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Black Mirror, 3ª temporada: Nuestro reflejo distorsionado

Tonio L. Alarcón - publicado el 28/10/16

Charlie Brooker se ha llevado su creación de estrella a Netflix, pero sigue arrastrando sus principales virtudes y sus principales defectos

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Dos temporadas y un especial de Navidad más tarde, Charlie Brooker se enfrenta, con el salto de su Black Mirror a Neflix, con una auténtica prueba de fuego: no sólo por el cambio de tres a seis episodios por tanda, sino también por la necesidad de mantener las (altísimas) expectativas de sus propios fans.

Y lo ha conseguido solamente a medias, porque, si bien se ha atrevido a hacer propuestas distintas, saliéndose un poco del constreñido planteamiento inicial de la propia serie, también ha jugado demasiado sobre seguro en determinados capítulos, reiterando ideas y retomando y/o prolongando reflexiones que ya había agotado anteriormente.

Quizás el mayor lastre de Brooker como autor sea su tendencia a la moralina, al mensaje obvio, lo que bien podríamos bautizar como el síndrome Serling –por Rod Serling, el creador de La dimensión desconocida–. Claro que si éste dio el salto al fantástico porque le permitía esquivar la presión política de los anunciantes, y ocultar entre los pliegues del género sus reflexiones personales, en cambio al británico parece que le cuesta abordar la ciencia-ficción pura, sin necesidad de transformarla, en algún punto del relato, en un apólogo moral.

Eso es lo que provoca que capítulos que, al menos a priori, parecían apuntar a nuevos caminos hacia Black Mirror, como “La ciencia de matar” u “Odio nacional” –el primero, por plantear una distopía bélica a caballo entre Al filo del mañana y la novela Congreso de futurología; el segundo, por utilizar una estructura clásica de procedural, a pesar de sus detalles futuristas–, yerren sus respectivos objetivos, condicionando en exceso su devenir argumental a partir del mensaje que Brooker quiere emitir… Y limitando así su alcance narrativo.

Una construcción que, ya en la tercera temporada, empieza a dar señales de agotamiento por pura reiteración: ya no sólo es que “Caída en picado” sea una variación en tono distendido de lo que ya planteaban capítulos como “Toda tu historia” o “Blanca Navidad”, sino que “Cállate y baila” no puede esconder –a pesar de que la labor de James Watkins tras la cámara ayudar a enfatizar la tensión de la situación– que es casi un remake de “Oso blanco”… Y es así, sencillamente, por la similitud del arranque moralista de su (previsible) giro final.

Por suerte, Brooker se guarda dos sorpresas en la manga que constatan que Black Mirror todavía puede sorprender –y sin necesidad de esforzarse en dejar huella sociopolítica–. Una es “San Junipero” que, si bien responde a ese esquema de relato romántico en clave sci-fi que también cumplían “Toda tu historia” y “Ahora mismo vuelvo”, destaca por la brillantez de su empleo de los saltos narrativos –descolocando al espectador con su mezcla de reconstrucción nostálgica del pasado y esa tramoya cíclica que recuerda a 50 primeras citas– y por la serena sencillez de su historia.

Pero quizás la más interesante, al menos a título personal, es “Playtesting”, apasionante exploración de los mecanismos del terror a partir de una actualización de los relatos de casas encantadas –muy bien rodada por un Dan Trachtenberg inspiradísimo, que aprovecha los espacios cerrados con tanta brillantez como en Calle Cloverfield 10– que le lanza guiños, entre otros, al creador de videojuegos Hideo Kojima y su, por el momento, única incursión en el terror, la demo jugable P.T., aperitivo del cancelado Silent Hills.

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