Nada de lo que tengo es merecido, es un don simplementeQuiero vivir alabando a Dios por su amor y su predilección por mí. Jesús escucha más allá de mi petición. Percibe el latido de mi corazón. Descubre mi anhelo de cielo, de pertenencia, de saberme aceptado y amado como soy. Y es esa sed la que Jesús toca.
Me da miedo ser caprichoso con Dios. Me da miedo pedirle que cumpla mis deseos. Me da miedo no ser agradecido y no ponerme de rodillas ante Él.
Quiero cada tarde de mi vida, postrarme ante Él. Agradecerle por cómo me amó en el camino ese día. Alabarlo cada noche por su misericordia. Recordar y agradecer la misericordia.
Quiero aprender en mi vida a agradecer. Para eso tengo que recordar siempre mi herida, mi necesidad, mi vacío. Cuando experimento el amor de Dios me vuelvo agradecido.
Sé que soy frágil, que puedo caer de nuevo. Y de nuevo le agradeceré a Jesús su compasión. Esa mirada es la que me salva.
Para eso hace falta tener un corazón muy sencillo, no enrevesado. A veces me encuentro con personas que todo lo tergiversan. Interpretan mal. Juzgan mal. Se amargan. Condenan. Ven enemigos por todas partes y dejan de ser agradecidos con Dios, con la vida. Nunca es suficiente lo que reciben. Creen que tienen derecho a más y no están satisfechos. No quiero ser así.
No quiero vivir exigiendo sin agradecer. Quiero mirar agradecido a Dios por todo lo que me regala. Por todo. Quiero una mirada sencilla y pura. Para no interpretar intenciones. Para no condenar. No quiero olvidarme de Jesús que me ha salvado.
Nada de lo que tengo es merecido. Es un don simplemente. Me postro. Alabo a Dios.