Frente a la fría lógica del sistema económico neoliberal, la generosidad que puede haber todavía en el alma humanaEl octogenario realizador de cine británico Ken Loach lo ha vuelto a hacer. En 2006 ganó en Cannes la Palma de Oro a la mejor película con El viento que agita la cebada, y diez años después ha repetido el éxito al cosechar el mismo el galardón en tan ilustre festival, esta vez con Yo, Daniel Blake, que se estrena en salas españolas el 28 de octubre de la mano de Caramel Films España.
Esta sólida crónica social cuenta con un guión de su colaborador habitual, el escocés Paul Laverty, y la modesta producción goza de una excelente factura técnica que pone el acento en la edificante historia del ser humano.
Daniel Blake es un veterano carpintero que debido a una enfermedad cardiaca se ve en la obligación de cesar su trabajo. Pero su pesadilla empieza cuando la administración le niega el subsidio de invalidez.
Con sobriedad, emoción y eficacia narrativa, Loach, que sitúa esta crónica social y humana en la región de Newcastle, muestra la humillación de ese hombre que escribe a mano su curriculum vitae, subrayando con ironía la precarización del mundo laboral en Gran Bretaña, ese país en donde dicen que hay menos desempleados que en Francia, pero mucha más desigualdad social y más trabajadores precarios.
Es cierto que la etapa transgresora de Ken Loach ya pasó. Pero él ha desgastado su vida defendiendo a la clase social menos favorecida. Por ello, no tendría tanto sentido hablar de transgresión para referirnos a su cine, como de resistencia. Y es que su discurso cinematográfico redunda en una tenacidad admirable. No en vano se le conoce habitualmente como el padre del cine social.
Con Yo, Daniel Blake, Loach vuelve a orientar su arte hacia la experiencia de lo real, utilizando al cine como herramienta política definitiva. De hecho, Daniel Blake representa el compromiso social, político e histórico que este realizador mantiene hacia sus personajes, seres acosados a diario por las injusticias burocráticas, y al tiempo compone un teatro del proletariado cuya manifestación se enfrenta a la cultura popular dominante y estereotipada.
Ken Loach se apoya en una amplia variedad de elementos narrativos y en otras técnicas de filmación convencionales que le han permitido empatizar con sus personajes de modo muy especial. Además, convierte el espacio urbano en un contexto fundamental para el desarrollo de las relaciones humanas. Y si algo queda demostrado en Yo, Daniel Blake, es que la unión del pueblo es la única manera de hacerse oír ante las injusticias.
Ken Loach opone a la fría lógica del sistema económico neoliberal, la generosidad que puede haber todavía en el alma humana, para ayudar al prójimo. Algunos pensarán que desear un mundo mejor es utópico, pero cineastas como él aportan esa esperanza de un cine necesario que, a falta de cambiar el mundo, nos hace comprender que la utopía es posible, a condición de continuar el combate.
Una película, en resumen, destinada a todos los públicos y a todos los héroes que cada día evitan los Lunes al sol y resisten cada Luz de domingo.