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Papa Francisco: Contra el cambio climático, aprendamos de la sabiduría de los campesinos

Familia campesina en Nicaragua

© Pete

Ary Waldir Ramos Díaz - publicado el 14/10/16

El Pontífice reflexiona sobre el cambio climático y la migración forzada de los “emigrantes climáticos”

Ante el foro de la FAO y sus miembros, el papa Francisco alabó la sabiduría de los campesinos y de los pescadores porque ellos saben llevar un “estilo de vida” contrario a la “lógica del consumo” y de “la producción a toda costa”.

Francisco escribió a José Graziano da Silva, director General de la FAO en ocasión de la Jornada Mundial de la Alimentación, que este año tiene como lema El clima está cambiando. La alimentación y la agricultura también.

En su mensaje expone sobra la sabiduría de los campesinos, de los pescadores, de los ganaderos que conservan una rica memoria, y “que ahora ven cómo está siendo ridiculizada y olvidada por un modelo de producción que sólo beneficia a pequeños grupos y a una pequeña porción de la población mundial”.

Este mensaje fue leído este jueves 14 de octubre de 2016 por el Observador Permanente ante la Santa Sede ante la FAO con motivo de la Ceremonia de inauguración de la Jornada Mundial de la Alimentación.

El Obispo de Roma alertó sobre los “emigrantes climáticos”, los pobres y vulnerables que escapan a calamidades naturales.

¿A qué se debe el cambio climático actual? “Hemos de reconocer, ante todo, que los diferentes efectos negativos sobre el clima tienen su origen en la conducta diaria de personas, comunidades, pueblos y Estados”, manifestó.

“Si somos conscientes de esto, no bastará la simple valoración en términos éticos y morales. Es necesario intervenir políticamente y, por tanto, tomar las decisiones necesarias”, explicó.

El Pontífice aseguró que sólo entonces se podrá preservar el planeta y trabajar conformando un red de “fraternidad”. “Las acciones que hay que realizar han de estar adecuadamente planificadas y no pueden ser el resultado de las emociones o los motivos de un instante”.

La mirada del Papa está puesta en el campo, en la ganadería, en la pesca artesanal, en los bosques, y las personas más humildes en las “zonas rurales” en contacto directo con “los efectos del cambio climático” y que prueban una “sensación de abandono”.

Igualmente, subrayó la sabiduría “de esas comunidades rurales de las cuales podemos aprender un estilo de vida que nos puede ayudar a defendernos de la lógica del consumo y de la producción a toda costa”.

Así, insistió en no “pasar por alto los ciclos de las estaciones o modificar indebidamente las diferentes especies de animales y plantas, provocando la pérdida de esa variedad”.

El Papa habló de la selección genética de un tipo de planta que “puede dar resultados impresionantes desde un punto de vista cuantitativo”. El Papa se pregunta si estas nuevas técnicas pueden contribuir en cambiar el clima.

“¿Nos hemos preocupado de las tierras que perderán su capacidad de producir, de los ganaderos que no tendrán pastos para su ganado, y de los recursos hídricos que se volverán inutilizables?”, cuestionó.

“Y, sobre todo, ¿nos hemos preguntado si ―y en qué medida― contribuirán a cambiar el clima?”, añadió.

Y habló de la sabiduría, “esa que los campesinos, los pescadores, los ganaderos conservan en la memoria de las generaciones, y que ahora ven cómo está siendo ridiculizada y olvidada por un modelo de producción que sólo beneficia a pequeños grupos y a una pequeña porción de la población mundial”.

“Recordemos que se trata de un modelo que, con toda su ciencia, consiente que cerca de ochocientos millones de personas todavía pasen hambre”, constató.

El Papa alerta también de los “emigrantes climáticos, que pasan a engrosar las filas de esa caravana de los últimos, de los excluidos”.

Y asimismo, denuncia que “ya no basta impresionarse y conmoverse ante quien, en cualquier latitud, pide el pan de cada día. Es necesario decidirse y actuar”.

Por otro lado, indicó que los mecanismos de distribución de los alimentos también tienen que mejorar además porque “los hambrientos no tienen un acceso efectivo a los alimentos”.

De hecho, invitó a todos a trabajar en ello; desde los responsables políticos, los productores, los que trabajan en el campo hasta todos los ciudadanos. “Por supuesto, cada uno en sus ámbitos de responsabilidad”.

Francisco instó a que la “producción de alimentos” no sea “un mero negocio económico, al que hay que sacrificar hasta el alimento disponible, cuya finalidad natural es conseguir que todo el mundo tenga cada día una alimentación suficiente y saludable”.

