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El debate por las cenizas de los católicos

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Jorge Traslosheros - publicado el 02/11/16

Los seres humanos no somos cosas, ni siquiera después de muertos

La Congregación para la Doctrina de la Fe (CDF) de la Iglesia católica ha publicado una instrucción titulada Ad resurgendum cum Christo, acerca de la sepultura de los difuntos y la conservación de las cenizas en caso de cremación. No obstante ser una reflexión dirigida a los católicos, un asunto más bien familiar, ha causado revuelo en los medios de comunicación y redes sociales en Occidente. El hecho es de llamar la atención, lo que obliga a una pequeña reflexión.

1. La Instrucción está dirigida a los católicos de todo el mundo, como un asunto al interior de la Iglesia. Ahora bien, precisamente porque es católica, también contiene un mensaje universal para todos los hombres y mujeres de buena voluntad. El mensaje nos dice que los seres humanos no somos cosas, ni siquiera después de muertos. La dignidad de cada persona debe ser respetada desde el primer momento de la vida, hasta la muerte natural, representada también en el trato que damos al cuerpo de los difuntos. La dignidad de cada persona y de todas las personas es la razón más poderosa que nos une como humanidad. Esto, que es común al común de las religiones, es también accesible a la razón por sí misma. Una verdad que puede unirnos a creyentes de todas las religiones, agnósticos y ateos más allá de nuestras naturales diferencias.

2. El documento como tal versa sobre cómo los católicos deben tratar con dignidad el cuerpo de los difuntos, en caso de inhumación o de cremación, para veneración y acompañamiento en la oración por parte de los familiares, la comunidad local y la Iglesia universal, sin caer en sincretismos que sólo confunden el sentido cristiano de la muerte y faltan al respeto a otras formas rituales del tratamiento de los muertos. Esto, en consideración pastoral a las particularidades personales, sociales y culturales, es lo que deberán discernir los obispos de cada lugar y en cada región. Es una instrucción que, por respetar nuestras creencias y formas rituales como católicos, afirma el respeto a otras creencias. No es diluyendo la propia identidad como se tienden puentes de encuentro, sino afirmándola con respeto y consideración. Por cierto, una forma muy católica de proceder.

3. La instrucción no trata de la donación de órganos, como tampoco de la disposición del propio cuerpo para el estudio de la ciencia. En cualquier caso, se estará respetando la dignidad de la persona, porque una donación es un acto de caridad a favor de la vida. De hecho, lo segundo es un asunto resuelto desde hace centurias en la Iglesia. Por ejemplo, el gran sabio don Carlos de Sigüenza y Góngora, sacerdote católico de la Nueva España, hoy México, a finales del siglo XVII donó su cuerpo a la Universidad de México para que en él pudieran estudiar anatomía los estudiantes de medicina. Lo contrario es la profanación de un cadáver, lo que implica reducirlo a simple cosa, configurando una falta profunda de respeto a la persona.

4. Esta Instrucción de la CDF se hace cargo de manera clara, puntual y precisa de dos obras de misericordia, principalmente. Una, material, la obligación de dar cristiana sepultura a nuestros muertos. Dos, espiritual, la obligación de dar buen consejo a quienes lo necesitan. En estos tiempos en los cuales los seres humanos hemos sido reducidos a simples objetos de desecho, es muy oportuno dar un buen consejo a los católicos del mundo: una forma muy importante de dar cara a la cultura del descarte, a la creciente deshumanización, es dando cristiana sepultura a nuestros difuntos como fehaciente testimonio que las personas no somos cosas, ni siquiera después de muertos.

4. El documento hunde profundas raíces en lo más bello de las creencias de los católicos, presentes en los credos que rezamos los domingos, a lo largo del año litúrgico, tres en especial. Primera y más importante, nuestra unión vital con la pasión, muerte y resurrección de Cristo quien nos ha liberado de la esclavitud del pecado y también de la muerte. Segunda, nuestra fe en que, junto con Cristo, resucitaremos como personas íntegras, en cuerpo y alma, por lo cual afirmamos nuestra creencia en la resurrección de la carne. Tercera, también estamos ciertos de los lazos de caridad que nos vinculan a cuantos peregrinamos en esta tierra, con quienes se purifican para encontrarse con Dios y quienes ya están en su presencia; lazos de unidad que llamamos “la comunión de los santos”, cuya fiesta celebramos justo en estas fechas en todos los rincones del planeta.

5. Me sorprenden los analistas y anónimos duendes de las redes sociales que, en distintos lugares de Occidente, han hecho burla, con saña singular, de lo dicho por la Iglesia. Me pregunto si estas personas estarían tan dispuestas a burlarse de los ritos funerarios y creencias sobre la muerte de judíos, musulmanes, animistas, budistas o de cualquier otra religión. Obviamente que no lo harían por pavor a ser acusados de utilizar discursos discriminatorios, por pavor a ser considerados “políticamente incorrectos”. Pero como se trata de cristianos, entonces no tienen reserva alguna de atacar con creciente saña. Esta es una demostración fehaciente de que hoy, aquí y ahora, existe una persecución de baja intensidad contra los discípulos del Nazareno, la cual suele tomar la forma de acoso cultural. La persecución de baja intensidad no es “menos mala” que una persecución violenta. La segunda mata el cuerpo; mientras que la primera busca matar el alma. Y bien nos advirtió Jesús que los segundo eran más peligrosos que los primeros porque nos cuantos comprometen seriamente nuestra relación con Dios y ponen en entredicho la salvación. Es tiempo de perder la ingenuidad.

Lo cierto es que siempre, hoy como hace dos mil años, la resurrección de Cristo ha sido considerada como locura para unos y escándalo para otros. Pues bien, es un excelente momento para recordar que la Iglesia es una gran familia a la cual todas y cada una de las personas están cordialmente invitadas, en respeto a lo más profundo de la dignidad de cada persona, en cualquier momento de su existencia, incluido ese momento tan importante de la vida como es el morir. La instrucción aquí comentada, simple y llanamente, lo confirma.

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