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No, compartir engaños no es de hecho una acción inocua

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Valerio Evangelista - Aleteia Team - publicado el 02/11/16

Difundir con superficialidad noticias que no han sido verificadas puede traer consecuencias devastadoras

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El domingo pasado Italia fue golpeada nuevamente, de forma tremenda, con un evento sísmico, considerado el más fuerte desde 1980. El terremoto, de una magnitud de 6.5 con epicentro entre Norcia y Preci, ha sacudido la tierra de Arquata del Tronto y ha destruido muchos edificios (entre los cuales, la catedral de Norcia). Se contabilizan docenas de miles de evacuados, es un verdadero milagro que no haya habido víctimas.

No pasó ni siquiera una hora de la terrible sacudida cuando alguien aprovechó para seguir con su propia agenda política. Y no de la mejor forma, diría yo. Este ‘alguien’ a quien me refiero es la senadora Enza Blundo, que acusó en Facebook a INGV de bajar la magnitud para no resarcir a los ciudadanos.

La política del Movimiento 5 Stelle modificó varias veces el post, al darse cuenta del desastre que había causado, para luego publicar otro estatus en el que pedía disculpas “por las declaraciones escritas esta mañana. Fueron palabras dichas por la emotividad que podemos sentir en algunos momentos de particular tensión y desconsuelo en relación, entre otras cosas, a las experiencias vividas”.

La senadora de Abruzzo se refiere obviamente a la tragedia que golpeó L’Aquila en abril de 2009. Humanamente comprendo su emotividad y no sólo porque yo también soy de la región (aunque la pérdida de una casa y la muerte de mis vecinos hayan dejado una marca indeleble). Toda Italia vivió una gran confusión esos 3:32 de hace siete años. Comprendo su agitación.

Pero el problema no es decir un absurdo y luego pedir perdón. El problema es hacerlo públicamente, alimentando un torbellino de discusiones basados en nada. El problema es difundir una hipótesis sin ningún fundamento como si fuera verdad, causando un círculo vicioso en que las excusas posteriores tienen un poder igual a cero. Un lujo que nadie, mucho menos una figura pública de tal autoridad institucional, puede concederse.

No me alargaré sobre los detalles técnicos de tal afirmación, reciclada periódicamente en seguida de las catástrofes naturales y ya ampliamente desmontada por varias fuentes.

Lo que me parece importante subrayar es que todos –se trate de personajes más o menos públicos o de quien usa Facebook para felicitar por Navidad a los amigos de la escuela– tienen en sus manos una poderosa arma: el botón ‘compartir’. Hacer uso indebido (es decir, sin haber profundizado en la cuestión, ni haberse asegurado de la fiabilidad de las fuentes) puede tener consecuencias desastrosas.

Probablemente dentro de un par de años (casi) nadie se acordará de la mala actuación de Blundo. Probablemente se olvidarán incluso de su nombre. Pero el engaño que ella ha contribuido a alimentar continuará difundiéndose de muro en muro, de meme en meme, de página en página.

Poco importa que no tenga ninguna base lógica, científica o estadística; poco importa que los links en cuestión hagan referencia a improbables blogs que tratan cualquier cuestión (desde los misterios de la antigüedad hasta los extraterrestres que viven entre nosotros camuflándose de humanos) según tema personal y discutible punto de vista.

Causas y consecuencias de la desinformación

Quien se inventa “noticias” falsas (aprovechando la superficialidad de quien piensa que la verdad de las fuentes es cosa de otros tiempos) puede tener varias motivaciones para actuar de esta manera.

Los objetivos sobre los que quiero concentrarme son principalmente tres: crear una atmósfera de irresponsabilidad general (“si son los extraterrestres los que mandan en todo, ¿por qué debería preocuparme de tener una conciencia cívica? Tanto lo deciden ellos todo”), llevar delante de manera deshonesta las propias batallas (a menudo generando odio hacia una categoría específica de personas) o monetizar.

No deberíamos ni siquiera discutir la inmoralidad de quien crea esas pseudo-noticias. Pero el problema no es “sólo” de tipo ético. Este tipo de comportamiento tiene diversas consecuencias (de las que es responsable no sólo quien crea la desinformación, sino también y sobre todo quien la difunde).

Entre otras, me limito a citar: odio y desprecio en relación a una categoría de personas, que se vuelve el enemigo común a combatir, y su consecuente alarmismo; patologías físicas (en el caso de engaños sobre la relación entre vacunas y epilepsia, por ejemplo) o mentales (a causa de la paranoia y negatividad inducida por estas verdades alternativas); desperdicio de dinero (para quien, desprovisto, hace inversiones o donativos sobre la base de una emotividad ingenua).

Alemania ofrece una reflexión interesante. La policía de Mónaco de Baviera decidió difundir un “aviso a los navegantes” advirtiéndoles que “quien difunda conscientemente noticias falsas sobre atentados, alarmas y riesgos para la seguridad, desencadenando una operación policíaca, pagará los costos. Serán castigados severamente”. “Hay personas”, explica la policía alemana en sus perfiles sociales “que consideran divertido jugar con el miedo de los suyos”.

¿Es necesario enfrentar a los “mentirosos”?

Treccani define engaño como una “afirmación falsa e inverosímil, embuste”. Quien desmantela tal embuste hace una útil operación de desmitificación, llamada debunking. ¿Te ha pasado que ves en Facebook un link a una noticia evidentemente falsa e infundada, en definitiva, una charlatanería? ¿Has intentado rebatir, citando datos concretos y fuentes autorizadas?

