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Una cárcel sin Policía y donde los internos piden perdón

Overcrowding Plagues Brazil’s Prison System

Mario Tama/Getty Images

MANAUS, BRAZIL - FEBRUARY 17: Inmates pray inside a cell in the women's section of the Anisio Jobim penitentiary complex on February 17, 2016 in Manaus, Brazil. The men's section of the prison holds over 1,200 inmates, more than twice as many as it was designed for. Brazil now holds the fourth-largest prison population in the world, behind the U.S., Russia and China, with the number of Brazilians behind bars nearly doubling in the past decade. The prison system currently holds more than 600,000 inmates, 61 percent over capacity, according to Human Rights Watch. (Photo by Mario Tama/Getty Images)

Alfa y Omega - publicado el 07/10/16

Esta gestionada por los propios presos

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Hay en una cárcel brasileña un preso que no se peina jamás. Baja al comedor, al patio… anda por los pasillos siempre despeinado y desaliñado. Cuando le preguntan por qué, responde con frialdad: «No me miro en el espejo porque lo que refleja es un monstruo». El desprecio por los delitos cometidos lleva muchas veces al desprecio de uno mismo; y esa falta de amor lleva después a cometer más delitos…

Esta espiral la conocen bien en los centros penitenciarios que regenta la Asociación de Protección y Asistencia a los Condenados (APAC), y por eso ofrecen a los presos un recorrido de sanación total que los lleve a recuperar lo que son: personas heridas que, en un determinado momento de su camino, se equivocaron y acabaron en la cárcel.

Los centros APAC no son como las demás cárceles: en su interior no hay Policía ni funcionarios de prisiones; son los propios reclusos los que gestionan todo lo relativo a su funcionamiento. A quienes cumplen condena dentro no se les llama presos, ni internos, sino «recuperandos», para acentuar que sobre todo son personas en vías de recuperación –Nadie es irrecuperable es el lema de la APAC–. Tampoco hay uniformes ni números, sino que a cada uno de los recuperandos se le llama por su nombre.

Con ello se quiere dar la vuelta a la mentalidad de una sociedad que insiste en que el que la hace la paga, y que considera que la mejor vía para dejar el mal camino es el castigo. En los centros APAC no se busca una redención gratis, sino que la vida en la cárcel lleve de verdad, gracias a la confianza y a la disciplina, a una recuperación total del ser humano en todas sus dimensiones.

Nadie está solo

En consonancia con la ley brasileña para todos los centros penitenciarios, los de APAC tienen tres pabellones, en régimen cerrado, semiabierto y abierto, pero lo que hay dentro es completamente distinto de la imagen habitual de una abarrotada cárcel latinoamericana. Son centros pequeños, con un máximo de 200 detenidos, a los que se envía cerca de sus familias, con las que incluso celebran el día del padre, de la madre o la Navidad; además, cada domingo pueden recibir visitas sin que sus familiares tengan que pasar registros humillantes ni esperar en largas colas.

Dentro, son los propios recuperandos los que organizan la vida. Al no haber personal penitenciario, se distribuyen las tareas administrativas, la limpieza, la cocina y el mantenimiento del centro. En cada celda hay un interno encargado del orden; y cada centro dispone de un Consejo de sinceridad y solidaridad, en el que la comunidad de los recuperandos pone los problemas e inquietudes en común para buscar las soluciones adecuadas. Además, una de las bases del funcionamiento lleva por lema El recuperando ayuda al recuperando; es decir, dentro de la comunidad de la prisión se fomenta el apoyo de unos a otros de modo que nadie se encuentre solo.

Sin motines ni fugas, ni reincidencias

Los datos hablan por sí mismos: la tasa de reincidencia de los internos que cumplen condena en uno de estos centros es del 10-15 %, una cifra excepcional para Brasil. Nunca se ha organizado dentro ningún motín, y en toda la historia de APAC solo se han registrado dos fugas. Además, los costes por preso se reducen a menos de un tercio de lo que costarían en una cárcel normal. Los resultados son tan espectaculares que cada vez más jueces deciden derivar a las personas que delinquen a uno de estos centros para buscar su recuperación, en lugar de enviarlos a una cárcel tradicional que muchas veces es una escuela de delincuencia.

En la actualidad hay 50 centros penitenciarios de APAC en Brasil –donde nació este proyecto– y 23 más distribuidos en diferentes países del mundo, no así en España. Una muestra del interés que está suscitando este proyecto es la exposición Del amor nadie huye, presentada en el último Meeting de Rímini, celebrado en agosto.

El perdón que se da y se recibe

Dentro del centro los internos estudian y trabajan, como sucede en otras prisiones, para ayudar a su formación y a su autoestima, pero además se cuida de manera especial su dimensión espiritual. A cada recuperando se le invita a una Jornada de liberación con Cristo: cuatro días de convivencia con testimonios, cantos, lecturas y debates, que ofrece a los internos la posibilidad de «hacer experiencia de Cristo», según dicen en APAC, como parte de su proceso de reconstrucción integral.

Además, en este camino hacia la sanación, cobran especial importancia los encuentros de justicia restaurativa entre internos y las víctimas de sus delitos. Estos encuentros hacen posible que las víctimas se desahoguen y cuenten al recuperando su sufrimiento, al mismo tiempo que estos toman conciencia del dolor causado y explican a sus víctimas la historia de su vida, que es lo que suele llevarles a delinquir. El resultado muchas veces es el perdón, un perdón que se da y que se recibe, y la sanación de ambas biografías.

«Nos fiamos de ti»

Todo este recorrido lo hizo Walter, un condenado por asesinato, violento e inadaptado, al que un juez envió a un centro APAC. Cuando llegó, nadie apostaba por su recuperación, se mostraba reacio y hostil, pero poco a poco fue comprobando que era verdad aquello que le dijeron los compañeros al entrar: «Nos fiamos de ti». Sorprendió a todos el día que llegó al centro, procedente de otra prisión, un joven condenado por abusos sexuales a menores; las leyes de la prisión son duras, y en la otra cárcel le habían dado tal paliza que estaba irreconocible. Había descuidado su salud y su higiene personal, y nadie se le acercaba, pero un día, en la enfermería, sus compañeros descubrieron a Walter curando las heridas de aquel chico. Las manos que antes habían asesinado cuidaban ahora de aquel cuerpo torturado.

Porque este es el lugar donde los monstruos se peinan.

Y se curan.

Juan Luis Vázquez Díaz-Mayordomo

Artículo originalmente publicado por Alfa y Omega

Tags:
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