Su delirante punto de partida le ha servido a Gavin O’Connor para construir un thriller divertido, sobre todo por su humor esquivoPor regla general, el cine ha abordado a los afectados por trastornos del espectro autista como potenciales víctimas, personas esencialmente indefensas por su dificultad para integrar lo emocional, y, por eso mismo, de difícil encaje dentro de una sociedad que tiende a darle la espalda al diferente: no hay más que echarle un ojo a dramas como Más allá de la realidad, Snow Cake o Tan fuerte, tan cerca, así como a thrillers como Mercury Rising (Al rojo vivo) o La bendición.
Sin embargo, el guión de Bill Dubuque para El contable plantea una (delirante) inversión de dicho tópico argumental, convirtiendo al autista en el personaje fuerte del relato –algo que, justo es señalarlo, ya exploraba la producción tailandesa de artes marciales Chocolate–, capaz de sobreponerse a sus limitaciones sociales hasta convertirlas, de hecho, en una virtud.
Consciente de los cambios tonales y de los vaivenes del material del que parte, Gavin O’Connor ha optado por (re)equilibrar el resultado a través de su puesta en escena. Así, por un lado, arrastra a ras de suelo una historia que roza, por momentos, lo superheroico gracias al trabajo de fotografía de Seamus McGarvey –que emplea unos encuadres ligeramente granulados, y de tonos algo terrosos, que se aproximan al thriller de los 70–.
Y por el otro, le imprime al largometraje un sentido del humor sutil, un tanto subterráneo –que han captado muy bien los actores, no en vano todos ellos con una notable vis cómica–, que desengrasa algunas de las pretensiones más cuestionables de Dubuque, y refuerza el tono pulp, desenfadado, que el director le inyecta a un proyecto que, en otras manos, podría haber bordeado el ridículo.
El guionista –que además procede del ámbito empresarial– elabora toda una subtrama de malversaciones y desvío de capitales que, más allá de permitir a Chris Wolff (Ben Affleck) exhibir su talento natural para las matemáticas, no tiene la más mínima relevancia dramática. De ahí que O’Connor, con notable inteligencia, reduzca la importancia del lado de thriller conspiranoico de El contable –no parece casual, en ese sentido, la falta de énfasis del supuesto enfrentamiento climático, quizás porque el villano de la función es una figura tremendamente gris– para subrayar, a cambio, los enfrentamientos tanto morales como emocionales entre los personajes.
Con Affleck interpretando al protagonista, es difícil no establecer similitudes con su papel de Bruce Wayne tanto en Batman v Superman: El amanecer de la Justicia como en la próxima La Liga de la Justicia.
Y es que mi sensación es que el actor ha visto en El contable la oportunidad de conciliar su ambición personal de explorar sus límites como intérprete, abordando aquí a un autista altamente funcional –reto que, por cierto, supera con nota gracias a la sorprendente contención con la que aborda al personaje–, con un cierto aprovechamiento comercial del entrenamiento físico requerido para las producciones de Warner/DC. Sobre todo porque, sin toda la parafernalia visual y los retoques CGI de los largometrajes de Zack Snyder, el intérprete puede lucirse mucho más en el empleo tanto del pencak silat –el arte marcial indonesia que puso de moda Iko Uwais en Redada sangrienta– como de las armas de fuego.