Por último, evocó el desafió de frente a la convocación en la ciudad de Marrakech de los Estados Miembros de la Convención para debatir sobre el Cambio Climático. “Creo interpretar el deseo de muchos al pedir que los objetivos recogidos en el Acuerdo de París no queden en bellas palabras”, sostuvo Francisco.


Mensaje completo:

Al Profesor José Graziano da Silva Director General de la FAO

Muy ilustre Señor:

  1. El que la FAO haya querido dedicar la actual Jornada Mundial de la Alimentación al tema «El clima está cambiando. La alimentación y la agricultura también», nos lleva a considerar la dificultad añadida que supone para la lucha contra el hambre la presencia de un fenómeno complejo como el del cambio climático. Con el fin de hacer frente a los retos que la naturaleza plantea al hombre y el hombre a la naturaleza (cf. Enc. Laudato si’, 25), me permito ofrecer algunas reflexiones a la consideración de la FAO, de sus Estados miembros y de todas las personas que participan en su actividad.

¿A qué se debe el cambio climático actual? Tenemos que cuestionarnos sobre nuestra responsabilidad individual y colectiva, sin recurrir a los fáciles sofismas que se esconden tras los datos estadísticos o las previsiones contradictorias. No se trata de abandonar el dato científico, que es más necesario que nunca, sino de ir más allá de la simple lectura del fenómeno o de la enumeración de sus múltiples efectos.

Nuestra condición de personas necesariamente relacionadas y nuestra responsabilidad de custodios de la creación y de su orden, nos obligan a remontarnos a las causas de los cambios que están ocurriendo e ir a su raíz. Hemos de reconocer, ante todo, que los diferentes efectos negativos sobre el clima tienen su origen en la conducta diaria de personas, comunidades, pueblos y Estados. Si somos conscientes de esto, no bastará la simple valoración en términos éticos y morales. Es necesario intervenir políticamente y, por tanto, tomar las decisiones necesarias, disuadir o fomentar conductas y estilos de vida que beneficien a las nuevas y a las futuras generaciones. Sólo entonces podremos preservar el planeta.

Las acciones que hay que realizar han de estar adecuadamente planificadas y no pueden ser el resultado de las emociones o los motivos de un instante. Es importante programarlas. En este cometido, las instituciones, llamadas a trabajar juntas, tienen un papel esencial, ya que las acciones individuales, si bien son necesarias, sólo son eficaces si se integran en una red compuesta de personas, entidades públicas y privadas, estructuras nacionales e internacionales. Esta red, sin embargo, no puede quedar en el anonimato; esta red tiene el nombre de fraternidad y debe actuar en virtud de su solidaridad fundamental.

  1. Todas las personas que trabajan en el campo, en la ganadería, en la pesca artesanal, en los bosques, o viven en zonas rurales en contacto directo con los efectos del cambio climático, experimentan que, si el clima cambia, también sus vidas cambian. Su diario acontecer se ve afectado por situaciones difíciles, a veces dramáticas, el futuro es cada vez más incierto y así se abre camino la idea de abandonar casas y afectos. Prevalece una sensación de abandono, de sentirse olvidados por las instituciones, privados de la ayuda que puede aportar la técnica, así como de la justa consideración por parte de todos los que nos beneficiamos de su trabajo.

De la sabiduría de las comunidades rurales podemos aprender un estilo de vida que nos puede ayudar a defendernos de la lógica del consumo y de la producción a toda costa; lógica que, envuelta en buenas justificaciones, como el aumento de la población, en realidad sólo busca aumentar los beneficios. En el sector del que se ocupa la FAO está creciendo el número de los que piensan que son omnipotentes y pueden pasar por alto los ciclos de las estaciones o modificar indebidamente las diferentes especies de animales y plantas, provocando la pérdida de esa variedad que, si existe en la naturaleza, significa que tiene ―y ha de tener― una función. Obtener una calidad que da excelentes resultados en el laboratorio puede ser ventajoso para algunos, pero puede tener efectos desastrosos para otros. Y el principio de precaución no es suficiente, porque muy a menudo se limita a impedir que se haga algo, mientras que lo que se necesita es actuar con equilibrio y honestidad. Seleccionar genéticamente un tipo de planta puede dar resultados impresionantes desde un punto de vista cuantitativo, pero, ¿nos hemos preocupado de las tierras que perderán su capacidad de producir, de los ganaderos que no tendrán pastos para su ganado, y de los recursos hídricos que se volverán inutilizables? Y, sobre todo, ¿nos hemos preguntado si ―y en qué medida― contribuirán a cambiar el clima?

