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¿Por qué es difícil quererse uno mismo cuando mamá no me quiso?

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© Alena Ozerova / Shutterstock

Silvana de Mari - publicado el 06/10/16

Difícil, pero no imposible. La causa de nuestra infelicidad no son siempre nuestros padres

No podemos ser felices, es imposible siquiera como concepto, si no nos queremos a nosotros mismos. Somos nosotros mismos todos los días, no un día sí y otro no. Muchísimas personas se van a la cama con la esperanza de que durante la noche pase el hada madrina y les transforme en otro; no sucede nunca.

Así que si me odio y mi única opción de felicidad es que de noche pase mi hada madrina y me cambie, es evidente que estoy destinada a la infelicidad permanente.

El sueño del hada madrina que llega de noche con la varita a cambiar la vida es el sueño de todos los que no se aceptan como son, y es el núcleo central de los reality shows, donde un equipo de expertos transforman a una persona en alguien distinto. Están los que te hacen perder 20 kilos, o 50, los que te encuentran el vestuario adecuado, los que te arreglan el peinado y el maquillaje, incluso los dentistas y los cirujanos.

El hecho de que estudiando seis horas al día todos los días uno pueda terminar la Universidad – y eso sí que cambia la vida – es un concepto que en los reality shows nunca está presente. Tampoco está la idea de que trabajar con inteligencia, valor y pasión, se puede crear bienestar y prosperidad.

En realidad, ese sueño de mirarse al espejo y ver a otra persona tras el paso del hada madrina es en el que se apoya el shopping compulsivo y otra gravísima toxicodependencia, que es la cirugía estética serial, donde se cambia el color de la piel, los rasgos, la edad y, ¿por qué no?, el sexo, y también la especie (intervenciones para parecerse a un gato o a un perro), para que el himno a la impulsividad no se detenga siquiera ante la psicosis.

¿Por qué nos cuesta aceptarnos? Nosotros somos la primera persona, el primer sujeto de la creación que nos encontramos por la calle; el segundo es mamá. Mamá es la señora que está al otro lado de nuestro cordón umbilical. Mamá, antes de ser una persona, ha sido un lugar. Aprendemos a reconocer su voz y a sentir su presencia al quinto mes de nuestra presencia intrauterina, y durante toda nuestra vida, cuando la oímos, fabricamos oxitocina. Estar separados de la madre es siempre un luto gravísimo, aunque suceda en las primeras horas de vida.

Para nosotros es muy fácil amarnos si mamá nos quería, nos estimaba y tenía fe en nosotros. Si mamá no hizo esto, para nosotros es difícil querernos. Difícil. Para algunos es un poco difícil, para otros es dificilísimo.

Difícil, no imposible. Nunca es imposible. Somos como una casa. Si los cimientos son sólidos y hermosos, es fácil que la casa sea fuerte y bien construida: fácil, no seguro. Es posible que sobre cimientos sólidos se construyan muros enfermos. No es verdad que los únicos responsables de nuestra infelicidad sean siempre nuestros padres.

Puede suceder también que los cimientos sean frágiles y que sobre ellos se construyan muros que nunca dejarán de ser inestables, pero para estabilizarlos se construyen maravillo eses arcos que se entrecruzan con los muros para crear una construcción extraordinaria, única y fantástica.

La falta de amor de nuestros padres en la primera infancia, el ser abandonados en lugares privados de amor, es un daño biológico primario, que nos expone a la fragilidad cognitiva y aún más la emotiva. Hemos tenido un ejemplo terrible cuando cayó el muro de Berlín y se abrió ante nosotros la realidad  de los orfanatos soviéticos y rumanos. Y sin embargo, personas salidas de las situaciones más aberrantes logran construir sus casa. La forma nunca será perfecta, pero arcos y contrafuertes hacen la construcción estable y, obviamente, única.

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