterar su peculiar combate contra eso en lo que todos queremos convertir a un artista, cuando en realidad es un artista quien debería transformarnos a todos.

https://www.youtube.com/watch?v=1inL6s1htio

Masked and Anonymous (2003, Larry Charles): América se acerca su fin y Dylan es un cantante recién salido de la cárcel que va a dar un concierto en medio de las manipulaciones de los promotores y de la prensa sensacionalista. Al final en este torbellino apasionante algo se impone incluso a las imágenes: la música. ¿Es el futuro? ¿Es nuestro futuro? ¿O es sólo una posibilidad?

A Dylan se le considera un símbolo de algo, quizás de América, de su carácter cambiante, de su diversidad; o puede que sea el símbolo de una época, los sesenta, en que las cosas fueron durante unos años lo que son de verdad: heterogéneas, arriesgadas, emocionantes, como esta misteriosa e imprescindible película.

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