Una película diferente sobre la vida del escritor chilenoMe atrae esa forma provocadora de Pablo Larraín de aproximarse al arte. De hacer un cine que se aleja de los convencionalismos narrativos, del circo de la esterilidad y el aburrimiento, y se sitúa en un espacio de ruptura donde arde el estilo. Una fiesta para los que vamos explorando esas formas artísticas imaginativas, hechas de fragmentos que abren otros caminos, otras direcciones para llegar a la verdad de un mundo en completo desorden, un mundo donde la ficción y la no ficción ya no se distinguen.
Las películas de Larraín son un peligro. Hurgan en las llagas de la historia, especialmente en la historia reciente de Chile, y generan incomodidad y controversia. Remueve las certezas y consigue hacer de cada imagen un desafío, algo hostil que centrifuga cualquier postura acomodaticia con la vida y la interroga. ¿Acaso no es necesario más que nunca ese arte que arriesga, que saca de los goznes las cosas y nos sumerge en una reflexión, en un debate interior, en un desasosiego de tarde y lluvia?
Larraín nos recuerda con su cine que todo se ha vuelto no narrativo, que decía Musil, y que todo arte verdadero es una incitación, una invitación al pensamiento crítico, una manera de desarraigarse uno mismo e indagar en otros lenguajes hasta alcanzar una metamorfosis. En Neruda, la sexta película en su trayectoria cinematográfica, Larraín cava un nuevo territorio y con retazos biográficos del poeta Pablo Neruda construye una visión de lo nerudiano completamente libre, sin adscripciones genéricas, abordando la figura del mito chileno desde la ficción y la propia fantasía.
Al aceptar que lo nerudiano es inabarcable, cuasi cósmico, Larraín aborda a Neruda desde otra mirada, desde otra posición -a veces con recursos técnicos un tanto exagerados- que nada tiene que ver con lo que al Premio Nobel le pasó en su vida o con los momentos más importantes de su biografía –propios de un biopic- sino que la propuesta del director de películas como El Club, Post Mortem o Tony Manero, se centra más en cómo su figura, su contradictoria intimidad e ideología, su obra poética, creativa, ha influido en los demás, ha marcado a fuego tibio a los otros.
Y frente al tráfico de identidades que fue Neruda -bebedor, ególatra y polígamo-, interpretado en el film por Luis Gnecco, que fuerza a veces tanto su papel del personaje que lo ridiculiza, emerge la contrafigura ficticia del policía Óscar Peluchonneau -Gael García Bernal-, cuya presencia en la película es excepcional.
“Para escribir hay que saber borrar”, se oye durante la proyección, una sentencia que bien puede aplicarse al estilo de Larraín, que filma bien porque sabe borrar, porque sabe podar lo secundario, sabe quitar la hojarasca e ir a la esencia, sabe dejar al espectador bailando con sus ideas, pensando en sus ideas.