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¿Hay vida más allá de Google?

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Enrique Anrubia - publicado el 26/10/16

En Sillicon Valley se ha generado un mundo feliz pero parece que hay que merecérselo más aún para poder vivirlo

Este artículo bien podría tener por subtítulo “Más allá de Google o elogio del hombre normal”. Y con la pericia deseada espero que se entienda al final el porqué.

Silicon Valley es una de las mecas de la tecnología. Cuando uno revisa entrevistas, videos, documentos o películas sobre los grandes artífices del sueño tecnológico de estas empresas, existen dos ideas que siempre están presentes en sus discursos.

La primera, sintetizada y repetida hasta la extenuación, es la idea de Steve Jobs de que la tecnología busca hacer un mundo mejor. Ese es su sentido y su proceder.

Con un compromiso humanista, las empresas de Silicon Valley buscan cambiar el mundo, y el cambio que buscan es hacer el mundo algo más habitable y vivible que lo era hace cincuenta años.

Crear un mundo mejor comienza por las propias empresas, y el caso de Google es ejemplificante. Sus empleados están de suerte porque el edificio de Google posee una bolera, pistas de voleyball, peluquerías, yoga, gimnasio, piscinas individuales automatizadas, ping pong, todo tipo de consolas de juegos, varios tipos de restaurantes de comida internacional, lavanderías, bicicletas, etc.

No solo eso, poseen una baja por maternidad de 18 meses, si el empleado fallece la familia del fallecido cobrará durante 10 años el 50% del sueldo. Además está el programa interno llamado 20% Time Program, que consiste en que el empleado puede utilizar un 20% de su tiempo en cualquier proyecto que elija y aunque no esté relacionado con su trabajo. Y visto así es gran parte de lo que uno desearía.

Pero las consecuencias de ese “mundo mejor” no son tan esperadas.

Resulta que la productividad de Google está en uno de los ratios más altos (el trabajador no sólo produce más sino que, al final, también gasta más horas trabajando de las que le piden).

La maternidad, y ya es algo conocido en Silicon Valley, está subrogada a la vida laboral y por eso se han hecho ya cotidianos los programas de congelación de óvulos de las empleadas.

Como Silicon Valey ha sido paulatinamente invadido por los jóvenes genios de la informática, los alquileres de las casas en el valle rondan cerca los 3.000 dólares mensuales, llevando a malvivir y a veces a la indigencia a cientos de personas que aún teniendo trabajo no pueden permitirse el alquiler.

Se ha generado un mundo feliz pero parece que hay que merecérselo más aún para poder vivirlo. Y si uno no es un genio es difícil que lo consiga.

No está mal ser un genio y ser premiado por ello. Lo que está mal es que su genialidad dice hacer mejor el mundo de quienes no lo son, cuando no parece que eso sea del todo así.

La segunda idea, más básica y repetida en muchos más sitios es: persigue tus sueños. Esto es una especie de dicho para favorecer la creatividad en las empresas tecnológicas. Sueña lo que quieras e intenta hacerlo real.

El medio para hacerlo es también rodear a los empleados de ese ambiente distendido (que no parezca que estén trabajando, que se asemeje más a un parque de atracciones o un centro comercial de ocio que a una empresa tecnológica puntera) y darles tiempo libre.

Pero también esto tiene su trampa. Primero, porque al final del final, lo que se busca es que se trabaje más. Pero sobre todo, porque hacer del deseo (los sueños) la base la vida tiene una trampa maliciosa. Hacer realidad los sueños, o los deseos, es, como la frase anterior, algo bueno en sí mismo y algo a examinar si se pone en contexto.

Desear y soñar es parte de lo humano, pero hacer del deseo la forma de vida es no entender la vida. Steve Jobs lo razonó muy bien y se aprovechó de ello.

Se trata de generar una necesidad que no existía antes, incluso que la gente sepa que necesita eso que se va a producir.

Nadie necesitaba un Iphone hasta que el iPhone se hizo, pero lo peor es que se hizo un iPhone y se vendió como una necesidad oculta que el ser humano quería aun sin saberlo: era un objeto de deseo y de un deseo que se vendía como necesidad.

Eso es tanto como crear una necesidad ficticia. Y crear una necesidad ficticia es convertir el deseo (que no es una necesidad) en una realidad necesaria. Curiosamente ese deseo convertido en necesidad se le llama también “fidelizar un cliente”.

Pues bien, deseamos cosas en la vida, muchas, pero la mayoría de nuestros deseos no se cumplen ni, en el fondo y a veces, deseamos que se cumplan. Hay deseos imposibles, hay sueños inconcebibles, excesos de deseos llamados caprichos, malos deseos.

No nos guiamos (o no deberíamos dejarnos guiar) por nuestros sueños, sino por nuestra libertad y nuestra comprensión del mundo. Eso requiere de otras características que en nuestro mundo ya no son tan vendibles: esfuerzo y trabajo y renuncia.

Pero la renuncia es, según la idea de estas empresas, lo contrario al deseo. Y, en cierto sentido, es cierto, hay una renuncia que es una rendición, pero hay renuncias (las más comunes) que son quitarse algo para dárselo al otro.

Por ejemplo, el tiempo de uno. Un padre de familia que trabaja en una fábrica tantas o más horas que un empleado de Google sabe lo que es la renuncia positiva. Se trata de un dar que más que quitar hace ganar más.

Cierto que estaría bien tener mejores condiciones laborales (tal y como Google ofrece), pero la política que yace de fondo en Google es engañosa.

Además, ¿qué sueño en términos laborales puede hacer un hombre que vende naranjas en un mercado? Para ser honestos, no parece que muchos.

En el caso de Google se trata de aumentar la creatividad para generar nuevos productos. Pero la creatividad no es lo nuevo que genera una necesidad ficticia, que es tal y como la entienden estas empresas.

La creatividad es el amor a lo creado y a la propia profesión: hay vendedores de naranjas, camareros, marmolistas, albañiles, recepcionistas que intentan hacer su trabajo con la mejor razonabilidad y esfuerzo posible. Se les reconoce muy fácilmente y son muy apreciados.

Eso es la verdadera fidelización, porque ser fiel cuesta, exige esfuerzo, y requiere de la voluntad expresa de uno. Eso no tiene nada que ver con la idea de fidelizar un cliente bajo un “deseo creado”.

Ese hombre normal, que es el 99% de la humanidad que no vive en Silicon Valley, posee los rasgos de nuestra humanidad.

Quizá no la tecnología punta y seguro que tampoco la genialidad de esos trabajadores de la costa oeste de EE.UU, pero ese hombre normal contiene la medida de nuestra humanidad: trabajar honradamente, con esfuerzo, sacrificio e intentando hacer aquello que tiene delante lo mejor posible.

El asunto no es contraponer a las empresas de Silicon Valley y demonizarlas frente a una respetuoso y esforzado trabajador de calle.

El quid es ver el engaño de una política empresarial que no para de repetir frases que, por ser medias verdades, nos dejan estupefactos y sin poder comprender lo que en verdad hace la gente de la calle que trabaja sin ser un genio, sin perseguir un sueño, y sin crear necesidades que en el fondo son deseos encubiertos bajo el nombre de “necesidades”.

No necesitamos más tecnología creativa, sino más hombres que sepan amar sus trabajos, dar su tiempo y sacrificarse por los demás.

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