Quien lo ha hecho probablemente (muy probablemente) se habrá enlistado en una batalla de comentarios y citas más o menos fiables, para luego darse cuenta de haber sólo perdido el tiempo. Cada uno se quedó con su propia convicción, y quien ha caído en el engaño quedó más fascinado por el poder “pseudo-revolucionario” de tal hipótesis.

Con este propósito, escribe Andrea Danielli en chefuturo:

“El diálogo con quien ha caído en la trampa se vuelve muy difícil: no sabe evaluar si las explicaciones se sostienen o no. No es que sea algo cómodo: se necesita lógica y familiaridad con la química, la física, la meteorología. Pero, sobre todo, un poco de epistemología, aquella área de la filosofía que se ocupa de discutir y problematizar la manera en que adquirimos conocimiento de la realidad”.

En pocas palabras, intentar desmontar un engaño a menudo es una empresa titánica que corre el riesgo de ser casi inútil. Incluso un estudio del IMT di Lucca recientemente llevó adelante esta idea. Informa ilpost.it:

Walter Quattrociocchi –jefe del CSSLab del IMT di Lucca, que se ocupa de ciencias sociales computacionales– llegó a esta conclusión después de que, junto a un equipo de otros siete investigadores, estudiara cómo dos grupos de usuarios estadounidenses de Facebook interactuaban con las noticias que se les ponían delante.

En el primer grupo había personas acostumbradas a leer en Facebook noticias que llegaban de revistas científicas respetables. En el segundo grupo, había personas que preferían en cambio páginas de otro tipo: aquellas contra las vacunas, las que ven complots en todas partes, las que hablan de los “Iluminati”, una sociedad secreta y elitista que, parece ser, decide la suerte del mundo.

El estudio de Quattrociocchi llegó a dos importantes conclusiones. Primero: los dos grupos no se superponen para nada: los “desinformados” –por llamarlos con un término elegante– no veían nunca en Facebook las noticias verdaderas. Segundo: cuando los “desinformados” se encontraban noticias que desmontaban y explicaban las mentiras que habían leído, no cambiaban su opinión. Tras haberse encontrado un post que intentaba desmentir alguna teoría del complot, los que creían en esa teoría eran más propensos a comentar y dar “me gusta” a noticias a favor de esa teoría.

Son realmente muchas las leyendas metropolitanas que se han vuelto excesivamente virales, sacando de quicio a quien ha hecho de la “comprobación de los hechos” su estilo de vida.

Hay una particularmente odiosa, anticristiana y desagradable: “Los extranjeros son … … …, no como nosotros nativos”. Llena los puntitos con un insulto a tu elección (delincuentes, holgazanes, peligiosos, y más) y luego lee este especial de Médicos sin Fronteras que desmantela uno de los principales engaños antimigrantes.

Sí, me doy cuenta que MSF podría no ser fiable como páginas como “tutticasa.uhm” o “noalcomplotto.argh” (no, no existen estas páginas, es inútil que las busques, pero existen algunas similares –a las que no quiero absolutamente hacer publicidad– que ganan ríos de dinero gracias a la superficialidad de los usuarios).

Este problema ha encontrado en la potencial viralidad de los posts en Facebook las condiciones perfectas para anidarse, crecer y proliferar. Sobre todo en la sección que recoge las noticias más discutidas, los Trending Topics, “proliferan falsedades y teorías del complot”, para citar palabras usadas por el Washington Post.

El equipo de Zuckerberg ha cambiado los algoritmos, que parecen, sin embargo, no lograr ignorar aún completamente las noticias virales construidas en torno a una mesa y basadas en nada.

¿Cómo comportarse?

¿Cómo defenderse de esta enfermedad virtual? En el mismo artículo citado antes, Danielli propone un provocador vademecum para “hacer un cocktail de epistemología y práctica de las redes sociales”:

1 – Antes de apasionarte de un campo que desconoces, busca expertos que puedan ayudar a formarte; antes de equivocarte en Google, pregunta sobre todo a amigos y conocidos que han estudiado el material:

2 – Evita compartir afirmaciones de quien no sabes verificar la validez: de otra forma la alimentas, y contribuyes a volver peor la opinión pública, hacer perder tiempo a tus amigos, aumentar el conflicto social sobre bases equivocadas; no es poco, quien lee tus links lo hace porque confía en ti;

3 – Tómate al menos dos años antes de expresarte sobre una nueva materia – y el tiempo de estudiarla, si realmente te interesa;

4 – No uses datos para concluir tus discusiones sin haberlos contextualizado, y encuadrado: empieza a pensar en los principios teóricos fundamentales (ergo vuelve al punto 3). En la mayor parte de los debates es posible encontrar datos pro y contra. El camino correcto está hecho de una estructura que clarifica en primer lugar el marco teórico, luego propone datos relacionados a los experimentos/estadísticas utilizados para producirlos, luego compara magnitudes coherentes entre sí:

5 – No pontifiques todo, si no quieres ser insultado buena parte del tiempo. Usa expresiones como: “según yo”, “someto datos interesantes que no se cómo interpretar”, “espero comentarios por parte de expertos”.

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comunicacionculturadesinformacioneducaciónmentiraredes sociales
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