Por tanto, no precaución sino sabiduría. Esa que los campesinos, los pescadores, los ganaderos conservan en la memoria de las generaciones, y que ahora ven cómo está siendo ridiculizada y olvidada por un modelo de producción que sólo beneficia a pequeños grupos y a una pequeña porción de la población mundial. Recordemos que se trata de un modelo que, con toda su ciencia, consiente que cerca de ochocientos millones de personas todavía pasen hambre.

  1. La cuestión se refleja directamente en las emergencias diarias que las instituciones intergubernamentales, como la FAO, están llamadas a afrontar y tratar, conscientes de que el cambio climático no pertenece exclusivamente a la esfera de la meteorología. No podemos olvidar que es también el clima el que contribuye a que la movilidad humana sea imparable. Los datos más recientes nos dicen que cada vez son más los emigrantes climáticos, que pasan a engrosar las filas de esa caravana de los últimos, de los excluidos, de aquellos a los que se les niega tener incluso un papel en la gran familia humana. Un papel que no puede ser otorgado por un Estado o por un estatus, sino que le pertenece a cada ser humano en cuanto persona, con su dignidad y sus derechos.

Ya no basta impresionarse y conmoverse ante quien, en cualquier latitud, pide el pan de cada día. Es necesario decidirse y actuar. Muchas veces, también en cuanto Iglesia Católica, hemos recordado que los niveles de producción mundial son suficientes para garantizar la alimentación de todos, a condición de que haya una justa distribución. Pero, ¿podemos continuar todavía en esta dirección, cuando la lógica del mercado sigue otros caminos, llegando incluso a tratar los productos básicos como una simple mercancía, a usar cada vez más los alimentos para fines distintos al consumo humano, o a destruir alimentos simplemente porque son muchos y se buscan más las ganancias, en vez de atender a las necesidades? En efecto, sabemos que el mecanismo de la distribución se queda en teoría si los hambrientos no tienen un acceso efectivo a los alimentos, si siguen dependiendo de la ayuda externa, más o menos condicionada, si no se crea una relación adecuada entre la necesidad alimenticia y el consumo y, no menos importante, si no se elimina el desperdicio y se reducen las pérdidas de alimentos.

Todos estamos llamados a cooperar en este cambio de rumbo: los responsables políticos, los productores, los que trabajan en el campo, en la pesca y en los bosques, y todos los ciudadanos. Por supuesto, cada uno en sus ámbitos de responsabilidad, pero todos con la misma función de constructores de un orden interno en las Naciones y un orden internacional, que consienta que el desarrollo no sea solo prerrogativa de unos pocos, ni que los bienes de la creación sean patrimonio de los poderosos. Las posibilidades no faltan, y los ejemplos positivos, las buenas prácticas, nos proporcionan experiencias que se pueden seguir, compartir y difundir.

  1. La voluntad de actuar no puede depender de las ventajas que se puedan obtener, sino que es una exigencia que está unida a las necesidades que surgen en la vida de las personas y de toda la familia humana. Necesidades materiales y espirituales, pero en cualquier caso reales, que no son el resultado de la decisión de unos pocos, de las modas o de estilos de vida que convierten a la persona en un objeto, a la vida humana en un instrumento, incluso de experimentación, y a la producción de alimentos en un mero negocio económico, al que hay que sacrificar hasta el alimento disponible, cuya finalidad natural es conseguir que todo el mundo tenga cada día una alimentación suficiente y saludable.

Estamos muy cerca de la nueva fase que convocará en Marrakech a los Estados Miembros de la Convención sobre el Cambio Climático para poner en práctica sus compromisos. Creo interpretar el deseo de muchos al pedir que los objetivos recogidos en el Acuerdo de París no queden en bellas palabras, sino que se concreten en decisiones valientes para que la solidaridad no sea sólo una virtud, sino también un modelo operativo en la economía, y que la fraternidad ya no sea una simple aspiración, sino un criterio de gobernabilidad nacional e internacional.

Estas son, Señor Director General, algunas reflexiones que quisiera hacerle llegar en este momento en el que se avecinan preocupaciones, agitaciones y tensiones causadas también por la cuestión del clima, que está cada vez más presente en nuestra vida cotidiana y que grava, ante todo, sobre las condiciones de vida de muchos de nuestros hermanos y hermanas más vulnerables y marginados. Que el Todopoderoso bendiga sus esfuerzos al servicio de toda la humanidad.

Vaticano, 14 de octubre de 2016

Papa Francisco

Tags:
cambio climaticoFAOhambremedio ambientepapa francisco
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