El recuerdo de las víctimas de las migraciones y las historias de quienes lo ha logradoUna mujer de 84 años, un chal rosa le cubre la cabeza. Está casi ciega y quisiera volver a ver a su hijo antes de perder la vista completamente.
Entre ellos, un montón de documentos oficiales, los muros de la burocracia, pero también los de la política europea sobre migrantes. Entre ellos aquel mar Mediterráneo que él cruzó primero hace tres años y que ella cruzó hace un mes, a bordo de una “carreta de mar”.
Eritrea, cristiana, exiliada durante 20 años en Sudán, enfrentó un viaje agotador. No tenía nada que perder, sólo alcanzar a su hijo. Atravesó el desierto en un camión, hasta Libia. Después de muchos meses se subió a una barcaza y desembarcó en Sicilia. Luego, 17 horas de autobús hasta Roma.
Es huésped en el CARA de Castelnuovo di Porto, y espera una hoja que le diga que sí, puede alcanzar a su hijo en Alemania. Esperando que no sea demasiado tarde para verlo una vez más.
Un bote inflable sobre una red de pesca roja. Parece una estela de sangre, como la que han dejado los refugiados muertos en el Mediterráneo. Los han recordado así en el CARA de Castelnuovo di Porto (Roma) y en los centros de la Cooperativa Auxilium, el 3 de octubre pasado, tercer aniversario de uno de los más grandes estragos acaecidos en el Mare Nostrum y Jornada Nacional en memoria de las víctimas de la inmigración.
Alrededor de ese bote hay quien lo ha conseguido. Miradas encendidas, oración y silencio, que se ha roto sólo por los gritos y el canto de los niños. Que increíblemente permanecen niños.
Como la pequeña siria que se encontró con el papa Francisco y con su familia vive en Europa desde hace algunos meses.
Seis años, de los cuales cinco ha vivido en guerra. Escaparon de Damasco hace un par de años, cuando al padre le pidieron que se uniera a un grupo armado. Él que no quería dejar su tierra, al querer proteger a su familia, tuvieron que partir.
Caminaron durante un año y medio: Turquía y luego Libia. Al final embarcaron, a empujones en una barcaza.
Sobre el pequeño escenario organizado dentro del CARA algunos huéspedes cuentan su historia, luego un momento de oración, para la que se alternan el imán, un diácono copto y un sacerdote católico.
“Nunca perdimos la esperanza, nunca nos sentimos abandonados por Dios”. M. y N. huyeron de quien usa al mismo Dios para justificar la violencia: “El islam es una religión de paz. Quien usa el nombre de Dios para hacer el mal, es malo. Confunden a la gente. En el Corán está escrito que vendrán personas que usarán el nombre de Dios para hacer el mal y serán condenados”.
Cada una de estas personas recuerda el momento en que una mano los rescató del mar – la Guardia Costera. En sus propias palabras la gratitud por el país que los ha salvado y los ayuda. Y también por el papa Francisco, que aquí celebró la misa del Jueves Santo, con el lavatorio de los pies. Lo sienten cercano por sus gestos y sus palabras.
Muchos tienen una fe profunda que los ha sostenido y los sostiene en las dificultades. “El Señor es grande, nada lo puede detener. Nunca me sentí abandonado, más bien, gracias a Él hemos enfrentado el desierto, el hambre, las dificultades”.
H. viene de Eritrea, como casi todos aquí. Son coptos. Pasó por las prisiones libias antes de llegar a Italia. Ahí no era consentido rezar, los golpeaban.
Él y sus amigos rechazaron la comida y el agua en protesta. Después de tres días estaban agotados, cuando un general libio los fue a ver, se sentó y comenzó a rezar con ellos, luego les dio de comer: “Esta es la fuerza de Dios”.
Un chico de Mali recuerda a sus amigos que ya no están, tres hermanos, de los cuales dos murieron intentando escapar hacia Europa, dejando a sus papás solos para llorar por ellos. Un compatriota suyo acaba de ser contratado por la Cooperativa.
Y anima a quien aún no conoce su futuro tener “el valor y la paciencia de esperar”, a “estudiar”. Él se graduó de la secundaria y ahora está inscrito en la preparatoria. Y al final de la conmemoración se ha ido corriendo a la escuela.