«He visto el terror en los ojos de los niños. Y he visto la fuerza que, a pesar de todo, saben transmitir los ancianos…». Papa Francisco está visiblemente cansado y dolido después del maratón durante el que recorrió las zonas afectadas por el terremoto, a un día de su duro viaje a Georgia y Azerbaiyán. AL final del día, conmovido, comentó lo que vio en los rostros de las personas con las que se encontró. Quiso ir a Amatrice, Accumoli, Arquata y Pescara del Tronto para abrazar a los vivos y rezar por los muertos, no para bendecir escombros. Viendo desde la carretera que desde lo alto ofrece un panorama de las casas de Pescara del Tronto devastadas como por un bombardeo, Bergoglio se conmovió. Y, dándose la vuelta hacia el obispo Giovanni d’Ercole, le preguntó susurrando con un hijo de voz: «¿Cuántos muertos?». Después de escuchar la respuesta permaneció en silencio rezando.
Decidió de no llegar desde el cielo, como un «vip», con un helicóptero que le habría permitido viajar menos y con menos cansancio. Quiso ir en coche, tratando de despistar hasta el último momento a los periodistas con esa respuesta que dio el domingo pasado al volver de Bakú, cuando dijo que todavía no había elegido la fecha para su visita. No pronunció ningún discurso, solo algunos breves saludos. No fue a ver a las víctimas del terremoto para hablar. Sino para escuchar y abrazar. Para ofrecer el testimonio, en silencio y con ternura, de su personal cercanía. Lo que más le sorprendió, al final de un día lleno de emociones y lágrimas, fueron los ojos de los niños y de los ancianos. «He visto el terror, el miedo en los rostros de los más pequeños», confió a sus colaboradores más cercanos, pensando en todos los niños que quedaron sepultados bajo los escombros. «He percibido la fuerza que saben transmitir los ancianos»
A pesar de lo sucedido, a pesar de los seres queridos y de los amigos que ya no están aquí, a pesar de las casas desmoronadas, la pérdida de todo. El encuentro que más sorprendió a Bergoglio fue justamente el encuentro con los viejos, en la residencia San Raffaele en Borbona, que alberga a enfermos crónicos y que no son autosuficientes. Entre ellos había muchos desplazados debido al terremoto. Con los rostros aparentemente tan frágiles pero al mismo tiempo capaces de transmitir fuerza y esperanza al Pontífice, su coetáneo, que les fue a decir que no están solos.
Este artículo fue publicado en la edición de hoy del periódico italiano La Stampa.