Perdonarla es un gesto de gran confianza en Dios y de amor al prójimo
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San Gregorio Magno decía: “De la envidia nacen el odio, la maledicencia, la calumnia, la alegría causada por el mal del prójimo y la tristeza causada por su prosperidad”. Y tiene razón, pues en la raíz de toda calumnia está básicamente la envidia.
Cuando eres tú el calumniado, ¿cómo reaccionas ante este grave daño a tu honor?
A veces, la reacción tiene mucho que ver con el momento en que uno vive la calumnia, también con el modo de ser, o con la relación que se tiene con la persona que se ha comportado maliciosamente, y más que nada con los efectos y causas del alcance de la calumnia.
La calumnia se combate con la verdad. El calumniador está obligado a reparar el mal causado en todo lo que pueda, a reparar en público el daño que haya podido ocasionar con sus mentiras y sus insinuaciones maliciosas.
No puede descartarse el acudir a los tribunales si es necesario, en el caso de una calumnia que afecte gravemente a la vida o al ejercicio profesional (por ejemplo, calumniar a un médico puede llevarle a perder sus pacientes).
Aunque esto puede no ser suficiente.
Hay un cuento tradicional de la india que resume lo que puede ocasionar una calumnia:
Había una vez un hombre que calumnió grandemente a un amigo suyo, por la envidia al ver el éxito que este había alcanzado. Tiempo después se arrepintió de la ruina que trajo con sus calumnias a ese amigo, y visitó a un hombre muy sabio a quien le dijo: -”Quiero arreglar todo el mal que hice a mi amigo. ¿Cómo puedo hacerlo?”, a lo que el hombre respondió: “Toma un saco lleno de plumas y suelta una a una donde vayas”.
El hombre muy contento por aquello tan fácil tomó el saco lleno de plumas y al cabo de un día las había soltado por toda la ciudad. Volvió donde el sabio y le dijo: -”Ya he terminado”, a lo que el sabio contestó: -”Esa es la parte más fácil. Ahora debes volver a llenar el saco con las mismas plumas que soltaste. Sal a la calle y búscalas”. El hombre se sintió muy triste, pues sabía lo que eso significaba y no pudo juntar casi ninguna.
Al volver, el hombre sabio le dijo: -”Así como no pudiste juntar de nuevo las plumas que volaron con el viento, así mismo el mal que hiciste y todas las calumnias que inventaste, volaron de boca en boca y ya no lo puedes reparar. Ve y pídele perdón a tu amigo, y la próxima vez recuerda que es mejor no desparramar las plumas, porque ya nunca se podrán volver a juntar…”
¿Qué puedo hacer entonces ante estas situaciones que dañan mi honor y mi renombre?
1. Tómalo de quien viene
El calumniador no sabe bien lo que es amar, por lo tanto, como decía mi abuela “hay que tomarlo de quien viene”. Continúa con tu día a día y muéstrales a los demás qué tan confiable eres en realidad.
La persona que diga las falsas acusaciones sobre ti sólo se dañará a sí misma si sigue hablando y, si se muestra que la declaración es falsa, nadie más le creerá nunca más.
2. Sé misericordioso
El que sufre por la murmuración también debe ser misericordioso. No es fácil ofrecer amor y misericordia al que ha calumniado y ha quitado, con sus bajezas, el honor de otros, pero hay que pagar mal con bien y recordar sobre todas las cosas que así somos agradables a los ojos de Dios:
“Bienaventurados seréis cuando os injurien, y os persigan y digan con mentira toda clase de mal contra vosotros por mi causa. Alegraos y regocijaos, porque vuestra recompensa será grande en los cielos; pues de la misma manera persiguieron a los profetas anteriores a vosotros” (Mt 5,11-12).
3. Recuerda que no eres el único que ha sido calumniado alguna vez
Una señora muy desolada decidió buscar consolación en el sacramento de la confesión y un sacerdote tan anciano como sabio le respondió:
“Hija mía, veo que te han herido profundamente y durante muchos años. Estás muy cansada de sufrir a causa de una persona que no te quiere y que desea herirte.
No sientas odio ni rencor, pues Dios será quien la juzgue. Tú no eres juez de nadie; eres tan solo una hija de Dios muy amada, como todos nosotros, a pesar de nuestros terribles errores y pecados.
A partir de hoy, quiero que te des cuenta de una cosa: esa persona te ha hecho un inmenso favor. Nunca olvides que Jesús fue crucificado.
Su cruz era enorme, pesada y muy difícil de levantar. Los soldados romanos hicieron un gran esfuerzo para elevarla y colocarla en su sitio. Además, una vez levantada, tuvieron que sujetarla con firmeza para que no cayera.
Entonces tomaron grandes rocas, piedras medianas y también pequeñas. Algunas eran tan pequeñas como guijarros, pero todas fueron colocadas al pie de la cruz. ¡Había que lograr que esa enorme y pesada cruz se mantuviera en perfecto equilibrio y no cayera!
Tú eres una de esas piedras que sujetan la cruz. Depende de ti que clase de roca o piedras quieres ser. Aguanta tu roca; aguanta tu piedra. Cristo hará de ella una gran victoria”.
Y recuerda hemos venidos a “ser un signo de contradicción” (Lc 2, 34).