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Un millón de hostias: ni irreverente ni provocador, a pesar del título

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José Luis Panero - publicado el 07/10/16
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Muy al contrario nos hallamos ante un delicado proyecto conmovedor y valiente.Próximamente las salas de cine españolas exhibirán el trabajo documental Un millón de hostias -distribuido por Trama Audiovisual Films & Free Your Mind & Pedro Zaratiegui-, dirigido por el periodista y realizador de cine catalán de 50 años, David Moncasi y escrito a dos manos junto a su esposa Ana Barcos. Vaya por delante que no se trata de un filme irreverente ni provocador por la manera en que suena su título. Muy al contrario nos hallamos ante un delicado proyecto conmovedor y valiente.

Un millón de hostias cuenta la historia de trece monjas de clausura -carmelitas- de un convento La Habana donde fabrican las hostias de Cuba: un millón de obleas que se extienden por toda la isla ofreciendo un curioso retrato de un país que vive cambios históricos tras 57 años de Revolución. Cinco años ha tardado en terminarse este especialísimo documental que pretende ser una ventana a esos cambios que experimenta la isla caribeña a través de un grupo de católicos.

El trabajo en sí mismo ya supone un reto, dado que no es habitual filmar la vida contemplativa de unas monjas y mucho menos en Cuba, con el régimen dictatorial reinante. Desde ese punto de vista, ese lapso de tiempo se encuentra muy sintetizado en el filme, que tan solo dura una hora, pero que en él se aprecian un sinfín de felices propósitos, y no sólo por lo concerniente a la elaboración de hostias para las iglesias de Cuba -si bien esa es la trama de fondo que lleva el peso de la historia- sino que también se detiene a mirar a los transeúntes de un país empobrecido que Moncasi filma con una sutiliza y un preciosismo máximo como si se tratara de uno más. Sin molestar. A menudo, y con cámara al hombro, asistimos al día a día de 4 monjas -seleccionadas para la ocasión- y también el devenir de familias y las condiciones en que viven.

Desde el punto de vista testimonial, Moncasi ha sabido mirar a sus protagonistas con delicadeza y cierta ternura, les ha dejado hablar, y hemos descubierto la vida feliz de quienes se sienten realizadas dentro de un convento como de quienes lo están fuera. Resultan muy reveladoras, por ejemplo, las palabras de una monja que, educada sin fe, le decían que “la religión es la respuesta primitiva al hombre a los fenómenos de la naturaleza”.

Y de todo ello se extrae que no son necesarias grandes cosas para llenar la vida de una persona o de robarle una sonrisa, especialmente en el caso de los cubanos. Basta aceptarlas y quererlas, y reconocer que el mundo en que están instaladas es el que les corresponde, y que en medio de las modestias y penalidades que supone casi vivir en la ruina, sobran los motivos para ser feliz. ¡Hay muchos y emocionantes ejemplos en la historia!

Pero lo más llamativo del documental es haber podido crear este contraste entre dos realidades tan distintas sobre el mundo exterior que rodea a las monjas y el mundo interior que abraza a los cubanos, y hacerlo con total naturalidad, gracias a un guión solvente, a una sobria y realista puesta en escena, y a una estructura muy definida que sabe muy bien adonde se dirige y cuáles son sus fines.

El filme se cierra con la visita que el Papa Francisco realizó a Cuba en septiembre del año pasado, ya que las monjas prepararon todas las obleas para la Eucaristía que el Papa concelebró en la Plaza de la Revolución.

¿Cine social y religioso entre la cartelera española? Un millón de hostias es de lo mejorcito además de necesario.

 

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