El 25 de octubre fue san Crispín, día de la batalla que recoge la fascinante película de Branagh25 de octubre, san Crispín. San Crispín y san Crispiano, mártires ejecutados en el 290, y patrones de los zapateros y los peleteros respectivamente. La festividad es famosa también por haber sufrido en su día la batalla de Azincourt o de san Crispín. Corría 1415.
¿Y a cuento de qué viene esto? Pues que Shakespeare recogió el combate en su obra Enrique V, y que escribió para la escena uno de los speechs más memorables para entrar en combate. Ha sido san Crispín y hay que celebrarlo. También en octubre, Kenneth Branagh estrena su versión de Enrique V. Es 1989 y su realización lleva a Shakespeare y la batalla de san Crispín a los corazones de toda una generación.
Me atrevería a decir que es difícil no haber escuchado alguna vez el Non nobis o no haber llorado con el canto. Es complicado encontrar a un espectador que no haya visto batalla o discurso inspirados en la cinta, como Braveheart. No hay amante televisivo que no conozca Brand of Brothers, esa serie de Spielberg sobre una panda de soldados que se reconocen hermanos en la guerra, y que toma el nombre del discurso que Branagh adaptó. Y es que la pieza es un clásico del cine, que vale la pena revisar en el aniversario de la fiesta de san Crispín.
El Enrique V de Kenneth Branagh no es solo una adaptación del clásico de Shakespeare; es mucho más. Es una versión, una lectura personal, incluso colectiva entre dos debutante en cine, Branagh y Patrick Doyle, autor de la gloriosa banda sonora y que aparece entonando el Non nobis final. El resultado es una de las mejores cintas sobre un drama histórico y sobre la psicología del poder.
Madre mía, ¡qué película! Sencilla pero enorme: hay brutalidad, fiereza, pero también ternura, grandeza, y arrepentimiento. ¡Cuánta humanidad hay en esta cinta! Branagh transforma Enrique V en un terrible viaje iniciático de rey brutal y orgulloso a hombre noble que se humilla ante su error. Los soldados tienen alma y pasarán sus cuentas con Dios, afirma; vale, pero ha llevado a la muerte a miles de personas, y la política no es abuso. Non nobis. Gobernar es servir al otro. ¡No nos servimos a nosotros mismos! ¿De dónde nace el poder?
El argumento es conocido: estamos en la Guerra de los Cien años; el clero y la nobleza convencen al joven Enrique V (Kenneth Branagh) que invada Francia y se haga con el territorio que por derecho le corresponde. No hay rey en Inglaterra sin corona en Francia. A la guerra. El conflicto es duro y diezma al ejército inglés. 10 mil soldados contra 60 mil soldados galos. Pero es san Crispín, y el monarca levantará el ánimo a los suyos, a sus hermanos de sangre. Dios mediante, los ingleses vencerán en la sangrienta batalla de Azincourt. Sin embargo, Enrique V no está contento: se ha dado cuenta de que su ambición ha sido desmedida y brutal.
Branagh dirige toda la cinta hacia ese combate. Primero a esa noche en la que el rey pasea de incógnito entre los soldados abatidos para saber qué piensan de él; después a la terrible batalla de san Crispín; y finalmente a ese travelling de cuatro minutos en que el Non Nobis acompaña a un rey abatido, que lleva a cuestas a un paje muerto. Enrique V carga su culpa. Non nobis, sed Domine. ¿De qué sirve ganar si se pierde la vida?
A medio camino entre el teatro y el cine, la cinta tiene homenajes a Lubitsch, a Hawks, a la versión de sir Olivier de 1944, y a la precariedad que Orson Welles pintó en sus Campanadas a medianoche. Actores de primer nivel, con intervención de Derek Jocobi, ese ac-to-ra-zo que te levanta una peli en cinco minutos, y con intervención de un Christian Bale jovencísimo. Pero sobre todo, banda sonora épica y sublime.
Después de la cinta, Doyle y Branagh trabajaron juntos también en otras obras, como en esa maravillosa Frankenstein, de Mary Shelley (1994). Doyle convierte la música en otro personaje. Y aquí subraya el terror, la desmedida, la duda, el desencanto, la necesidad de perdón del rey. Y convierte el Non nobis, ese canto religioso sobre la humildad que Enrique V añadió al Te Deum después de la batalla de san Crispín, en un himno antológico y recursivo. Obvio. ¿Quién no quiere llegar a esa intensidad de vida en la que el Gloria musical se sale y dignifica una vida arruinada?