Homilía en Casa Santa Marta
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El pastor bueno que sigue a Jesús y no el poder, el dinero o el prestigio, aunque se quede abandonado de todos, siempre tendrá al Señor a su lado, se quedará solo pero nunca amargado. Es lo que ha dicho Papa francisco durante la homilía de la Misa celebrada en la Casa Santa Marta.
Comentando la Segunda Carta a Timoteo, el Papa se ha detenido sobre el fin de los apóstoles que, como san Pablo en la fase conclusiva de su vida, experimentan la soledad en las dificultades: han sido despojados, víctimas de maltratos, abandonados, piden algo para sí como mendigos.
“Solo, mendigo, víctima de penurias, abandonado. Pero es el gran Pablo, el que escuchó la voz del Señor, la llamada del Señor. El que fue de un lado a otro, que ha sufrido muchas cosas y muchas pruebas por la predicación del Evangelio, que ha hecho entender a los Apóstoles que el Señor quería que los gentiles entraran en la Iglesia, el gran Pablo que en la oración subió al séptimo cielo y escuchó cosas que nadie había escuchado jamás: el gran Pablo, allí, en ese cuartucho de una casa, en Roma, esperando a ver cómo termina la lucha en el interior de la Iglesia entre los dos bandos: la rigidez de los judíos y los discípulos fieles a él. Así termina la vida del gran Pablo, en la desolación: no en el resentimiento y la amargura, sino con la desolación interior”.
Así le sucedió a Pedro y al gran Juan Bautista, que “en la celda, solo, angustiado”, manda a sus discípulos a preguntarle a Jesús si era él el Mesías y termina con la cabeza cortada “por el capricho de una bailarina y la venganza de una adúltera”.
Así le sucedió a Maximiliano Kolbe, “que había creado un movimiento apostólico por todo el mundo y muchas cosas grandes” y murió en la celda de una campo de concentración.
“El apóstol cuando es fiel, destaca el Papa, no espera otro final que el de Jesús”. Pero el Señor está cerca, “no lo deja y allí encuentra su fuerza”. Así muere Pablo.
“Esta es la Ley del Evangelio: si la semilla de grano no muere, no da fruto”. Después viene la resurrección. Un teólogo de los primeros siglos decía que la sangre de los mártires es la semilla de los cristianos.
“Morir como los mártires, como los testigos de Jesús es la semilla que muere y da fruto y llena la tierra de nuevos cristianos. Cuando el pastor vive así no está amargado: quizás se siente solo, pero con la certeza de que el Señor está a su lado. Pero cuando el pastor, en su vida, se ocupa de otras cosas que no sean los fieles, por ejemplo cogido al poder, al dinero… al final no estará solo, quizás estarán los sobrinos esperando a que muera para ver que heredan”.
Papa Francisco concluye así su homilía: “Cuando voy a visitar el asilo de los sacerdotes ancianos, encuentro a muchos de estos buenos, buenos sacerdotes que han dado la vida por los fieles. Y están allí, solos, enfermos, paralíticos, en las sillas de ruedas, pero sin perder la sonrisa. Está bien, Señor, está bien, porque sienten al Señor muy cerca de ellos. Con los ojos brillantes te preguntan: ‘¿Cómo va la Iglesia? ¿Cómo va la diócesis? ¿Cómo van las vocaciones? Hasta el final, porque son padres, porque han dado la vida por los demás”.
“Volvamos a Pablo. Solo, mendigo, víctima de maltratos, abandonado por todos, menos por el Señor Jesús: ‘Solo el Señor está conmigo’.
Y el Buen Pastor, el pastor fiel debe tener esta seguridad: si él va por el camino de Jesús, el Señor estará a su lado siempre, hasta el final.
Recemos por los pastores que están al final de sus vidas y que están esperando que el Señor se los lleve. Recemos para que el Señor les dé la fuerza, el consuelo, y la seguridad de que, aunque se sientan enfermos y solos, el Señor está con ellos, cerca de ellos. Que el Señor les dé fuerza”.