«El espíritu del mal siembra guerras, siempre. Los celos, las envidias, las luchas, los chismes… son cosas que destruyen la paz y, por lo tanto, no puede haber unidad». Lo dijo Papa Francisco durante la homilía de la Misa matutina que celebró hoy, 21 de octubre, en la capilla de la Casa Santa Marta. También recomendó «humildad», «dulzura» y «magnanimidad» (con un corazón grande «hay sitio para todos»), y pidió, al final de la homilía, la gracia «no solo de comprender, sino de vivir este misterio de la Iglesia, que es un misterio de unidad».
Francisco reflexionó sobre el saludo de Jesús «La paz sea con ustedes», y subrayó que así «se crea un vínculo», un vínculo de paz. Este, dijo el Papa, es un saludo que «une para hacer la unidad del Espíritu. Si no hay paz —observó—, si no somos capaces de saludarnos en el sentido más amplio de la palabra, tener el corazón abierto con espíritu de paz, nunca habrá unidad».
Y esto, precisó el Pontífice, según indicó la Radio Vaticana, vale para «la unidad en el mundo, la unidad en las ciudades, en el barrio, en la familia». «El espíritu del mal siembra guerras, siempre. Los celos, las envidias, las luchas, los chismes… son cosas que destruyen la paz y, por lo tanto, no puede haber unidad. ¿Para encontrar esta unidad? Pablo dice claramente: “Compórtense dignamente, con toda humildad, dulzura y magnanimidad”. Estas tres actitudes. Humildad: no se puede dar la paz sin humildad. En donde hay soberbia siempre hay guerra, siempre las ganas de ganarle a otro, de creerse superior. Sin humildad no hay paz, y sin paz no hay unidad».
Según el Papa, ya hemos «olvidado la capacidad de hablar con dulzura, nos hablamos a gritos. O hablamos mal de los demás… No hay dulzura». Y, por el contrario, la dulzura «tiene un núcleo que es la capacidad de soportar los unos a los otros». «Soportándose recíprocamente», dice Pablo. Hay que tener paciencia, continuó el Papa, «soportar los defectos de los demás, las cosas que no nos gustan». «Primero: humildad; segundo: dulzura, con este soportarse recíprocamente; y tercero: magnanimidad: corazón grande, corazón ancho que tiene capacidad para todos y que no condena, no se empequeñece en las pequeñeces… “No, que dijo esto, que oí aquello”, “que…”. No: el corazón ancho, hay sitio para todos. Y esto crea el vínculo de la paz que es creador de unidad. Creador de unidad es el Espíritu Santo, pero favorece, prepara la creación de la unidad».
«Esta —dijo el Papa— es la manera digna de la llamada del misterio al cual hemos sido llamados, el misterio de la Iglesia». Francisco invitó a todos a releer el capítulo XIII de la Carta a los Corintios que «nos enseña cómo hacerle espacio al Espíritu, con cuáles actitudes nuestras para que Él haga la unidad». «El misterio de la Iglesia es el misterio del Cuerpo de Cristo: “Una sola fe, un solo Bautismo”, “un solo Dios Padre de todos que está sobre todos”, actúa “por medio de todos y está presente en todos”. Esta es la unidad que Jesús pidió al Padre para nosotros, y que nosotros debemos ayudar a crear, esta unidad, con el vínculo de la paz. Y el vínculo de la paz crece con la humildad, con la dulzura, con soportarse unos a otros y con la magnanimidad. Pidamos —concluyó Francisco— que el Señor nos dé la gracia no solo de comprender, sino de vivir este misterio de la Iglesia, que es un misterio de unidad».