A Marvel le quedaba sólo un mundo por transitar, el de la mística y la magia
El Universo Cinematográfico Marvel ha transitado los mitos wagneriano-shakesperianos (“Thor”, Kenneth Brannagh, 2011 y “Thor: el mundo oscuro”, Alan Taylor, 2013), el género bélico-histórico (“Capitán América: el primer vengador”, Joe Johnston, 2011) y hasta el de ciencia-ficción (“Guardianes de la Galaxia”, James Gunn, 2014) y el de atracos (“Ant-Man”, Peyton Reed, 2015), estos últimos con grandes dosis humorísticas. Ahora tocaban nuevos caminos: la mística y la magia.
Los personajes más importantes y populares de los cómics Marvel ya cuentan con su propia película, toca aproximar al gran público a otros menos conocidos como el estreno de esta semana, “Doctor Strange”, película que junto a las importantes enseñanzas que podemos extraer del personaje y de la peripecia que atraviesa, nos adentra en el mundo de las otras realidades que pueden discurrir en paralelo a la nuestra, yuxtaponiéndose, encontrándose tangencialmente o permaneciendo a distancia como un reflejo deformante.
Y es que el protagonista de la función, el doctor Stephen Strange (extraño, en inglés) es un reputado neurocirujano cuya gran habilidad queda truncada tras un accidente de tráfico que daña sus manos, su principal herramienta de trabajo. Atormentado por considerarse inútil e incapaz se lanza en una búsqueda desesperada que le lleva a convertirse en aprendiz de un místico maestro tibetano que conseguirá abrirle los ojos a algo que Strange, en su desconsuelo, había pasado por algo: la posibilidad de que la realidad vaya más allá de lo que perciben nuestros sentidos y de que haya una segunda oportunidad, una esperanza.
En una de sus películas Thor explicaba que para los simples mortales de Midgard (la Tierra), los habitantes de su mundo (Asgard) eran personajes mitológicos, dioses con poderes incomprensibles e inasibles. Pero como nos enseñaban posteriormente Thor y su hermano Loki en la primera entrega de “Los Vengadores”, esos “dioses” no eran tan inmortales ni tan omnipotentes ni tan todopoderosos sino sólo algo más fuertes y listos que nosotros.
De ahí que Thor explicase a la doctora Jane Foster que para los habitantes de Asgard es Ciencia lo que para nosotros es magia, un concepto ya formulado por el escritor y científico Arthur C. Clarke cuando dijo “cualquier tecnología lo suficientemente avanzada sería indistinguible de la magia”.
Y ahí entra la facultad de este universo que conocemos a través de “Doctor Strange” de poder transitar distintas dimensiones y ejercer mediante gestos (el doctor aprenderá a utilizar sus manos de una manera insospechada), fórmulas orales y complicados dibujos que suponen el método para ir más allá de lo que conocemos como nuestra realidad y poder valerse de herramientas y facultades que nos son completamente ajenas a quienes estamos limitados por las tres dimensiones físicas más la cuarta, el tiempo que inexorablemente se dirige en una única e irreversible dirección.
“Doctor Strange” resulta visualmente apabullante, un espectáculo cinematográfico más que recomendable. Para quien haya visto en los trailers esos rascacielos plegándose al estilo del París modificado en los sueños de “Origen” (Christopher Nolan, 2010) le avisaremos que aún no ha visto lo mejor y que hacen bien los productores en reservarnos asombrosas sorpresas para la película.
Pero quizá el mayor descubrimiento de “Doctor Strange” (y del propio doctor Extraño) sea que entre esas otras realidades adicionales, paralelas o tangenciales, puede encontrarse el remedio a los males que nos aquejan, pero curiosamente esos destinos nunca se alcanzarán sin antes haber encontrado la paz interior y haber trascendido más allá de uno mismo. Sólo entonces descubriremos que aquello que buscábamos lo llevábamos con nosotros. Necesitábamos que alguien nos guiase para dejarlo salir.
Lo de salvar el mundo es opcional y además sólo pasa en las películas.