La mayoría de los colombianos apoyaban ciertos puntos del acuerdo con las FARC y diferían de otrosAlgunos medios de comunicación internacionales nos miran con lástima o con extrañeza después del triunfo del No en el plebiscito del pasado domingo.
Decía una columna de John Carlin publicada ayer en el diario El País de Madrid con respecto a la salida de Reino Unido de la Unión Europea y al triunfo del No en Colombia: “Los resultados electorales en este año 2016 se están definiendo por el cinismo manipulador de los políticos y la ignorancia, inconsciencia o irresponsabilidad de los votantes”.
Pero creo que la respuesta al triunfo del No es mucho más compleja que la explicación ligera que quiso dar este columnista.
El 50,22 por ciento de los colombianos (sin contar los 257.000 votos inválidos y los 170.000 nulos) que votaron por el No, no se tragaron el cuento de abarcar un documento de 297 páginas (que solo tuvimos cinco semanas para estudiarlo) en una sola pregunta con solo dos opciones de respuesta: Sí y no. Sin el recurso legítimo del voto en blanco.
Creo que la mayoría de los colombianos apoyábamos ciertos puntos del acuerdo y diferíamos de otros. Con un referendo punto por punto, quizás algunas preguntas hubieran pasado y otras no. Ganó por ello la inconformidad con este mecanismo reduccionista y polarizador.
Y en ese “No” se ven reflejados muchos puntos en contra: el desacuerdo con la concesión de curules en el Congreso y la Cámara de Representantes a los exguerrilleros, con la inconformidad con el pago que el Estado debía ofrecer a los desmovilizados, con los elementos de ideología de género presentes en los acuerdos, con la visión ingenua y rosa que tantos medios de comunicación presentaron de la paz o simplemente la desconfianza hacia el presidente Santos.
Al ver el mapa electoral de Colombia vemos también la polarización al interior del país.
Sorprende que, en departamentos como el Caquetá, antigua sede de la zona del despeje, haya ganado el no con un 53 por ciento. Pero también vemos la mayoría abrumadora en que la golpeada zona del Chocó, votó por el sí (80 por ciento).
Es muy fácil decir “prefiero una paz imperfecta que una guerra perfecta”. Y quizás muchos de los votantes por el Sí sufragaron guiados por esta premisa (muy respetable) como los votantes por el No quieren la paz, pero no en los términos de los acuerdos pactados en La Habana.
Y es quizás en estas pobres opciones de respuesta donde se desató la polarización que abunda en las diferentes conversaciones y en las redes sociales y que está atacando núcleos tan pequeños e íntimos como la familia.
El triunfo del No, más que la continuación de la guerra debe ser una invitación a reflexionar sobre lo que significa una paz estable y duradera que debe empezar por cada corazón. Debe estar lejos de reduccionismos y polarizaciones.
Como indicó el editorial del diario El Tiempo de ayer lunes: “Es obligatorio hacer un llamado a la humildad y exigirles tanto a vencedores como a vencidos que identifiquen puntos de encuentro con el fin de que el anhelo de la paz no se convierta en una inmensa frustración, con su consecuente saldo de muertes, violencia y desplazamiento”.
Columna de Carmen Elena Villa Betancourt publicada en El Colombiano de Medellín